Revista Libros
Imagina a un escritor. Un escritor joven, de unos treinta años, que comenzó a publicar cuando Internet ya resultaba tan imprescindible como tomarse un café por la mañana y la repercusión de la crítica tradicional en las ventas de libros había caído en picado. Imagina que este escritor tiene una página de Facebook, una cuenta de Twitter, un canal en YouTube o un blog, en los que interactúa con los lectores, comparte noticias sobre sus novelas y opina sobre temas actuales. Imagina que le siguen miles de personas, que cada frase que dice recibe decenas de comentarios, todos ellos (o casi) de seguidores entusiastas y fieles. El escritor se siente satisfecho: es consciente de que no está hablando con la pared, de que ahí, en algunos lugares del mundo, hay gente, gente lectora, interesada en sus palabras. Y llega el momento de publicar su nueva novela. Lo anuncia a bombo y platillo en las redes, adelanta el título, la cubierta, la sinopsis. Sus seguidores se muestran impacientes, aseguran estar ansiosos (¡ansiosos!) por leerla. Por fin llega el día: su editorial, que forma parte de un gran grupo, ha preparado un notable despliegue promocional para reforzar el lanzamiento. Lo entrevistan, lo comparan con autores de culto. Durante unas semanas, los lectores le mandan fotos del libro, escriben reseñas, le ponen muchas estrellas en Goodreads. «Esto marcha», piensa el escritor. Pero pasan los meses y apenas se habla ya de la novela, aunque sus seguidores siguen al pie del cañón, aplaudiendo con clics todas sus ocurrencias.Imagina que ahora el escritor se encuentra con su editor. El editor le pone mala cara: su novela ha vendido menos de lo esperado. No le puede garantizar un buen adelanto para la siguiente. De hecho, ni siquiera puede garantizarle que le publique una siguiente. Le revela la cifra, una cifra dolorosa, porque es más baja, bastante más baja, que su número de seguidores en esa página de Facebook, esa cuenta de Twitter, ese canal de YouTube o ese blog que tanta actividad rezuma. El escritor descubre el abismo que hay entre la apariencia de éxito y la realidad; quiere entender qué ha ocurrido, qué ha hecho mal. ¿Piratería? Puede, pero la situación le parece demasiado compleja como para reducirla a una sola explicación. Quizá a algunos seguidores solo les interesen sus comentarios en las redes, impresiones breves e inmediatas, carne de retuits y «Me gusta» fáciles. Quizá algunos empezaron a seguirlo porque leyeron una novela suya, aunque no tienen la intención de leerlas todas. Quizá los elogios que recibe son de unos pocos que hacen mucho ruido mientras la mayoría lo ignora. En todo caso, sigue recibiendo feedback de los lectores; no pasa una semana sin que algún seguidor, nuevo o conocido, le recuerde lo buen escritor que es, lo inteligente que lo considera. Y el escritor se muerde la lengua para no soltarle: «No me quieras tanto, no seas mi fan, y cómprate mi puñetero libro».