Muchas veces despreciamos al ego olvidando que es una creación de nuestro ser. Lo vemos como una fuente de problemas, como algo a superar…En el fondo, esto es tan absurdo como maldecir el barco en el que viajas, como horadar agujeros en su casco y luego decir que es un mal navío.
La educación nos prepara para enfrentar nuestras “naves” en combates que impiden ver los grandes potenciales que encierran nuestros egos. Si dos flotas, en vez de enfrentarse, buscan un objetivo en común que beneficie a ambas, multiplican sus posibilidades. Dos átomos pueden crear una molécula en la que aparecen propiedades que les eran inaccesibles por separado.
Si con tan solo un centenar de átomos distintos la naturaleza y el ser humano han sido capaces de crear tantas maravillas, pensad lo que se podría crear con miles de millones de egos y personalidades dispuestas a colaborar…. ¡Inimaginable!
¿Qué hace falta para que los egos puedan enlazarse en vez de enfrentarse…? Algo tan simple como que reconozcan su propia esencia y se descubran frutos del amor. Pero ya sabemos que lo más difícil de aceptar para nuestra mente programada es lo simple, debido a su ferviente deseo de enredarse en los laberintos de sus creencias. ¿Cómo podemos salvar este escollo…? Pues…empezando de la misma manera con la que trataríamos de explicar algo complicado a un niño…con un cuento.
Érase una vez una amapola que crecía muy cerca de un camino, desde su posición podía desplegar toda la fuerza de su rojo y radiarla hacia los transeúntes, era imposible no fijarse en ella. Sus pétalos danzaban con la suave brisa, llenando de música inaudible el campo. La gente se paraba a mirarla y su belleza les hacía sentir más libres.
Cierto atardecer, una niña que corría delante de su abuelo se fijó en ella y rápidamente su mirada buscó más.
-¡Mira yayo, hay centenares de ellas…! ¡Tengo una idea…cojamos unas cuantas y hagamos un ramo para mamá!
- El abuelo sonrío, embelleciendo las arrugas de su rostro, curtido por las largas horas de trabajo bajo el sol. -- No puedes hacer eso
- ¿Por qué no…? Estoy segura que le encantaría, son tan delicadas estas flores…no las he visto nunca en las floristerías a las que va mamá
-Ni las verás. Son sólo para mirar, ahí está su riqueza. Si intentas cogerlas se te desharán en las manos.
- Entonces… ¿Por qué me provocan con ese color tan vivo? ¿Por qué no intentan pasar desapercibidas para, así, protegerse?
- Su fragilidad libera en nosotros la ternura, la delicadeza…y su color nos recuerda que es fruto de una pasión
- ¿Cuál?
- La de la vida. Tú también naciste frágil y con tu mirada nos cautivaste a todos. Sabemos que podemos disfrutar de tu compañía, pero nunca arrancarte tu libertad.
- ¡Soy como las amapolas!
-¡Sí! – Dice el abuelo, mientras la contempla llenando sus ojos de ternura
- Y como ellas tienes necesidad de hacerte notar, intentas llamar nuestra atención, y aunque a veces parezca que no te hacemos casos estamos siempre sintiéndote.
- Pero…yayo… ¡a mí si puedes abrazarme, no me voy a romper! – Dice la niña corriendo hacia su abuelo y abriéndole los brazos!
Colorín colorado este cuento realmente ha comenzado; ya que puede ser el principio de un nuevo camino hacia nuestra sabiduría.
Querido lector, te invito a mirar este pequeño relato desde una de sus infinitas caras.
Imaginemos que la amapola representa a un ego típico, orgulloso y a la vez temeroso, el abuelo a nuestro ser, nuestra última esencia.
¿Qué crees que podría representar la niña…?
Cuando el ego se abre al corazón, cuando se permite habitarlo, se nutre de su fuerza y sabiduría.
Deja su apariencia de amapola y se convierte en un alegre niño, que no teme expresar sus sentimientos, porque sabe que estos no le van a romper.
Un abrazo-mirada a los egos-amapolas y un abraso a los egos niños.