El tronco añejo se resiste; los uniformados vuelven a tirar de las sogas. Las ramas casi tocan el suelo y sin embargo no se rompen. Cuando la fuerza cede y el algarrobo recupera su altura, algunas hojas se desprenden, resignadas.
La motosierra se ensaña con la herida abierta a hachazos. El árbol cruje, rechina, resuella; tambalea por última vez. Por fin cae mutilado, mientras el bosque llora la ejecución de otra condena a mueble.