La pantalla gigante se me hizo un poco pequeña
Mi mujer está llorando a mi derecha, mi hija menor de edad a mi izquierda gritándole a Eddie Vedder que quiere un hijo suyo, la chica que tengo detrás lleva desde que ha comenzado el concierto lanzando gritos de éxtasis dignos de la grupie más entregada… y yo, por el bien de mi reputación, a duras penas consigo contener mis ganas de hacer lo mismo que ellas y me tengo que contentar con lanzar algún yeaaahhh bien varonil de vez en cuando y poner en riesgo mi vida haciendo headbangin’ y dando botes grungeros en plena grada (aunque pronto me doy cuenta de que semejante ejercicio ya no me sienta igual de bien que hace veinte años)… Pero no, no frivolicemos la cosa más de la cuenta, no vaya alguien a pensar que estábamos en una reunión de grupies en celo en vez de en un concierto de rock, nada más lejos de la realidad… ejem… Lo que sí es cierto, como de algún modo ya sospechaba, es que un concierto de Pearl Jam hoy en día es algo que trasciende lo meramente musical para convertirse en algo más que no sé cómo definir ¿Quedaría muy grandilocuente hablar de una ceremonia de hermandad y conexión entre una banda de rock y todas las almas que acuden a su llamado para invocar juntos la presencia benefactora del espíritu del rock and roll más honesto y apasionado? Quizás, pero no iría muy desencaminado. Para muchos de nosotros es también un sano y maravilloso ejercicio de nostalgia de un tiempo no tan lejano pero sí irrepetible…
Dudo que haya muchas bandas hoy en día (más bien creo que casi ninguna) cuyos fans sientan por ellos la pasión, el cariño y la veneración que sienten los fans de Pearl Jam por su banda, porque eso es Pearl Jam, su banda, algo que les pertenece, que nos pertenece y nos hace sentir orgullosos. Y Eddie Vedder y sus compañeros lo saben y corresponden con absoluta entrega desde el primer al último minuto de concierto dejándose la piel en el escenario mientras van desgranando durante casi tres horas un temazo tras otro hasta completar los 33 que han decidido tocar esa noche (alucino con esa versatilidad que les ha permitido tocar, en unos pocos meses de gira, como 115 temas diferentes). Eddie se esfuerza en mostrarse cercano y comunicativo con el público, se expresa en un castellano bastante correcto, a mitad de concierto baja a saludar y dar la mano a los afortunados de las primeras filas y Mike McCready sigue su ejemplo… Se los ve contentos y se nota que están disfrutando de la velada y eso no tiene precio.
Recuerdo cuando me esforzaba en aprender vuestros nombres
En el concierto no han dado tregua, desde el inicio arrollador con “Corduroy” precedido por el “Interstellar Overdrive” de Pink Floyd a modo de intro, hasta los últimos compases de “Yellow Ledbetter”, todo ha sido pura intensidad y emotividad. En cuanto a mí, después de gritar con toda mi alma “Why Go” casi a las primeras de cambio ya tengo claro que esta noche me voy a quedar sin voz, aunque el primer momento (no puedo decir mágico porque toda la noche lo fue) de emotividad y nostalgia desmedida se produce cuando suenan los primeros acordes de “Even Flow” y todos los recuerdos acuden en tromba, y rememoro el día en que compré y escuché por primera vez el vinilo de “Ten”, hace 20 años, y por primera vez empiezo a ser consciente de lo que estoy viviendo aunque no termine de creérmelo. Los momentos como ese se suceden a lo largo de toda la velada, especialmente con los temas de “Ten”, aunque también cuando suenan “Immortality”, “Better Man” o “Daughter”. Con “Jeremy” y con “Alive” se produce una auténtica apoteosis y con el solo de McCready en el segundo el estadio casi se viene abajo. Aunque los temas de “Backspacer” no tengan para mí la misma carga emotiva que los anteriores estoy a punto de soltar la lagrimita (mi mujer no se contiene) cuando Vedder en solitario acompañado de su guitarra canta “Just Breathe” y se la dedica a una pareja de afortunados recién casados, pero sé que mi reputación está completamente a salvo gracias a mis salvajes exhibiciones de headbangin’ con “Blood”, “Not For You”, “Go” o “Porch” y además cuando muevo todo mi esqueleto al ritmo de “V.M.A.” me siento el tipo más sexy del mundo. Y el más realizado cuando entono durante horas, junto con otros miles, el tururututururuuuuuuuuuu final de “Black”. En un momento del concierto me detengo a observar, simplemente observar, a esos cuatro músicos que están alineados al frente del escenario: Gossard, Vedder, Ament y McCready (lamentablemente mi posición me permite ver la batería de Cameron pero no a él), y recuerdo cuando con ese primer vinilo entre mis manos trataba de memorizar esos nombres, al igual que hacía con los de Alice In Chains y otras bandas de la época, y entonces me digo que me alegro mucho de que hayamos llegado hasta aquí… esos tipos son mi generación y estamos en plena forma. Pero no hay tiempo para muchas más elucubraciones porque los temas memorables siguen cayendo y lo de “Rockin In The Free World” casi al final sencillamente no tiene nombre por lo alucinante que resulta ver a todo el estadio gritando esa consigna con una sola voz y a la banda absolutamente entregada y desatada sobre el escenario invitando a subir a la banda telonera a cantarla con ellos y alargándola y alargándola hasta la extenuación. La poquísima voz que me queda a estas alturas me la dejo ahí con todo el gusto.
Keep on rockin in the free woooorld...
Durante todo el concierto no he dejado de alucinar con la entrega de un público (en su mayoría debe de estar entre los 20 y los 45 años) que parece conocer las letras de todas y cada una de las canciones cantándolas a voz en grito de principio a fin, desde que comienza hasta que termina el concierto, y por ello no sorprende el hecho de que cuando dan el cierre ya nadie tenga fuerzas para pedir más, simplemente la banda ya no da más y nosotros tampoco, y tan solo nos queda irnos a casa para rememorar desde ese mismo instante y durante los días posteriores lo que acabamos de vivir, lo más parecido a un sueño de rock and roll que nos podemos echar a la espalda.
Hasta siempre chicos