Revista Cultura y Ocio
Por fin llegó el día.
Esme y Ali vinieron a Madrid para pasar una mañana de sábado las tres juntas. Como hace mucho tiempo, en aquel lugar de la Mancha de cuyo nombre no voy a olvidarme donde pasábamos divertidos veranos con sabor a polo de naranja.
Subíamos a los olivos, jugábamos al escondite entre los trigales verdes, cocinábamos sopa de barro en cacerolitas de metal, hacíamos agua de rosas y hierbabuena para perfumarnos y nos contábamos secretos bajo las moreras de las escuelas, muy cerquita de la casa de la higuera.
Por supuesto nos recorríamos la aldea con nuestras BH's rojas mientras los chavales hacían caballitos con sus bicis para impresionarnos. Y nos bailábamos alguna que otra pieza en las fiestas del pueblo, sobre todo ese pasodoble de "Islas Canarias, islas canarias..."
Por eso no se quien estaba más ilusionada, si yo porque venían o Esme porque venía a cumplir una de sus ilusiones.
Es la última de las tres que se casa. Y a diferencia de la mayoría de las novias ella no tiene especial ilusión por su vestido blanco si no por sus zapatos de novia ¡unos manolos!
No, no es una pija acomodada, ni una niña mimada, ni una caprichosa superficial. Es una maestra pedagoga que se ha pasado media vida estudiando y opositando para poder salir de aquella aldea y conseguir plaza en un colegio donde disfrutar de su trabajo enseñando a niños con problemas. Se disfraza de Bob Esponja si es necesario solo para sacarles una sonrisa o algunas palabras a pequeños que necesitan mucha ayuda para afrontar la vida.
Hace tres años se compró una hucha que empezó a llenar primero con monedillas, después con monedas, billetitos y algún que otro billetazo para, llegado el día, darse el gustazo de comprarse unos maravillosos zapatos de Manolo Blahnik. El diseñador español (de las Islas Canarias) que ha revolucionado a las neoyorkinas y a todo el mundo con sus espectaculares diseños de taconazos imposibles, casi obras de arte porque solo mirarlos ya te deslumbran.
Ese día llegó. Cogió el abrelatas, contó el monto, lo metió al bolso, cambió las manoletinas por unos tacones y subió al Ave rumbo a su ilusión.
Atravesamos el portalón 58 de la calle Serrano y ahí estaba el escaparate donde unas chicas alucinaban con los susodichos mientras se hacían la foto de rigor para llevárselos aunque fuese en la cámara.
Nosotras, después de hacer lo mismo, entramos tímidamente.... (la falta de costumbre).
Había mil modelos, de mil colores, a cuál más bonito.... y más caro...
Una italiana acompañada de marido e hija intentaba decidirse por uno de los cinco pares que se estaba probando y de golpe y porrazo se nos quitó la vergüenza, total, nosotras también íbamos a comprar, también teníamos derecho a probar los que quisiéramos, bueno, Esme. Ali y yo solo le elegíamos los que más nos gustaban para verlos puestos aunque fuese en sus pies pues era ella la protagonista.
Y finalmente se decidió por unos rojos que ya colgaré cuando los estrene con su sencillo vestido blanco pues dentro de la tienda están totalmente prohibidas las fotos.
He de decir que los chicos de la tienda fueron muy agradables y en ningún momento nos hicieron sentir incómodas a pesar de nuestro complejo de cenicientas así que si alguna no se conforma con ver solo los del escaparate que entre que no se comen a nadie.