No resulta muy complicado llegar al centro de la ciudad de York. Como en (casi) cualquier otra ciudad inglesa (o de prácticamente cualquier otro país), el centro se reconoce con cierta facilidad, por la monumentalidad de los edificios, por la afluencia de peatones a zonas comerciales y de servicios, por la existencia de áreas restringidas al tráfico (peatonales), etc.
(Fuente: elcorteingles)
En esa ocasión conseguimos llegar sin muchos problemas al centro de York. Otra cuestión fue, tras una visita a pie, salir de York y encarar la vuelta en dirección sur, hacia Londres. Ese día, el copiloto (a mi izquierda) era mi padre. En algún momento debimos fallar en la elección de la salida correcta de alguna rotonda. La realidad es que las carreteras por las que íbamos circulando eran cada vez de más baja categoría. Veíamos que no estábamos en el buen camino, pero yendo en coche lo más fácil es seguir adelante y confiar en encontrar una señal salvadora.
En las intersecciones, a veces decidía yo y otras hacía lo que le parecía más conveniente a mi copiloto. Lo cierto es que la carretera se acabó convirtiendo en un camino agrario, sin asfaltar, cada vez más estrecho, hasta que terminó frente a unas granjas agrícolas, quiero suponer que en las afueras de York.
Ese día tardamos mucho tiempo en reconocer que no íbamos en la buena dirección, y confiamos en exceso en que todos los caminos llevan a Roma. Quizá hubiéramos podido dar la vuelta bastante antes de llegar a las granjas, y habríamos podido ahorrar mucho del tiempo que acabamos perdiendo. Cuando ya fue evidente que hacia adelante no había nada, empezamos a retroceder, hasta conseguir llegar a esa rotonda maligna donde habíamos errado nuestra elección. Cabe decir que, por supuesto, acabamos llegando a Londres, sólo que bastante más tarde de lo inicialmente previsto.
Todo esto sucedía en una época en que el problema no es que no lleváramos GPS en el coche de alquiler, sino que el GPS, simplemente, todavía no existía.
Desde hace ya unos cuantos años (todavía lo pagué a precio de oro), tengo un dispositivo GPS para el coche (un tomtom GO 910) que utilizo habitualmente cuando salgo de viaje, sea por España o por otros países vecinos. Y debo añadir que lo adoro.
En los últimos años, este tipo de dispositivos se han popularizado, lógicamente han bajado de precio, han mejorado sus prestaciones, especialmente el tamaño y visibilidad de la pantalla, y han dejado de ser culones (como todavía lo es mi GO 910), en una evolución parecida a los televisores. Sin embargo, curiosamente, ninguno ha superado la capacidad interna de almacenamiento de 20GB que tiene el GO 910, que permite guardar varios mapas detallados (de distintas regiones del mundo) o incluso fotografías o música MP3.
Muchos acusan al GPS de provocar en el conductor una merma de atención en su labor. De alguna forma, como nos lleva de la mano, nunca aprendemos a ir solitos. En cierta manera es cierto. Pero quiero dedicar hoy unas líneas a un panegírico decidido de los GPS y a una defensa a ultranza de su utilidad, siempre que no les cedamos a ellos la inteligencia del viaje, sino solamente su logística.
Algunos piensan que con los GPS ya podemos olvidarnos de los mapas en papel, y ese es un craso error. Los dispositivos GPS no están pensados para que podamos consultar el mapa en ellos, más que de forma muy parcial. Los mapas en papel nos ubican, nos permiten saber dónde estamos y lo que tenemos alrededor, y es sobre ellos que debemos decidir nuestro próximo movimiento. Sólo cuando esta decisión está tomada, podemos instruir al GPS para que nos lleve hasta allí de la manita.
Por lo tanto, al salir de viaje, junto con el GPS nunca debemos olvidar los mapas o guías con suficiente nivel de detalle (en general una escala 1:300.000 resulta adecuada). El conductor (o el grupo) define sobre el mapa la inteligencia del viaje, y confía a continuación al GPS su logística.
Una norma de buen uso es que dentro del coche, sólo haya uno que decida el camino a seguir (cuando el destino está claro y definido). Puede ser el conductor, o un copiloto, o alguien del grupo que conoce el camino, o el GPS al que hayamos instruido (programado) convenientemente. Si se mezclan instrucciones de fuentes diversas, lo más probable es que la aleatoriedad de los errores cometidos haga que el camino equivocado sea cada vez más difícil de enmendar.
Por otra parte, es bueno reconocer que el GPS es el copiloto mejor informado (tiene permanentemente en su cabeza toda la información cartográfica disponible) y nunca le entra sueño. Además, no se cabrea si no seguimos sus instrucciones sino que, al contrario, busca rápidamente una alternativa para enmendar nuestro (presunto) error. Es un copiloto infinitamente paciente (imposible de encontrar un equivalente en la raza humana).
A veces visualizo la función del GPS como si dispusiéramos una goma elástica con uno de sus extremos fijado en el destino elegido, y el otro siguiendo nuestro recorrido. Sin importarle nuestros caprichosos devaneos o desvíos, imperturbable, intenta siempre acercarnos al destino programado.
Recuerdo una vez que, estando en París con un coche de alquiler, tenía un par de horas libres antes de acudir al aeropuerto de Orly a tomar un avión de vuelta a Madrid. Como he estado ya bastantes veces, por el centro de París me manejo con cierta soltura. Le definí al GPS como destino el Aeropuerto de Orly, y me moví a continuación a mis anchas por la ciudad. Para que no se me echara el tiempo encima, controlaba la duración del trayecto hasta el aeropuerto que iba recalculando el dispositivo desde mi posición en cada momento. Realmente (casi) me sorprendió que el pirulo mantuviera sus instrucciones insistentes sin que se le notara ningún tipo de enojo en la voz. Cuando yo insistía en bordear la orilla derecha del Sena y el GPS me indicaba todos los posibles caminos para encarar hacia el sur en dirección al aeropuerto. Durante todo el paseo no le hice ningún caso a sus instrucciones de circulación (más que al control de tiempos). Cuando estimé oportuno que ya era hora de enfocar hacia Orly, pasé al modo obediencia y acabamos coche, GPS y yo en el aeropuerto de Orly, con tiempo sobrado de devolver el coche de alquiler y embarcar en mi avión.
Mi GPS (tomtom GO 910) todavía es de los culones.
(Fuente: poshelectronics)
Esta característica de la paciencia es muy importante y es lo que lo convierte en un copiloto ideal. Eso sí, jamás te da conversación sobre ninguno de los temas básicos (política, fútbol, religión, sexo). Lo que, por cierto, a menudo se agradece.
Si utilizamos correctamente todas sus funcionalidades, al poco tiempo de utilizar un dispositivo en concreto, ese ya se ha convertido en nuestro GPS, diferente de cualquier otro que pudiéramos comprar. Todos traen programados de fábrica un cierto número de PDIs (Puntos De Interés), que pueden ser gasolineras, restaurantes, hoteles, etc. etc. Pero una utilización sensata hará que almacenemos en nuestro GPS nuestros propios puntos de interés: nuestro domicilio, o el de familiares y amigos; esas tiendas, restaurantes u hoteles que hemos visitado alguna vez en otras ciudades y a los que algún día quizá queramos volver; esos parajes pintorescos que tocaron nuestra alma y que quizá queramos revisitar o enseñar a alguna otra persona.
A veces querremos ir a nuestro aire, descubriendo mundo, y así lo haremos. Pero en otras ocasiones querremos visitar de nuevo esa bodega de la Rioja Alavesa de caldos tan singulares, o esa tienda de cerca de Burdeos con un surtido inacabable de vinos y foie gras de la región, o esa fuente de agua cristalina que descubrimos bajando una vez por cierto puerto. Si hemos tomado la precaución de almacenar los lugares singulares que hemos visitado, nuestro GPS dispondrá de la información necesaria sobre nuestros PDIs, y nos llevará de la manita cuando tengamos el antojo.
Existe una función muy útil, que es la creación de un PDI con nuestra posición actual. Si tras deleitarnos con esa inigualable puesta de Sol desde un recodo de la carretera, dedicamos quince segundos a contárselo a nuestro GPS, este nos ayudará la próxima vez a llegar allí sin dudarlo. Si hemos tenido que preguntar veinte veces hasta conseguir llegar a esa casa rural perdida en el monte, quince segundos de nuestro tiempo se antoja un discreto peaje para poder volver directamente y sin titubeos las veces que queramos.
Al definir un destino, para calcular la ruta el GPS nos ofrece la posibilidad de escoger entre varias modalidades de ruta (que varía entre dispositivos). Pero, habitualmente, hay dos casi siempre: la ruta más rápida y la ruta más corta. Yo aconsejo escoger siempre la ruta más rápida, y os voy a contar por qué.
Una vez, cruzando a Francia por Viella, por algún motivo que no recuerdo le había definido al GPS un destino en el sur de Francia, con indicación de ruta más corta. A sólo un kilómetro de haber cruzado la (inexistente) frontera, el GPS me indicó desviarme a la derecha, por una carreterita muy estrecha y empinada, que no me encajaba con lo que había visto previamente en el mapa. Pero seguí sus indicaciones, debo decir que con más curiosidad que confianza.
La carreterita (era prácticamente imposible cruzarse con otro coche que viniera de frente) me llevó a un pueblecito perdido (donde no se veía alma viviente alguna), y más allá. La carretera dejó de estar asfaltada y se convirtió en una pista forestal de tierra, con algunos tramos extremadamente bacheados. Pero el GPS me seguía indicando que de frente estaba mi destino, y que debía girar a la derecha pasados 6,7 kilómetros. Confié en el pirulo, y seguí adelante (a velocidad de tortuga, intentando esquivar los baches y las piedras). Pasé por una valla (que estaba abierta) pero que tenía indicaciones de que se mantenía cerrada desde Septiembre a Marzo, toda la temporada invernal. Al final, mi camino desembocó en una carretera asfaltada y acabé llegando a mi destino sin novedad. Para ahorrarse a lo mejor un par de kilómetros (que era la vuelta que daba la carretera principal para esquivar la colina), el GPS siguió mis indicaciones de ruta más corta y me llevó por la montaña.
Si el destino elegido está relativamente alejado, la opción de ruta más rápida a menudo no nos llevará por el camino que hemos visualizado en el mapa. Si hay una autopista, por ejemplo, el GPS nos llevará a ella lo más rápido que se pueda. Si lo que queremos es realizar el recorrido por carreteras más secundarias, remansarnos en los paisajes, entonces debemos recurrir a la definición de un itinerario. Un itinerario consta de un destino final y un cierto número de destinos parciales, definidos como puntos intermedios. Es muy importante esta definición, porque si no lo hacemos, cada destino parcial se convierte en final, y nos encontraremos en la Plaza Mayor del pueblo o ciudad que hemos elegido como punto de paso en el mapa, y posiblemente no sea eso lo que queremos, sino solamente indicarle al GPS el aire de la ruta que queremos recorrer.
La forma de indicar un destino al GPS admite algunas variantes: puede ser un vago centro ciudad, una dirección postal (en el Reino Unido, además, puede utilizarse el muy preciso sistema de Postcodes), un cruce de calles o carreteras, o directamente las coordenadas geográficas del lugar a donde queremos ir (latitud y longitud). La publicidad de cualquier servicio que no esté ubicado dentro de un casco urbano, y perfectamente identificable por una dirección postal, debería incluir ya estas coordenadas. Lo que, desgraciadamente, todavía no sucede en la mayoría de los casos.
Otra función muy útil (y que, curiosamente, no existe de serie en los tomtom, pero sí en GPS de otras marcas) es la creación de un fichero cartográfico que contenga las indicaciones necesarias para poder reconstruir el itinerario que efectivamente hemos recorrido tras unas horas, o unos días, de viaje. Ese fichero puede ser de formatos diversos, aunque el KML resulta cómodo porque es directamente explotable en Google Earth.
Para mi tomtom GO 910 buceé en Internet para saber si había alguna posibilidad de añadirle esa funcionalidad. Localicé una aplicación llamada Tripmaster, desarrollada por un friki francés, que era posible instalarla en mi dispositivo (pero ya no en otros tomtom más modernos). Tras una configuración bastante simple, es posible lanzarla por detrás de la interfase habitual de navegación. La aplicación va guardando registros cartográficos en un fichero de tipo KML. Graba un registro cada cierto tiempo, al recorrer cierta distancia, cada vez que hacemos un giro de más de 30º (por ejemplo), etc. etc. Mientras no paremos la aplicación (momento en el que cierra el fichero), vuelve a activarse cada vez que ponemos en marcha el tomtom, y sigue añadiendo registros al mismo fichero. Para el viaje a la Galicia Interior que realicé el pasado mes de agosto (y del que todavía me quedan un par de capítulos que contaros), así lo hice. Con lo cual dispongo de un fichero KML de algo más de 2MB de tamaño, con todas las informaciones necesarias sobre el recorrido que efectivamente realicé y que puedo visualizar sobre el mapa de la zona en Google Earth, con el nivel de detalle que desee.
Es muy importante ubicarlo en un lugar que no dificulte
para nada la visibilidad.
(Fuente: catalunyapress)
En resumen, amigos, adoro mi GPS, por lo extremadamente útil que me resulta. Eso sí, no puedo olvidar cargar en la bolsa de mano los mapas de todas las zonas por las que vaya a circular. No puedo prescindir del copiloto (humano) si quiero que me den conversación. Y no debo olvidar la base para fijarlo al parabrisas y el cargador desde el mechero del coche. De vez en cuando debo conectarlo en casa al PC para descargar las actualizaciones del mapa y las indicaciones de posición de los satélites GPS. Y cada tres meses (más o menos) debo instalar la nueva versión del mapa (tengo una suscripción en vigor por la que pago algunos euros), un fichero de más de 2GB de tamaño, que cubre toda Europa Occidental.
Ah, y conviene añadir al equipaje un clip o una aguja finita. Porque, alguna vez, es posible que el pirulo se bloquee (lo que sería la clásica pantalla azul). Para esos casos, hay que introducir el clip (desplegado) o la aguja por el agujerito de Reset y el dipositivo se reinicializa y se recupera. En esa operación habremos perdido todo lo que no estuviera convenientemente grabado en el disco o memoria internos.
Curiosamente eso me sucedió una vez estando de viaje por Irlanda. Pero pensé que el aparato había muerto (no atiné con la posibilidad del Reset) e incluso compré otro de gama baja para salir del paso, sólo con los mapas del Reino Unido (un Garmin, creo recordar). Me rindió un excelente servicio los días que me quedaban de viaje. Pero lo más alucinante del caso es que, con los movimientos de recogida de equipaje del último día de viaje (debía acudir ya al aeropuerto de Dublín para la vuelta a casa), desde el hotel en Belfast al parking que estaba a dos manzanas, ese GPS Garmin desapareció de la vista hacia destino ignorado, y nunca llegó a mi casa. En su lugar, la agujita para el reset, ya en casa, recuperó al tom tom para la vida útil.
Y, para finalizar, hay un par de funcionalidades de los navegadores GPS que no están directamente relacionados con su función principal. Su pantalla nos indica permanentemente los kilómetros que nos quedan hasta llegar al destino fijado, y la hora estimada de llegada (suponiendo que no paremos por el camino). Esto nos da una buena dosis de tranquilidad y de tener la situación bajo control. Además, por supuesto, de vigilar la velocidad que llevemos en cada momento y compararla con la legal establecida para la via, avisándonos si la sobrepasamos de modo sostenido. Aparte de aportarnos seguridad, nos protege del afán recaudatorio de todas las administraciones.
Como conclusión, creo firmemente que, respetando un pequeño conjunto de buenas prácticas, la conducción con ayuda de un dispositivo GPS no tiene más que ventajas.
JMBA