Si la música celestial existe, y suena de alguna manera, no puede ser muy diferente al divino sonido de los Stradivarius Reales españoles
Sinopsis y ficha técnica
Intérprete Cuarteto Quiroga (Cuarteto en Residencia); Valentín Erben, violonchelo
Lugar Palacio Real de Madrid. Salón de Columnas
Hora 19:30
Programa XXX CICLO DE MÚSICA DE CÁMARA CON LOS STRADIVARIUS DE LAS COLECCIONES REALES
Con los Stradivarius de las Colecciones Reales (el cuarteto decorado y el violonchelo “1700”)
Boccherini: Quinteto G 324 “La Musica notturna di Madrid”
Schubert: Quinteto en do mayor D 956
Comentario previo
Como curiosidad, comentar que cuando empecé a escribir este artículo no sabía muy bien donde meterlo, normalmente clasifico todo espectáculo en Teatro, pero esto no se podía calificar como tal debido a sus peculiares características, y la sección de Música, a secas, tampoco me acababa de parecer adecuada; finalmente, ha acabado siendo un artículo de doble sección, yo creo que le va bien.
Todo el mundo conoce, o debería conocer, los famosos Stradivarius palatinos, un conjunto único en el mundo, concebidos por el propio Antonio Stradivari para otro amante de la música como Felipe V de España (al que prácticamente sólo eso era capaz de sacar de su depresión, muy especialmente la voz del famoso castrato Farinelli); pero finalmente adquiridos, mucho tiempo después, por uno de los mecenas del arte por excelencia de la dinastía borbónica: el futuro Carlos IV, cuando aún sólo era Príncipe de Asturias.
Y es que lo extraordinario de estos instrumentos, no es que sean una serie de objetos reunidos a la postre por un coleccionista, sino que han sido concebidos, con la maestría inigualable de Stradivari para sonar conjuntamente (aunque lamentablemente una viola se perdió entre el “equipaje del rey José”).
A todo esto hay que unir, que de los míticos más de mil instrumentos de cuerda que fabricó el famoso luthier, han llegado a nosotros poco más de la mitad; y decorados personalmente por este, sólo once, alguno que otro en manos privadas.
Y a estas alturas, supongo que no es necesario hablar del reputado sonido inigualable y perfecto de estos instrumentos, el mejor del mundo; y aún hoy en día, un misterio el como su fabricante lo consiguió, teorías muchas, conclusiones ninguna; todo lo cual ha llevado a la fama absoluta a estos instrumentos musicales, que han sido elevados al rango de legendarios (con razón, teniendo en cuenta la “magia” que les rodea) y al parnaso por excelencia de la historia de la música; gloria de la cual, aún vive y promociona Cremona, la región italiana cuna de estos afamados objetos.
Por todo lo anterior, es tan importante y emocionante el hecho de que tengamos un quintento tan singular en el Palacio Real. Sin embargo, durante años, sólo se pudo suponer como sonaban, pues aunque los podíamos admirar estéticamente (ya que han estado expuestos en diversas salas a lo largo de los años en el Palacio Real) y deleitarnos con su preciosa decoración formada por las delicadas incrustaciones y los bellos trazos que adornan estos bellos objetos, unicamente podíamos suponer como sonaban.
Esto no significaba que siempre estuvieran en las vitrinas, lejos de cualquier contacto con el exterior (de hecho, en una ocasión se rompió el mástil de un violonchelo y fue necesario restaurarlo inmediatamente), pues, al igual que la mayoría de las cosas, el uso (paradójicamente, aunque el exceso de este también es siempre perjudicial) era lo único que evitaba que se estropearan. Pero ello no suponía que sonaran para cualquiera, pues, al contrario que el también excepcional órgano de la Real capilla (para el que a menudo Patrimonio Nacional ha organizado conciertos gratuítos), en el caso de los Stradivarius sí había conciertos, privadísimos a los que acudía principalmente la Reina Sofía; y de ese modo, parecía que seguirían sonando para la Realeza y sus allegados indefinidamente (la única manera de conseguir entrar a esos esporádicos conciertos era exclusivamente con invitación de Casa Real, y por supuesto, siendo trabajador de Patrimonio Nacional), tal y como habían hecho durante siglos….
Y entonces la crisis entró en juego (algo bueno tenía que tener), y Patrimonio Nacional cambió la estrategia… por primera vez; algo un tanto desagradable, hay que reconocerlo; cobraría sus conciertos (sin mencionar que, últimamente, ya lleva tiempo sin haber en Madrid un sólo concierto gratis por parte de esta institución), y el primer evento con el que inauguraría este nuevo sistema sería precisamente con la joya de la corona musical: los Stradivarius Reales.
Eso fue el año pasado, según me enteré, rápidamente me interesé en el tema; no era para menos, ¡los famosos Stradivarius!, ¡al fin, al fin, con lo mucho que yo había luchado y deseado entrar en alguno de aquellos otros conciertos exclusivos, por fin mi deseo se cumpliría!. Rápidamente me imaginé que sería carísimo, pero me daba igual, “son los Stradivarius”, me decía; que sorpresa y que gran alegría, cuando el concierto resultó ser una ganga y estar al nada abusivo ni desmedido precio de 11 euros; ciertamente Patrimonio Nacional no había hecho bien cobrando sus conciertos, pero al menos no se había excedido en el precio.
Las noticias no paraban de llegar acerca del tema, y como si volvieramos a la época de las grandes y deslumbrantes cortes de pasados siglos, el Cuarteto Quiroga (grupo musical de gran prestigio; de origen gallego y cuyo nombre homenajea a un instrumentista de la misma nacionalidad) se convertía en el “cuarteto en residencia”, es decir, en los músicos reales, en los instrumentistas de cámara regios… lo cual me parecía genial, pues está muy bien que haya personas que conozcan bien los instrumentos y que tengan un gran dominio sobre ellos, lo que sólo puede beneficiar a la audición final (aunque finalmente no serán los únicos que tengan el privilegio de tocarlos, o así se anuncia en la programación).
Pero pronto mi gozo estuvo en un pozo, la pésima organización para la venta de entradas convirtió el tema en una pesadilla imposible de salvar, ni por internet, y mucho menos en la terrorífica estafa del teléfono 902… las dificultades y problemas interminables de datos con las tarjetas se convirtieron en una horrible zozobra que culminó con la imposibilidad de adquirir las entradas (¡claro!, con razón las entradas aparecían compradas y luego quedaban libres, ¡era el caos máximo!); y al final todo el mundo echando humo y descontento, debido a un caos que, afortunadamente, ha sido subsanado en las nuevas ediciones.
A pesar del fallo de la primera vez, yo nunca he sido una persona que se rinda fácilmente, así que volví a intentarlo una y otra vez… y a la tercera, va la vencida, ¡por fin conseguí ir!, cuando sucedió, finalmente fue tan asombrosamente fácil que no me lo creía, es más, hasta el último momento llegué a pensar que algo se cruzaría en mi camino y que de algún modo me impediría escuchar los Stradivarius.
Aún así, no os creáis que es un proceso fácil: hay que estar pendientísimo de la web de Patrimonio Nacional para ver cuando salen las entradas, y luego madrugar y estar actualizando continuamente la página web para poder comprar, pues sabes bien, que será una lucha encarnizada y cruenta contra medio Madrid (y no sólo con habitantes de esta ciudad, si sólo fuera con ellos…) que se está matando por conseguir una butaca como sea. A mí personalmente, casi ni me dio tiempo de ver que butaca cogía o donde estaba situada (aunque tuve muy buen sitio, centrado y en una fila cerca de la tarima donde se situaron los músicos) debido a la rápidez de la que tuve que hacer gala, aún llegaré más lejos, hasta el último momento, no estuve muy seguro de si había cogido un buen sitio, y yo no soy en absoluto persona de dejar las cosas al azar, y mucho menos aquellas por las que pago.
Finalmente, y con la compra realizada (aunque con el temor mencionado de que, de algún modo, cualquier cosa impidiera que escuchara los Stradivarius), me dispuse a esperar el gran día.
Faltaba tiempo para el tan ansiado evento, de modo que pude ir pensando en como me prepararía para día tan emocionante y especial; no era para menos, con toda probabilidad sería uno de los conciertos, y quizás momentos, más especiales de toda mi vida, un hito digno de rememorar: escuchar el mejor conjunto de cuerda frotada del mundo y probablemente de la historia, en un ambiente único: el salón de columnas del Palacio Real (que por cierto, he observado que tiene humedades y desprendimientos, alguien debería de ocuparse de eso…), que siempre ha sido uno de los lugares tradicionales de gran ceremonia para la monarquía española, no sólo recientemente (la abdicación del Rey padre o su firma para la adhesión a la CEE, por poner unos ejemplos), sino desde siempre, de hecho, es muy posible que estos históricos instrumentos musicales sonaran en esta misma sala para Carlos IV, ya siendo monarca; tal vez tocaron decadentes valses en alguna de las trasnochadoras fiestas de Isabel II, rodeados por la exuberante decoración planificada por su marido; e incluso, a pesar de la pérdida de protagonismo de este histórico salón durante la restauración,puede que le llegara, en alguna ocasión, el sonido de los viejos instrumentos… y estando, como siempre ha estado, bajo el amparo de Apolo, no es para menos.
Por todo ello, decidí hasta vestirme para la ocasión, aunque la verdad, fui de los pocos, en general hubo una más bien penosa e insulsa informalidad (por decírlo de una forma políticamente correcta).
Pero no fue lo único que me dio tiempo a hacer, también pude hacer conjeturas acerca de lo que iba a ver. He de confesar que yo soy más de música vocal que instrumental (por lo general todo el mundo se decanta por una cosa u otra), y la segunda, a menos que esté muy bien dirigida e interpretada, fácilmente puede llegar a aburrirme, por lo que comenzaron los temores, ¿qué me encontraría?, ¿supondría un aburrimiento o una decepción?, ¿habría valido tanta lucha y espera la pena?, me consolé pensando que, fuera como fuera, al fin y al cabo, escucharía unos instrumentos históricos y únicos en el mundo, y que sólo por eso, por vivir esa experiencia singular, ya valía la pena, ahora bien, ¿se quedaría todo en eso?, ¿acabaría por afirmar no entender el porqué de tanto revuelo con los Stradivarius y el no ser capaz de verles nada especial?, no sería la primera vez que tal cosa me pasaba. Pero contestar a esas preguntas ya es tema de la…
Crítica
Una sola nota, tan solo una nota de uno de los violines con la que comenzó el concierto, bastó para confirmar que estaba ante algo absolutamente único y extraordinario; el resto del recital, supuso sólo la ratificación permanente, total e incuestionable de aquella breve, pero intensa, primera impresión que resultó ser una de las más correctas que he tenido jamás.
Hasta tal punto he quedado deslumbrado, que he llegado a pensar en no publicar nada de esto (o en quitarle importancia) para que sea más fácil volver a conseguir entradas, pero finalmente, como auténtico y verdadero amante del arte que soy, siento la necesidad de difundir tan buena nueva, siento el deber de hacer saber a todo el mundo que conozca esta maravilla, consiga o no yo entrada, porque todo ser viviente debería, al menos una vez en la vida, o durante unos minutos, disfrutar de ese sublime y exaltador sonido, de ese éxtasis artístico sin igual, que producen los Stradivarius Reales.
Cualquiera que lea Universo de A con cierta frecuencia, o si echa una ojeada a algunas de las críticas publicadadas, observará que soy un espectador muy exigente, poco impresionable, y a quien no le dan gato por liebre fácilmente… por ello, me parece especialmente significativo todo lo que escribiré a continuación, pues visto lo anterior, esto realza aún más sus sobrados méritos.
Es maravilloso, es indescriptible la belleza del sonido de estos instrumentos, con una potencia, una capacidad de envolvencia que se apodera de todo, una pureza, una magia deslumbrante que te embruja incondicionalmente nublando todo pensamiento que no sea el dedicado a esa música excelsa….
Confieso que apenas pude pensar durante el concierto, algo muy raro en mí, que me distraigo con enorme facilidad, me guste o no lo que veo, pero aquel bello sonido me dejó cautivado como no soy capaz de recordar en mi vida, mi mente sólo era capaz de estar pendiente de la música, y los pocos pensamientos que era capaz de tener, estaban únicamente dedicados a afirmar la magnificencia de lo que escuchaba.
Estuve al borde de las lágrimas incluso, de tal emoción que me produjo; y en pleno éxtasis durante una buena parte: con los miembros agarrotados, la respiración entrecortada y el corazón y el pulso aumentando de velocidad cada vez más… fue algo absolutamente increíble.
Había planeado degustar a la vez, la música y las bellas artes (como suelo hacer en todo concierto en algún lugar histórico, y en este especial caso, no era para menos, estaba en el precioso salón de columnas), pero me fue absolutamente imposible, la música me atrapó de tal modo que no pude pensar en otra cosa.
Y sólo con muchísimo esfuerzo, pude fijarme en los propios instrumentos musicales, y en como el cuarteto Quiroga arrebataba aquellas melodías excelentes, a esas preciosidades históricas con esa portentosa decoración; traté de prestar atención a como los tocaban, como se movían… pero la música me poseía de tal modo que tenía que rendirme a su encanto sin igual, renunciando a toda lucha y presentándole una rendición incondicional, había vencido, sólo existía ese sonido glorioso.
Cuando terminó el concierto, y solamente cuando acabó, pude pensar en como Apolo, dios de la música, de las artes y del sol; había presidido orgullosamente todo el recital (que sin duda estuvo bajo su simbólica influencia) a través del fresco de Giaquinto “El sol ante cuya aparición se alegran y animan todas las fuerzas de la naturaleza”. También me vinieron a la cabeza los ángeles del pórtico de la gloria y sus famosos instrumentos medievales que fascinan a los visitantes y peregrinos, y que tanto han dado que hablar a los historiadores… y fue cuando pensé que si en el cielo hay música, tiene que sonar de forma parecida a los Stradivarius, pues su sonido es absolutamente divino, no pertenece a este mundo, no puede ser terrenal… por eso, sólo al final, pude volver a ser consciente del lugar tan maravilloso en el que estaba, puesto que hasta ese momento, había desaparecido por completo.
Además, y también a su favor he de decir que por lo general, no me entusiasma la música de cámara (la considero, por lo general, demasiado reducida y con poco color para mi gusto) y mucho menos la cuerda frotada sola (por una razón personal, de pequeño tocaba el violín por obligación y lo detestaba, básicamente porque nunca quise, por lo cual no aprendí a usarlo, y cualquiera que conozca el más difícil de todos los instrumentos, sabrá que sólo hay una manera de tocarlo: perfecta, o que parezca que estás matando a un gato; en mi caso, y en mis mejores momentos, yo nunca pasé de que pareciera que estaba intentando bañar al minino… es más, durante años, he sentido escalofríos cuando oía un violín solo -hasta ese punto me ha traumatizado-; sin mencionar que es un instrumento asqueroso: la resina con la que hay que frotar el arco es pegajosa, luego ensucia el instrumento, y te pasas la vida limpiándolo; las cuerdas te dejan los dedos hechos puré de tanto apretarlas; y es incomodísimo de tocar a nivel de postura… para mí, más que un instrumento musical, lo fue de tortura).
En definitiva, los Stradivarius no sólo satifacieron mis expectativas sino que las superaron mucho más ampliamente de lo que pudiera imaginar, y puedo confirmar totalmente que su merecida fama, no sólo está justificada, sino que no se habla lo suficiente de ellos, y lo que es peor, tampoco se los escucha demasiado; es más, desde que los he oído, en todo este tiempo no he dejado de preguntarme porque no se graba un disco con estos instrumentos, yo lo compraría sin duda alguna, aunque es cierto que temo que los micrófonos no sean capaces de registrar su poder hechicero.
No obstante, no se le puede dar absolutamente todo el mérito a los instrumentos, que difícilmente harían nada sin unas manos adecuadas que los tañan, y no hay duda de que el Cuarteto Quiroga (al que escuché yo en mi primera vez) se merece total y absolutamente la confianza que Patrimonio Nacional ha depositado en ellos convirtiéndolos en el cuarteto en residencia (o los músicos de cámara regios para este blog); porque, ¡qué maravilla!, ¡qué intensidad!, qué manera de vivir la música, y lo que es más importante, de transmitirla (cosa de la que no todo el mundo es capaz, por más pasión que ponga en ello) con una pasión embriagadora de la que contagian al espectador de una forma inimaginable, ¡que brillante talento!, pocas dudas tengo de que los Stradivarius no podrían estar en mejores, más excelentes y escogidas manos.
Todos ellos estuvieron perfectos, y también el invitado, en una coordinación perfecta, eran un conjunto sublime que le dio todo su sentido a la razón por la que estos magníficos instrumentos habían sido creados: para sonar juntos inigualablemente bien.
Aún diré más, yo, ha sido una de las pocas veces en las que he hecho una ovación en pie y gritando “bravo”, una pérdida de compostura muy poco habitual en mí, pues muy entusiasmado y arrebatado tengo que estar para que eso suceda… pero lo estaba, ¡vaya si lo estaba!.
De hecho me sorprendió la cierta frialdad de una parte del público, y una de dos (o ambas que no son incompatibles), o no tenían ni idea de lo que escuchaban o se creían que por ser más distantes iban a parecer más cultos y expertos; personalmente, oyendo a algunas personas, pude comprobar afirmativamente ambas suposiciones; sin ir más lejos, unos cuantos, para mi indignación y vergüenza ajena, no sabían ni de que iba el asunto, y no hubieran sabido apreciar la diferencia entre un Stradivarius y la corneta de la legión.
Además, no se puede dejar de reseñar la acertadísima elección de las piezas escogidas para el concierto, un quinteto de cuerda de Boccherini y otro de Shubert (todos los cuales, perfectamente pudieron haber sido tocados en pasadas épocas, en este mismo salón, por los mismos instrumentos).
El primero excesivamente corto (hasta tal punto que llegué a temer que el concierto sólo durara media hora… y entonces el gasto no habría sido tan rentable, aunque la pieza de Shubert resultó ser mucho más larga y ocupar la mayor parte del tiempo), aunque rápidamente, y con facilidad, nos retrotraía a la época en la que sonaron por primera vez los instrumentos en palacio; sin embargo, no sobra decir, que quedó ganas de más Boccherini.
Pero Shubert nos compensó sobradamente con su apasionado romanticismo en forma de una arrebatadora música que conmovía y exaltaba todo sentimiento y emoción. En definitiva, un programa deslumbrante para una velada perfecta en Palacio, yo no hubiera sido capaz de imaginar nada mejor ni más inolvidable.
Para finalizar, hablaré del evento en sí, que, aunque queda totalmente a la sombra de la música, no deja de ser reseñable y destacable.
Acudir al concierto es emocionante desde un principio, la entrada es por el arco de Santiago, lo que da la oportunidad de recorrer la mitad del precioso patio de honor que es la Plaza de la Armería y degustar, en el cercano crepúsculo, la bella fachada de Palacio, uno de los más bellos del mundo (en mi opinión y la de muchos).
Pronto te recibe gente vestida de época (yo diría que siguiendo el modelo del reinado de Alfonso XII y que se mantuvo durante toda la restauración), un soldado, y después los acomodadores (estos, yo diría que con las mismas libreas que se usaban antes, con tanto acierto, en el Teatro Real; antes de que los veteranos acomodadores fueran sustituídos por los macarrillas y estos volvieran a ser reemplazados también, por suerte); por lo que acudir a este concierto es toda una experiencia, algo realmente emocionante a vivir, como trasladarse a otra época.
Pero antes de que eso suceda, aún habrá que atravesar el bello zaguán principal; una de las escaleras reales más bellas del mundo (he visitado múltiples palacios y castillos de todo el mundo, y esta, estéticamente, es la que más me gusta); la sala de guardias donde se ha habilitado un improvisado guardarropa (que no consigna, este concierto tiene clase y estilo) y después una mesa, lugar en el que se preparan para recibirnos y acompañarnos a nuestro asiento.
Sin embargo, llega el momento de señalar uno de los escasos defectos del evento, y es que la organización está sobrepasada por la afluencia de público (¿suena ridículo en una actividad tan medida y controlada como debería de ser una de estas características?, ¡sí!, la verdad es que llega a ser una situación muy absurda), como no tienen las sillas numeradas (una estupidez monumental que se arreglaría colgándoles una chapa a cada una sin necesidad de deteriorar nada) tienen varios acomodadores que tienen que aposentar a espectador por espectador, y así más de cien, en su correspondiente butaca, y como no saben donde está, tienen que ponerse a contar los asientos para asombro del asistente, que le cuesta dar crédito a un fallo logístico tan básico, evidente y elemental.
Sin mencionar que los que reciben las entradas para ubicarte, antes de pasárselas a los acomodadores, se les nota desbordados por su trabajo y agobiados, aunque eso se percibe en buena parte del personal de sala. Ello repercute negativamente en el espectador, muy especialmente, por el hecho de que le obligan a presentarse con un mínimo de 45 minutos de antelación (sí, lo sé, lo nunca visto) sin ninguna necesidad, algo que no ocurre en absolutamente ningún sitio. Desde luego, si el evento sale bien, la verdad es que no es por la buena organización con la que se lleva a cabo.
Afortunadamente, y como ya digo, este es uno de los escasos defectos de este acontecimiento, en el que también hay que hablar de la cierta amabilidad de algunos de los que están cara al público (los que lo son, porque los que no… son para darles de comer aparte, debería de haber alguien que controlase medianamente la calidad de la atención al público).
Pero dejemos el tema, pues no quiero dejar de señalar las cosas buenas que priman, con gran superioridad sobre las malas, así, entre otras cosas, se puede disfrutar de las salas mencionadas del Palacio Real sin restricciones y totalmente alfombradas (como deben de estar cuando vienen los Reyes), ¡sí, habéis oído bien!, sin cargantes cordones que impidan acercarse a las obras de arte, sin limitaciones, pudiendo andar a tu aire (bueno más o menos, que los vigilantes no te quitan mucho el ojo, y tardan poco en enviar miradas de fulminante sospecha, pero es cuestión de fingir que no están) por las salas y descubrir su verdadera amplitud, además de acercarse a los objetos que apenas se atisban al fondo de la sala durante una visita normal… ¡que maravilla!.
Tampoco sobra hablar del programa, no muy bien diseñado a nivel práctico ni muy estético (pues hay que buscar concienzudamente en el medio de este para saber las piezas que se van a tocar, algo que también lo vuelve extremadamente engorroso y poco práctico a la hora de la consulta durante el concierto; y, salvo el reducido y agradable colorido, además de algún cambio de fuente, no ofrece mayor alicente estético), pero sí bueno a nivel de información, siempre se desearía más, y es mejorable, pero lo que hay está muy bien pues habla sobre temáticas muy variadas (su mayor acierto, toca todas las materias posibles: la música en sí, los intérpretes, los instrumentos… aunque ojalá profundizara más) acerca de lo que vas a ver.
Conclusión: el concierto de los Stradivarius palatinos de las colecciones Reales españolas es algo que hay que vivir al menos una vez en la vida, un placer inigualable, un éxtasis artístico exaltado, desmedido y sin descanso, una vivencia única e inolvidable que se quedará grabada a fuego para siempre en nuestra memoria racional y emocional, un evento artístico sin igual, una oportunidad de formar parte de la historia… pero sobre todo, algo sublime y celestial.