Revista Arte
Estaba nervioso, inquieto, expectante apoyado en pared. Una calle que más bien parece una currupina (calle muy estrecha) Sabía que esa tarde pasaría por allí para ir al hospital, era médico. Un cigarrillo tras otro. El día no acompañaba. El viento se fumaba los ducados de dos caladas.Mientras metía la mano en el bolso para ver la hora en el móvil, a lo lejos se escucha un sonido binario. Parecen pasos, zapatos de tacón. Seguro que es ella.Mario metió el móvil al bolso, miró la hora pero no la asimiló. Al instante lo volvió a mirar. Los pasos se acercaban. El corazón comenzó a latir fuerte, el aire parecía que no le llegaba a los pulmones. Seguro que el corazón bombeaba sangre sin oxígeno. El calor se le subió a la cara y la pigmentación de los carrillos se intensificó.Ella se acercaba con la mirada clavada en él. Mario no se atrevía a mirarla para no encontrarse con sus ojos verdes hasta que su pudo distinguir el perfume en su piel, era inconfundible. Levantó la cabeza, sacó el móvil para volver a mirar la hora y rápidamente lo volvió a guardar.Carla se le acercó hasta casi rozarle y mirándole fijamente le sonrió. Era una sonrisa sincera, única, exclusiva, sólo para él.Mario devolvió la sonrisa, echó una calada, bajó la cabeza ruborizado y volvió a meter la mano en el bolsillo para sacar el puto iPhone aunque se contuvo. Parecía tonto, era tonto. Estaba enamorado. Se había enamorado de aquella sonrisa que cada día a la misma hora pasaba frente al mesón que regentaba mientras fumaba un cigarrillo tras otro hasta verla pasar.
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