Cuando oímos “jóvenes y nuevas tecnologías” pensamos en una mala mezcla, un cóctel incluso peligroso. Y yo me pregunto: ¿tiene que ser así?
Muchos padres, usuarios de los nuevos medios, cuando los ven en manos de sus hijos presagian lo peor: aislamiento, conducta agresiva, descenso en las calificaciones…
Sin embargo, estudios realizados en diversos países demuestran que, juntos a efectos negativos, las nuevas tecnologías mejoran algunas destrezas intelectuales. Así, muchos videojuegos fomentan la percepción visual y espacial, la destreza óculo-manual, el desarrollo lógico y la toma de decisiones; además Internet facilita el acceso a la información, abre posibilidades de aprendizaje y de comunicación, crea nuevos amigos y relaciones en todo el mundo, y fomenta un mayor sentido de la globalidad, la solidaridad y una mente más abierta.
Conocemos los peligros de estos medios para la infancia: acceso a contenidos inapropiados, falta de privacidad, acoso en redes sociales, y sobre todo esto: que alguien pueda colarse en sus vidas y se aproveche de su inocencia. Sin embargo, las nuevas tecnologías son algo con lo que hay que contar, porque está en el entorno de los jóvenes y es imposible que estén al margen; y también porque pueden enriquecerles y hacerles mejores.
Entonces, ¿cómo actuar? Antes de sugerir algunas ideas a los padres, debemos comprender dos cosas:
a) Los chicos son “nativos digitales” y nosotros “inmigrantes digitales”. Lo explicó Marc Prensky en 2001: ellos han venido a un mundo en el que esas tecnologías eran parte del paisaje, de la vida, de la forma de comunicarse. Es algo natural para ellos: por eso son quienes mejor programan el Televisor LCD y el vídeo, navegan por Internet sin esfuerzo y encuentran todo lo que desean. Nosotros nacimos sin ellas y hemos tenido que amoldarnos a ese mundo, muchas veces con dificultad e inquietud.
b) Los padres, en cambio, sabemos más de la vida: de la amistad, de la lealtad, de la responsabilidad y de todas las graves cuestiones que están en juego cuando los jóvenes usan los nuevos medios. Ellos saben más de Internet y de videojuegos, pero nosotros sabemos más de cómo usarlos: de la prudencia al manejar esos aparatos, de los peligros que pueden acarrear, del sentido común para no dejarse atrapar por ellos.
Tan perjudicial puede ser intentar alejarles de un mundo que es el suyo (y al que llegarán de todas formas) como abandonar la responsabilidad de formarles: porque ellos solos no son capaces de advertir sus peligros y necesitan un criterio para su uso. Somos sus padres, y ellos necesitan de nosotros también ahí, aunque como “inmigrantes digitales” nos superen en su manejo.
¿Qué hacer entonces? En el próximo artículo señalaré algunas ideas que pueden ser útiles en esa importante tarea que debemos asumir: la educación de nuestros jóvenes en su relación con las tecnologías y con el mundo.