Revista Religión
“No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:18)
Un banco en Nueva York quiso enviarle flores a un banco competidor cuando éste se trasladó de edificio. La florería, sin embargo, cometió una equivocación cuando trocó la tarjeta de un arreglo floral que iba a dirigido a una de las capillas de la funeraria de la localidad. Por ello, al banco le llegó unas hermosas flores con la tarjeta: “Reciban nuestro más sentido pésame”.
Por su parte, al difunto les llegaron las otras flores con una flamante tarjeta que rezaba: “Felicidades por su nueva ubicación”. Interesante confusión que a la par que divierte, nos puede hacer reflexionar en un tema que ha ocupado el pensamiento de jefes de estado, cineastas, escritores, pintores, escultores, barrenderos, plomeros, albañiles y de los homo sapiens en general: La muerte.
¿Es la muerte el final, o sencillamente “una nueva ubicación”? La mayoría de las personas parecen no saber la respuesta a esta pregunta. Amado Nervo, el poeta mexicano, escribió los siguientes versos cuando falleció su madre: “En vano entre las sombras/ de mis brazos siempre abiertos,/ asir quieren su imagen con ilusorio afán./ ¡Qué noche tan callada, qué limbos tan inciertos!/ ¡Oh Padre de los vivos, ¿adónde van los muertos?/ ¿Adónde van los muertos? Señor, ¿adónde van?” Las trágicas palabras de este poema reflejan la angustia y la ignorancia de las personas en este cardinal aspecto.
El archiconocido evangelista del siglo XIX, Dwight Lyman Moody, dijo cierta vez: “Un día leeréis en los periódicos que Moody habrá muerto, no lo creáis, ese día estaré más vivo que nunca.” Sus biógrafos cuentan que el día de su fallecimiento dijo: “La tierra retrocede, el cielo se abre. Dios me está llamando.” Felices palabras pronunciadas de la boca de un peregrino que estaba por llegar a su destino en otro mundo. ¡Qué distinta expresión, qué sublime esperanza!
El apasionado apóstol Pabló espetó en su Primera Epístola a los Corintios las siguientes palabras: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:55). Su discurso emanaba de la certeza absoluta de la obra sustitutoria de Cristo en la cruz, quien tomó su lugar de condenación para librarlo del pecado y de la muerte eterna. Con entusiasmo manifiesto expresa: “Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria (1 Corintios 15:54).
La muerte para los cristianos es solo un recordatorio del ponzoñoso efecto del pecado. A la vez, se constituye en un acicate para un servicio más elevado, sabiendo que una vez que partamos de esta tierra no queda nada más que hacer por otros, o por nosotros mismos. No es algo incierto o abstracto, es el evento que nos libera de este cuerpo de muerte, para dar paso a la eternal libertad. No le tememos a la muerte, como tampoco la anhelamos. Solo tenemos la plena conciencia que la razón suprema para vivir es Cristo y el morir es ganar.
Conociendo la brevedad de la vida terrena nos apercibimos y nos ocupamos en lo que es ineludible. Nos hacemos eco del poeta cuando dijo: “Sólo una vida, que pronto pasará; sólo lo hecho para Cristo durará”. Gozosos y confiados en el futuro bienaventurado que nos espera, seguimos el ejemplo de una gran nube de testigos que nos aguarda y nos anima desde su impronta portentosa. Queremos ser imitadores de aquellos que siempre esperaron una patria mejor, y descansar plenamente en Aquel que es poderoso para guiarnos aun “más allá de la muerte” (Salmos 48:14).Autor: Osmany Cruz Ferrer
Escrito para www.devocionaldiario.com