Revista Deportes
Permitídme que haga una excepción en este blog y escriba un pequeño artículo sobre el deporte de la canasta. Hoy hace una semana que vi como el Barça derrotaba a los Lakers en el Palau Sant Jordi. Los que me conocen saben de mi odio -quizá esa sea una palabra excesiva-, que ese equipo suscita en mi sin saber explicar por qué. Miento, aunque siempre fui de los Boston Celtics de Bird, Mchale, Parish y compañía, admiré como nadie a Magic Johnson y Kareem Abdul-Jabbar. Pero cada vez que me han forzado a decidir entre un equipo que juega como tal o una gran estrella, por muy genial que esta sea, apoyada por cuatro comparsas, siempre he optado por lo primero. Ese es el motivo por el que nunca seguí como sus proezas merecían a los Drazen Petrovic, LeBron James o -perdónadme- Air Jordan. Es por esa misma razón que me satura el muy y espectacular amarillo chillón de Kobe Bryant y el conocido playbook de los Lakers (pelota al 24 y todos al rebote); si a todo ello añadimos la presencia de Pau Gasol -por motivos que no vienen al caso-, se podrá entender mi alergia galopante a todo lo que huela L.A.
El jueves quedé maravillado ante el espectáculo que mis ojos contemplaron. No fue una buena actuación del llamado MVP en cuanto a puntos anotados, rebotes o asistencias (17 modestos puntos). Aún en pleno proceso de recuperación de sendas lesiones en rodilla y mano Kobe ni quiere, ni va a estar en plena forma hasta bien entrada la temporada; el equipo no le necesita ahora sino a partir de abril. Lo que me alucinó fue esa mentalidad competitiva hasta el límite -y más allá- que el de Philadelphia exhibió.
Cuando muchas veces hablan durante horas de motivación y de la gran diferencia en resultados entre quien disputa un rebote hasta el límite y quien no, de quien pone el corazón en el lanzamiento de un bigplay y de quien no está dispuesto a tanto, deberían sencillamente mostrar el video de ese partido.
Su duelo particular contra Pete Mickeal empezó con el típico intercambio de miradas, aliñado por el tradicional trash talk. Cuentan las crónicas que mientras el de L.A. le decía a Mickeal "vamos chico, este puede ser tu pasaporte a la NBA", el otro le respondía "ponte dinero en la boca y juégate un uno contra uno". Y claro, rápidamente la tensión ascendió varios peldaños con actitudes vacilonas. Así las canastas de uno eran contestadas por la provocación del otro. Por el videomarcador del Palau todos contemplamos como una soberbia canasta de Kobe, más falta personal, de Mickeal era celebrada por el primero con un aplauso provocador, lento y continuado ante las narices del segundo. Frente a mi posición y casi en la jugada siguiente, un bloqueo del ala-pivot barcelonista era respondido con un puñetazo por parte de Kobe. No me lo podía creer; ¿a eso había venido la superestrella de la NBA?, ¿es así como se comportaba un ganador del anillo?, ¿para eso había pagado una entrada?.
El final del partido llegó. Unos Lakers claramente en pretemporada sucumbieron ante el Barça, pero lo hicieron como muere un gran equipo; sin excusas y luchando hasta el último segundo. Cuando ya me disponía a rajar, cabreado como un mono, de esa "superestrella" convertida en poco más que un vulgar chulo de barrio, Kobe Bryant fue saludando, uno por uno, a todos los jugadores del equipo contrario incluído Pete. Tras atender a la televisión norteamericana que había transmitido el partido, abandonó el Palau no sin antes abrazarse de nuevo a un Mickeal que se había quedado saludando a la grada (ese detalle no se vió por televisión).
Creo que fue una muy digna lección de Kobe. En la pista, de pretemporada, sin apenas entrenar, lesionado, fuera de forma y nada acertado en sus acciones, aún así, no conoce ni a su padre, no asume ninguna derrota y da hasta la última de sus fuerzas en pos de la victoria. Jugó muchos más minutos de los previstos sin importarle su estado físico (24 en total para un tiempo estimado de 5 minutos). Pero una vez sonó la señal que indicaba el final del partido, la superestrella volvió a ser Kobe Bryant y se comportó como lo que es: un señor. Mis respetos, caballero.