Poco más serían de las once de la noche cuando entraron nuestros Monos y Monas en el salón, y después de hacer al noble caudillo que presidía, la acostumbrada arenga, propuso que era necesario concluir la sesión que había quedado pendiente la noche anterior, sobre si podría ser ventajoso al comercio, artes y agricultura de España el juntar en Madrid por un edicto general todas las comedias antiguas nacionales que se hallan impresas, para hacer una hoguera de ellas en la plaza mayor, y sustituir en su lugar esas sublimes piececitas francesas del nuevo cuño, que atacan de recio a nuestras bárbaras costumbres antiguas, y nos enseñan a amar la virtud de una tierna doncella, a quien se la pone en franquicia parar ser independiente en el mundo; y a desterrar esa antigua preocupación española en cuanto a la fe de los esposos, haciendo propagar la independencia y libre comercio por todas partes.
Se levantó uno de los Monos de la casta de París, tenido entre ellos por el que mejor que otro alguno enseña los dientes, hace gestos y visajes con otras monerías a la moda de ella, y con ronca y fría voz dijo: «¡He bien! esto está debido mejor que todas las comedias españolas son indecentes, no hay en ellas el bello artificio de adormecer a la gente durante la representación, y de hacer que bostecen todos a un tiempo. El lenguaje de las españolas es hinchado y quijotesco, al paso que el de las francesas es de la plaza o de bodegón, que es como debe ser el estilo cómico: [1198] las pasiones de aquellas son fuertes, y al contrario las nuestras son fresquitas y dulces como un almíbar, tanto que hay amante que se queda dormido cuando pide celos a su señora: no hay en las españolas ni una sola pintura de un bosquete delicioso sembrado de arroyuelos que serpentean el prado, donde cantan los canarios con moños, los grajos con colas, y los murciélagos con tetas; y en fin no hay aquel todo que hace apreciables las piececitas del día: lejos de nosotros esas comedias monstruosas.» Bravo, bravo gritaron todos los Monos, pero levantándose un Mono italiano dijo: «¡Ó cospeto de baco! Nel intro non debe haber mas que opera italiana, per que un aria cantata per la virtuosa Bambichini, e per el soprano Marimosconi hacendo dua milla trinos e gorgoritos, e la cosa ma magnifica del mondo: ¡ó qué piachere sento en el ánima al ver a una dona qui fá il pacarito qui canta nel jardino: e altra dona que piora: al soprano qui fá el pi, pi, pi: al tenore el ba, ba, ba: y al baso el bu, bu, bu. Per Dio, que es el espectacolo mas echelente qui han veduto li homini, quando tuti le cantori sonan la pieza conchertata della opera dil Chentauro Nezzo, ni que li corni, le violini, le violonchelo, le violone, le timbali, le bombo, le tamborini, e tuti li altre instrumenti fan la agradabile e delichiosa consonanza qui nos incanta».
Bravo, bravo, gritaron les Monos, opera queremos, que con esa clase de música están entonados nuestros casco; opera, opera, con arias empastuchadas, al gusto moderno.
En este instante se levanta un Monazo español de aspecto serio, tétrico, y pausado en sus palabras, y encargando silencio, habló de esta manera: «¿Quién son esos necios que quieren corromper y degradar a mi nación del carácter generoso, arrogante y sensible con que se ha sabido distinguir de todas las naciones? bien dice ese pueblo que nos sufre, que solo nuestra especie es capaz de producir tantos fatuos en el mundo. El español que se halla penetrado del fuego y del espíritu que le infundió el terreno feraz en que ha nacido, no puede gustar jamás de esas mezquinas comedias, que solo satisfacen a una porción de aturdidos que miran sin reflexión los objetos que se les presentan. ¿Y cómo ha de gustar de una música, fría, escabrosa, y trasportada de unas piezas a otras si siendo el único oficio de ella el dar mayor valor a la letra del Poeta, solo oímos gritos, chillido , y enjuagatorios en sus trinos y gorjeos, y un confuso hacinamiento de instrumentos para causar ruido, estrépito y alboroto en sus acompañamientos, de suerte que sólo pueden sonar bien al que naturaleza anduvo más pródiga en concederle orejas. Fuera de nuestra patria esas comedias insípidas, y esas operas desatinadas.» Fuera, iban a gritar todos, cuando poniéndose en dos pies un Monote de la casta de Bilbao exclamó como pudo: «¡Qué patria, ni que calabaza!, a lo que debemos atender es a nuestro propio interés; y así, señores, vamos a calcular primero si puede tenernos cuenta el traer dos cargamentos de piezas francesas, y [1199] operas italianas, y repartirlas como género de última moda por esas plazas, que como el comercio es el que constituye el alma y la riqueza de un estado, importa poco que se pierdan todos nuestros usos y costumbres por muy puros que sean, con tal que logremos enriquecernos.» Nada menos que eso, gritaban las pobrecitas Monas, vengan nuestras comedias españolas, y nuestra música nacional. Fuera, fuera, levantaban la voz la mayor parte de los Monos, comedias del nuevo cuño, y operas macarronas son las que pedimos, y de repente alzándose todos de sus asientos se tiraron a arañarse unos a otros.
El Naturalista que vio la suya desde la cornisa, alarga una punta de la red que llevaba al ayudante, y tendiéndola de improviso sobre ellos los cazó a todos, sin que uno solo se le pudiera escapar.
Aquí fue la confusión, aquí la gritería y alboroto de nuestros animalitos; y aquí los palos y los zurriagazos que repartían el amo y el criado sobre ellos.
Por último tuvieron que ceder, y los llevaron a su casa, donde se hallan los pobrecitos a ración de pan, agua y latigazos, hasta que purguen su delito.
Esto me encarga nuestro sabio Naturalista que diga a vmd., señor Diarista, para que lo anuncie al público, previniendo que todo lo dicho, ni más ni menos, ha pasado desde que estos Monos se escaparon de la plaza, según la relación sencilla que allá en su lengua mona le han hecho los de más juicio entre ellos: y advirtiendo que se dispone a marchar de esta Corte antes que le suceda otra catástrofe.
Buen viaje, Dios le de mucha ventura, que a nosotros no nos fallarán otros animalitos tan preciosos como estos, que nos diviertan. Agur.
D. Preciso.