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NOVELA
Janina Hescheles: Con los ojos de una niña de doce años
12/04/2015@15:40:01 GMT+1Traducción y prólogo de Guillem Calaforra. Hermida. Madrid, 2014. 144 páginas. 15 €. Libro electrónico: 6 €Por Alejandro San Francisco“Amo la vida”, fueron las palabras que, en medio de la adversidad, pronunciaron o pensaron muchos de los condenados en el régimen de la barbarie. A ese amor a la vida se suma otro de los pocos efectos positivos de los campos de concentración nacional socialistas: desde el mismo final de la Segunda Guerra Mundial los campos han sido un gran alimento para la creación literaria. De esta manera, contamos con numerosas y bien logradas novelas y memorias asociadas a la vida en esos verdaderos infiernos que fueron los campos, y nos podemos adentrar en historias reales que superaron largamente la imaginación más fértil.
En esta línea se inscriben estas memorias noveladas de Janina Hescheles, escritas originalmente en 1943, publicado un poco después en polaco y recientemente traducido al español por Guillem Calaforra, en una decisión que se agradece. La historia sucede en Lviv, Ucrania, una ciudad que había experimentado una “polonización”, en la que vivían 110.000 judíos, y que fue sometida en 1939 por la Unión Soviética, como parte de la aplicación del pacto Ribbentrop-Molotov: rápidamente cerraron las sinagogas y persiguieron a los comerciantes. La historia cambió, pero no los sufrimientos, en junio de 1941, cuando los alemanes ocuparon la ciudad, después de la decisión de atacar a sus antiguos aliados, comenzando una nueva etapa de la guerra.
De esta situación escribe Janina cuando apenas tenía doce años y debió sufrir en el campo de concentración de Janowski. Se trata de un libro breve, con los ojos de una niñez y juventud que debió hacerse rápidamente adulta a raíz de experiencias de vida extremas, convirtiéndose felizmente en una de las sobrevivientes del Holocausto que narró su historia a través de unas breves memorias, sencillas y valiosas.
La historia parte, precisamente, con la retirada del Ejército ruso desde Lviv, para dar paso a las tropas alemanas. La mamá de Janina había sido recepcionista y enfermera en el hospital desde el comienzo de la guerra, su papá estaba en casa, vivían en el barrio judío. La ciudad quedó irreconocible después del bombardeo. Comenzaba la hora de las despedidas familiares.
“Si me quieres, sé valiente y no llores nunca”, fue el duro consejo de su padre, pues “llorar es humillarse en la desdicha”. La pequeña sería incapaz de cumplir con esta advertencia. Su madre no fue menos elocuente, cuando la conminó a separarse de ella: “Vete, si me quieres... aguanta valerosamente los sufrimientos por tu madre”. Poco después Janina iría a parar a su propio infierno.
“El primer mes en el campo de concentración fue terrible, ya que cada día al volver del trabajo encontrábamos a niños y adultos del Julag y del búnker que habían sido fusilados, justo al lado de donde estábamos”. Además, recordaba con cierta envidia a su madre, porque para ella todo había terminado.
Su vida acumulaba miedos. Por ejemplo, que la enterraran viva en vez de fusilarla, cuando llegara el momento. También se repetían las decepciones, como ocurría con esos personajes venales que ofrecían servicios a cambio de dinero, a sabiendas que nunca lograrían algo a favor de las víctimas. Y, por cierto, estaban los antisemitas convencidos, siempre dispuestos a golpear, denunciar y maltratar a los perseguidos.
Hay dos cuestiones que, advertimos, permitieron cambiar el curso de la historia. La primera fue un consejo de la mamá antes de la separación con Janina: “Tienes que vengarnos a papá y mí”. La segunda, fue la convicción que se fue asentando en la pequeña, aun frente a la adversidad y a las muertes que se repetían con violencia y arbitrariedad: “Debo vivir... porque amo la vida”, fue su reflexión que se rebelaba ante la parsimonia frente a los asesinos.
Es verdad que entre medias debería soportar el hambre y nuevos sufrimientos, llantos que parecían no tener fin, dudas religiosas y una situación precaria hasta transformarse en un “cadáver viviente”. Hasta que llegó el minuto de “la libertad” y la posibilidad de cumplir con los deseos de su madre, para vengar a sus padres a través de un libro que recuerda y enseña, así como para cumplir con su propia vocación por la vida, que tiene en este libro una de sus manifestaciones más puras y elocuentes.