Revista Opinión

Compromiso

Publicado el 10 diciembre 2018 por Jcromero

La izquierda como etiqueta es una estafa; la democracia como simple formalismo, también. Dando por descontado que el elector de derecha vota cada vez que es convocado a las urnas y que el de izquierda, más indisciplinado y rebelde, se abstiene si no encuentra complicidad en las formaciones que dicen representarle, cabria preguntarse si éstas sabrán leer los resultados electorales de Andalucía.
Que la democracia tiene que construirse día a día, es algo más que una frase hecha. Para un sector del electorado el que gane un partido u otro caCompromisorece de importancia, si las opciones por las que pudiera votar no son coherentes con lo que afirman o carecen del compromiso firme y decidido de propiciar el cambio que anuncian. Es muy simple: si no encuentran razones para votar, no votan. ¿Exigencia? ¿Irresponsabilidad? Tal vez compromiso más allá de siglas, simpatías o fobias. Particularmente no me interesa un gobierno que dice representarme, pero sus acciones indican lo contrario; las siglas que sustentan a ese gobierno son irrelevantes; lo sustancial son sus propuestas y acciones como gobierno.

¿Superioridad moral? ¿Exigencia ética? Simplemente se trata de ejercer el derecho al voto de manera libre, recordando que ese derecho implica la posibilidad democrática de no votar y que cada cual se impone los criterios que estima conveniente. Dicho esto, cuando se hace campaña alentado la exaltación nacionalista, la misoginia o la criminalización del inmigrante, y se obtienen cientos de miles de votos, de poco sirve lamentarse. Lo que procede es analizar las causas, saber por qué el votante de izquierda no ha ido a votar o si confió su voto a opciones impropias.

El avance de la extrema derecha no supone ninguna novedad. Como el dinosaurio del cuento de Monterroso, estaba ahí, dormida, esperando su momento. Supimos de su presencia con Aznar y sus desacomplejados más radicales, también con parte de la prensa. La extrema derecha no ha aparecido de manera súbita; siempre ha estado aquí, camuflada en el PP. Temor, ninguno; preocupación toda. En su concepto de España, estorbamos quienes no comulgamos con sus credos, no nos emocionamos con el himno, ni nos envolvemos en la bandera. Lo más preocupante de todo; el mensaje de esta derecha facha es el mismo que se escucha en la barra de cualquier bar.

La discrepancia y el desacuerdo están en el origen de la democracia. Si la mayoría de los ciudadanos compartiéramos la misma percepción en los asuntos de interés colectivo, si todos pensáramos igual, si tuviéramos los mismos intereses, para qué la democracia. Sin desacuerdo no hay democracia, pero ésta necesita de la participación de los ciudadanos, de partidos que generen confianza, de leyes justas que sean cabalmente aplicadas, de libertad de expresión y una buena dosis de escepticismo y actitud crítica para eludir las trampas que plantean quienes pretenden amordazar a la ciudadanía y controlar la democracia desde dentro del sistema. Edurne Portela recuperaba recientemente una cita de Primo Levi que adquiere particular vigencia en estos días. " Cada tiempo tiene su fascismo: se observan las señales premonitorias allí donde la concentración de poder niega al ciudadano la posibilidad y la capacidad de expresar y ejercer su voluntad. A esto se llega de muchas maneras, no necesariamente por medio del terror de la intimidación policial, sino negando y distorsionando la información, corrompiendo la justicia, paralizando la educación, difundiendo de muchas y sutiles maneras la nostalgia de un mundo en el que el orden reinaba soberano y en el que la seguridad de unos pocos privilegiados descansaba sobre los trabajos forzados y el silencio forzado de muchos ".

Si los resultados de la izquierda andaluza obedecen a la escasa participación, ¿culpamos a los electores que no votaron o a las formaciones que no han sabido responder a las inquietudes de esos abstencionistas? En todo caso, si es así, hay posibilidades para revertir la situación. Si el voto de la extrema derecha proviene de sectores que anteriormente votaban a la izquierda, nos situamos ante una situación diferente. En todo caso, las elecciones andaluzas nos colocan en la senda que ya transitan países como Italia, Francia, Polonia, Hungría, Brasil, Holanda...


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