Revista Espiritualidad

Comulgando con Ruedas de Molino

Por Av3ntura

A lo largo de nuestra vida estamos expuestos continuamente a situaciones imprevistas, muchas veces adversas, en las que nos vamos a sentir entre la espada y la pared. No es fácil saber cuál es el camino correcto a la hora de decidir para dónde tirar en tales momentos. Tal vez porque, de entrada, ninguna de las opciones que se nos presentan como disponibles nos parecen acertadas de antemano.

A veces, lejos de poder elegir lo que realmente nos convence, tenemos que acabar eligiendo la opción que nos parece menos mala. Talmente como cuando ejercemos nuestro derecho al voto y todos los candidatos que se presentan nos parecen igual de ineptos, pero acabamos escogiendo a uno de ellos por el miedo a que resulte ganador otro que nos cae aún peor que él.

Son situaciones que nos ponen frente a las cuerdas y nos obligan a ponernos en modo supervivencia, olvidándonos de lo que realmente estamos buscando para centrarnos en aquello que nos pueda solucionar la papeleta de nuestro día a día más inmediato. No es difícil que nos veamos a nosotros mismos agachando la cabeza, diciendo “digo” donde antes decíamos Diego y sometiéndonos a dictados que sabemos de antemano que no nos convienen en absoluto en el largo plazo, pero nos sirven en un momento de emergencia para saciar nuestras necesidades más vitales. Es en esos escenarios extremos cuando acabamos comulgando con ruedas de molino.

Comulgando con Ruedas de Molino

Imagen de Pixabay

Cuando estamos bien y nos sentimos libres de pensar y hacer lo que nos viene en gana, tendemos a creernos muy dignos y a pensar que nunca vamos a rebajarnos a acatar las caprichosas órdenes de nadie ni tampoco aquellas normas que no encajen en nuestro particular sentido ético.

Porque no hemos estudiado para acabar trabajando según dónde, ni nos hemos esforzado tanto para aguantar según qué ni a quién. Pero, cuando las necesidades más básicas empiezan a verse comprometidas, nuestra escala de prioridades se transforma y se impone un nuevo orden, ante el que podemos reaccionar desesperándonos y tirando la toalla, o adaptándonos a la marea, dejándonos llevar por las nuevas circunstancias y descubriendo nuevos recursos que somos capaces de desarrollar sin ser conscientes de la naturaleza de la fuerza que nos ha ayudado a generarlos.

Hay muchas formas de comulgar con ruedas de molino. La más común es caer en el conformismo y resignarnos a acatar la voluntad de otros para asegurarnos cierta estabilidad laboral, económica, familiar o incluso psicológica. Este conformismo tendría mucho que ver con el apego a nuestra zona de confort y con nuestra tendencia a quejarnos de todo pero no arriesgarnos a que nada cambie por miedo a no ser capaces de superar un nuevo reto.

Pero hay otra forma más sensata de salir de situaciones adversas comulgando con ruedas de molino. Y es hacerlo sin perder de vista el convencimiento de que esa estrategia va a ser temporal. Que, pasada la tormenta, vamos a luchar con la misma fuerza de siempre por desprendernos de la pesada piedra que, por un tiempo, nos hemos comprometido a cargar, siendo capaces de recuperar nuestra autonomía y de volver a seguir, únicamente, nuestras propias reglas.

Nuestra vida es un continuo ejercicio de interacción con otras personas y de intentar adaptarnos las unas a las otras, buscando un beneficio común que, en ocasiones, puede llevarnos a establecer relaciones que perduren en el tiempo y, en otros momentos, se limiten a contactos muy puntuales a los que les acabamos perdiendo la pista en cuanto alcanzamos el objetivo concreto que compartíamos con ellos.

No es lo mismo la relación que llegamos a establecer con un compañero de un curso breve en el que nos matriculamos, que la que mantenemos con compañeros de trabajo a los que tendremos que ver a diario mientras no cambiemos o cambien ellos de empresa o la que nos une a nuestros familiares más íntimos. Si en cualquiera de esos tipos de relación sentimos que, para no desentonar con el resto, nos vemos obligados a comulgar con ruedas de molino, la carga que tendremos que soportar será distinta en función del tipo de relación de la que se trate y de lo que se mantenga en el tiempo. Aunque la presión a la que nos sentiremos sometidos nos causará un desconcierto similar.

A nadie le gusta aceptar supuestas verdades absolutas cuando en su fuero interno considera que son meras falacias. A nadie le resulta agradable que traten de darle lecciones de moral aquellas personas a las que considera inmorales. Pero a veces se gana más cediendo y evitando una discusión estéril, que entrando al trapo y complicando mucho más las cosas. No se trata de silenciar lo que realmente sentimos y pensamos, sino de agudizar el ingenio y preguntarnos qué nos conviene más: ¿mantener una relación que nos está aportando beneficios de algún tipo en ese momento o arriesgarnos a romperla por discrepancias con nuestro interlocutor, a quien, por otro lado, sabemos que no vamos a convencer de que cambie su punto de vista?

Si defendemos nuestro derecho a vivir en un mundo libre, hemos de ser capaces de entender que los demás tienen el mismo derecho que nosotros a esa libertad. A ser como son, a pensar como piensan, a creer lo que creen, a soñar lo que sueñan.

Gracias al respeto mutuo, dos personas que sean, piensen, crean o sueñen cosas muy distintas e incluso opuestas, pueden llegar a mantener una relación cordial y a entenderse perfectamente la una a la otra sin necesidad de que ninguna de las dos haga cambiar a la otra.

Pero el respeto es un fruto al que le cuesta mucho madurar. Tal vez porque haya que sembrar-lo con mucha cautela, regarlo con mucho mimo y esperar sin desesperar para cosecharlo.

Con ese respeto, las cargas más pesadas nos pueden llegar a parecer más livianas y de las más duras batallas podemos salir ilesos y fortalecidos.

Aprender a ser uno mismo muchas veces empieza por atrevernos a descubrir quiénes no queremos ser y por perder el miedo a decir NO. Pero, una vez tenemos clara nuestra verdadera naturaleza, no podemos pasarnos la vida creyéndonos superiores a los demás sólo por el hecho de pensar que nos conocemos a nosotros mismos y sabemos cuáles son nuestros límites. Porque, aunque no seamos conscientes de ello, seguimos aprendiendo y descubriendo realidades nuevas dentro de nosotros mismos, que nos van marcando límites distintos y, con cada hallazgo, algo cambia para hacernos más flexibles, para seguir diciendo que NO, pero con más delicadeza, encontrando argumentos que convenzan a los demás pero sin herirlos. Y, cuanto más avanzamos en ese camino de libertad y de ser nosotros mismos, mejor entendemos a los demás por retorcidos que a priori nos parezcan y mejor aceptamos simular esa comunión con ciertas ruedas de molino cada vez que nos conviene hacerlo por nuestro propio interés o por no discutir con aquellos que queremos y nos quieren.

La sabiduría popular siempre habla de unos ojos que no ven y de un corazón que no siente y también de la utilidad de las mentiras piadosas.

Cada persona es el resultado de lo que ha vivido y de lo que ha aprendido. A nadie puede servirle lo vivido ni lo aprendido por otra persona, aunque sus vidas hayan transcurrido en paralelo, porque sus mentes son distintas y sus maneras de conjugar todo lo que han experimentado no tienen nada que ver entre sí. Así, no tiene sentido perder el tiempo intentando hacerle ver a otra persona dónde ni porqué creemos que se equivoca en sus juicios, porque ella podría optar por intentar hacer lo mismo con nosotros y nunca llegaríamos a ningún puerto en el que ninguna de las dos nos sintiéramos a gusto.

Es preferible olvidarnos de los aspectos que nos separan, ya sean ideas, creencias, dogmas o maneras de conducirnos por la vida, y concentrarnos en los aspectos que nos unen, que seguramente serán mucho más importantes y nos beneficiarán con creces a ambas partes.

Ceder para que los que demás también cedan y poder seguir avanzando por el camino del entendimiento, de la empatía y de la creatividad. Evitando discusiones que sólo nos sirven para cerrarnos puertas y reducirnos espacio para seguir creciendo y aprendiendo.

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749


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