Revista Talentos

Consejos no solicitados

Por Sergiodelmolino

Ya zanjo el tema, que quiero hablar de otras cosas, pero no hay manera. Además, así aprovecho el tirón para sacarme del zapato algunas piedrecillas que llevaban molestándome un tiempo.

De vez en cuando, especialmente después de uno de los artículos considerados polémicos -que menuda polémica de chichinabo la que yo levanto, pero, en fin, la ofensa es libre-, me llegan al mail unas extrañas cartas cortadas por el mismo patrón. A veces, las respondo, pero he aprendido a contenerme porque la experiencia me ha demostrado que ser educado y amigable con los remitentes de estos textos solo sirve para que se cree un bucle de hostilidad y groserías sordas al que tengo que poner fin con menos elegancia de la que me gustaría.

Tanto a quienes me han escrito privadamente después de el affaire Pérez-Reverte como a los que lo han hecho con anterioridad, considérense respondidos con esta entrada.

El tono de estos textos es evangelizador. Me reprochan algunas cosas, casi siempre con humildad y comedimiento, que generalmente atribuyen a mi bisoñez o a mi ego hipertrofiado, y vienen a concluir que, aunque corrupto, soy recuperable, ya que en mi alma anidan rastros de pureza virginal. Y me conminan a enmendarme, a no ser tan vanidoso ni pecador, a meditar con serenidad mis faltas y a enderezar mi camino. Los textos suelen terminar con efusivos abrazos y redentores deseos.

Sus autores son siempre espontáneos, ciudadanos sin adscripción a ninguno de los gremios que frecuento. Nunca me ha escrito un premio nobel de literatura para analizar mi estilo de escritura y ayudarme a mejorarlo. Su preocupación es siempre moral, y el tono, a menudo, maternal. Y cuando les respondo, con toda la educación de la que soy capaz, que muchas gracias por sus desvelos, pero que puedo vivir sin su tutela, tienden a enfurecerse.

¿Qué mueve a estas personas? No lo sé. Lo ignoro completamente, de verdad. ¿Por qué quieren salvarme de mí mismo? ¿Quién les ha llamado para que me hagan advertencias y consejos que no les he pedido?

Un consejo es algo muy serio. Yo procuro no derrocharlos. Aquí, creo que lo sabrán bien, no se da ninguno, aunque alguna vez puede habérseme escapado uno en forma de cibereructo, pero, por regla general, considero que decirle a la gente lo que tiene que hacer es una costumbre muy fea y muy grosera, y me abstengo de practicarla. Creo que los consejos sólo pueden darse tras una solicitud previa del interesado, y aún así conviene ser cauto con lo que se aconseja.

Queridos remitentes redentores: por favor, guárdense sus consejos para quien se los pida. Cuando yo necesite alguno, recurriré a mis amigos, a mi familia y a la gente que quiero y que respeto, pero permitan que ignore olímpicamente las advertencias de quienes, sin conocerme, aspiran a convertirme para su causa. Dejen que me pierda, no vaya a arrastrarles al infierno de la arrogancia y de la egolatría si se acercan mucho a mí. El mal se contagia, nadie sale indemne de su contacto con él.

Ya soy muy mayor para aprender a no hurgarme la nariz en público. Mi estado es irrecuperable; por mucho que se empeñen, no harán de mí un caballero. Si no hice caso a los consejos de mis padres, ¿qué les hace pensar que iba a escucharles a ustedes? Agradezcan, pues, que les responda con educación y mesura, callándome las observaciones jocosas que se me ocurren al leerles, y acepten -si gustan- un consejo a vuelta de página: no prodiguen sus ímpetus evangelizadores con desconocidos, pues no todo el mundo es tan educado y respetuoso como yo, y es muy probable que, a cambio de sus esfuerzos redentores, reciban burlas, sarcasmos y malas palabras que, en muchos casos, les estarán bien merecidas.

Guarden los consejos para sus nietos: publico mi dirección de mail para besos e insultos, como pone claramente en la columna de la derecha, no digo nada de consejos. También acepto -facilitándoles mi dirección postal para ello- jamón de bellota, vinos y licores refinados de todos los países del mundo, fines de semana tórridos con mujeres de belleza photoshópica y camisas horteras con estampados florales talla XXL (XL si son de H&M, que los nórdicos vienen grandotes de fábrica). Todo lo demás, guárdenlo dentro de sus puros corazones llenos de luz, yo no soy digno de su amor.


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