Aquí muchas veces hemos dicho que la confianza es el combustible del talento. Hemos citado en más de una ocasión a la profesora de Harvard, Rosabeth Moss Kanter y su libro Confianza: cómo empiezan y terminan las rachas ganadoras y perdedoras donde dice: "La acción de confiar es el factor clave que les permite a las personas vulgares y corrientes alcanzar altos niveles de rendimiento a través de rutinas que promueven su talento. Las rachas de fracasos se producen cuando las personas pierden la confianza en sus líderes, mientras que las rachas de éxitos se deben en su mayoría al trabajo de personas que confían en sus propias habilidades, en las habilidades de sus jefes y en el sistema para el que trabajan. La confianza es el puente que conecta las expectativas y el rendimiento, la inversión y los resultados".
También en otras ocasiones hemos hablado de José María Gasalla y Leila Navarro que tienen un libro con el título Confianza (ver post De la confianza innata a la desconfianza aprendida); e igualmente hemos hablado en dos post sobre esta cuestión: el Efecto Pigmalión y de la Confianza y autenticidad: un tándem irresistible. Ayer mismo nuestro amigo Alberto Barbero (@albarte) se ocupaba de esta cuestión en su post: Cómo podemos influir + positivamente en el desarrollo. Y es que el tema no es baladí, por eso me gustaría traer aquí la siguiente historia de Paulo Coelho. Dice así:
"El monasterio pasaba por tiempos difíciles; el mundo había cambiado: se decía que Dios era sólo una superstición, la Iglesia tenía problemas innumerables y los jóvenes ya no querían ser novicios. Algunos se marcharon para estudiar Sociología, otros empezaron a leer tratados de materialismo histórico y, poco a poco, la pequeña comunidad que restó fue haciéndose a la idea de que habría que cerrar el convento.
Los monjes más veteranos fueron muriendo uno a uno. Cuando el último de éstos estaba a punto de entregar su alma al Señor, llamó a su lecho de muerte a uno de los pocos novicios que aún quedaban.
– He tenido una revelación –le dijo–. Este monasterio fue elegido para algo muy importante.
– Qué pena –respondió–, porque apenas quedamos cinco muchachos y no damos abasto para realizar todas las tareas, así que nos sería imposible llevar a cabo algo importante…
– Pues sí que es una pena, porque aquí, en mi lecho de muerte, se me ha aparecido un ángel y yo he comprendido que uno de vosotros cinco estaba destinado a convertirse en un santo. Dijo estas palabras y murió.
Durante el entierro, los muchachos se miraban entre sí, espantados. ¿Cuál habría sido el escogido? ¿El que más ayudaba a los habitantes de la aldea? ¿El que solía rezar con una devoción especial? ¿O el que predicaba con tal entusiasmo que hacía saltar las lágrimas de los que lo escuchaban?
Impresionados por el hecho de que hubiera un santo entre ellos, los novicios decidieron retrasar un poco el final del convento y comenzaron a trabajar duro, a predicar con entusiasmo, a reconstruir las paredes caídas, a practicar con todos la caridad y el amor.
Cierto día, un joven apareció a la puerta del convento: estaba impresionado con el trabajo de los cinco novicios y estaba dispuesto a ayudarlos. En menos de una semana, otro joven hizo lo mismo. Poco a poco, el ejemplo de los novicios se hizo conocido en toda la región.
– Los ojos les brillan –le decía un hijo a su padre, pidiéndole permiso para entrar al monasterio.
– Ellos hacen las cosas con amor –le comentaba un padre a su hijo–. ¿No ves cómo el monasterio está más bonito que nunca?
Diez años más tarde ya había más de ochenta novicios. Nunca se llegó a saber si el comentario del anciano había sido sincero o si éste había dado con una fórmula para lograr que el entusiasmo le devolviese al monasterio su dignidad perdida".