De nuevo llega el 8 de marzo, esa festividad en la que se reivindican los derechos de las mujeres en el mundo, y es que estamos en el siglo XXI pero en algunos lugares, para algunas culturas, la mujer sigue siendo esa figura silenciosa que sostiene a la familia, que une a las personas, que crea hogar, que ama a sus hijos, y sirve al marido.
Aunque sea difícil de imaginar, y si nos lo creemos es por los reportajes de los medios de comunicación, la igualdad, la conciliación, la realización femenina, siguen siendo ilusiones ópticas en muchos lugares del planeta.
Muchas veces al pensar en las mujeres no puedo evitar recordar a las monjas misioneras de la Compañía de María cuando nos decían de niñas que teníamos mucha suerte de haber nacido en este lugar del mundo, quizás porque Dios quiso ponernos aquí. Pero no solo me lo decían las monjas también me lo decía mi madre, como también me recordaba cada día, que fuera independiente, que no dependiera nunca de ningún hombre, que fuera libre, y que sobre todo fuera autosuficiente.
Me consta que ella siempre fue una mujer de ideas emprendedoras, con ganas de crear y hacer cosas pero sin embargo asumió su rol de esposa y madre y esas inquietudes poco a poco se fueron sepultando entre pañales, comidas, limpiezas, planchas, atención a su familia, a sus mayores, en definitiva sus ilusiones se enterraron en servir a los demás que es lo que hizo toda su vida. Una vida de servicio con un objetivo mantener a su familia feliz y unida sacrificando en muchas ocasiones su carácter, inquietudes y me atrevería decir que hasta su propia felicidad.
Cuando era pequeña mi padre me llamaba la democrática, porque veía mal que a mí se me encargaran tareas que no se le encargaban a mi hermano, y siempre me rebelé por eso, y me costó muchísimas discusiones con mi madre.
Ahora con más de cuarenta, tengo que lidiar con tres hijas propias, uno prestado al que quiero como si fuera mío también, un marido, un hermano pequeño y un trabajo como autónomo. Oigo hablar de conciliación y simplemente me pongo de un mal talante impresionante. A lo largo de mis casi 18 años de experiencia laboral he vivido algunas situaciones que ahora llaman micromachismos como aquella vez que recién dada a luz a mi hija Lucía el director de aquella empresa me dijo que tenía que mantener la figura porque las comerciales no vendían si no estaban de buen ver, o aquella vez que tuve que dar un corte, o cuando con 28 años iba a las entrevistas de trabajo y poco más o menos tenías que jurar que ya no tendrías más hijos para que te dieran aquel ansiado contrato, o peor aún, cuando insinuaban que una madre no podía ser una buena profesional, lo peor es que a veces eran mujeres las que hacían esas afirmaciones, y entonces aún dolían más.
Todavía recuerdo aquel trabajo que en 2002 me hizo viajar por toda Andalucía dando formación y aquella amiga de toda la vida que me dijo de forma muy sutil que era una mala madre por dejar a mi hija Ana con su padre cuando estaba de viaje, también lo sufrí cuando nació Lucía y tuve que incorporarme a los 40 días de dar a luz a mi puesto de trabajo eventual para no perderlo y fue mi marido quien entonces disfrutó de la baja maternal por mí, de nuevo otra amiga censuraba mi comportamiento como mujer.
Muchas noches llegué a preguntarme si realmente era mala madre, si realmente hacía lo correcto, como también llegué a preguntarmelo cuando en mi trabajo no me daban días para quedarme en el hospital con mi madre agonizante, que además tuve que aguantar la presión familiar y esos rumores a las espaldas que me tildaban de mala hija.
También me acuerdo de aquella politiquilla local que en una tertulia telivisiva me dijo que yo era una pija y lo tenía muy fácil, eso sí se le olvidó decir a micrófono abierto lo que nos había contado antes de entrar en plató sobre su magnífica estancia con todo incluido en un gran hotel gaditano para toda su familia, pero claro entiendo, que ahí ante la cámara tenía que hacer valer su vena progresista aunque su vida fuera más pija que la mía.
Mala madre, mala hija, dudas, críticas, así han sido los últimos 16 años de mi vida. Pero no guardo rencor a nadie, porque una doctora en el consultorio me dijo hace unos años, la mujer superwoman tal y como nos lo muestra el cine americano no existe, todo no se puede llevar hacia adelante y de forma perfecta, y ese día recapacité, pensé y llegué a la conclusión de que tenía razón.
En definitiva, la mayoría de las situaciones machistas que he vivido en estos 18 años han estado propiciadas por la acción de otra mujer, directamente de hombres puedo recordar solo dos. Así que llego a la conclusión que si de algo sirve este 8 de marzo, es para pedir unidad, unidad entre el género femenino, si es que es correcto llamarlo así sin que nadie se ofenda, unidad y fuerza, porque eso es lo que nos diferencia de los hombres, ellos se unen, hacen piña, nosotras a la mínima de cambio despedazamos o ponemos zancadillas, sí, tal y como lo leen. No hay mayor enemigo de la mujer que la propia mujer.
Si realmente queremos lograr algo, si realmente queremos cambiar roles, estereotipos, conceptos no creo que la solución sea el “miembros y miembras”, el sexo de los ángeles si viene al caso, o si hay que usar o no sujetador, la solución es muchísimo más fácil y sencilla y siempre ha estado ahí y hasta ahora no hemos querido utilizarla: Unámonos todas, luchemos por nuestros derechos pero desde el hogar, propiciemos tareas compartidas, eduquemos en igualdad tanto al hijo como a la hija, incentivemos las madres a nuestros hijos e hijas a que se formen, porque una mente formada es más difícil de manipular, fomentemos la cultura del esfuerzo, fomentemos la admiración por aquellas personas que han logrado el éxito porque seguro que de ellas tendremos mucho que aprender, no critiquemos a nuestra compañera de trabajo porque tiene esa envidiada talla que nosotras no tendremos jamás, no hablemos mal de esa otra porque logró ese ascenso que tu querías, no pongamos zancadillas a quien se preocupa por avanzar y ser valiente, y entonces, los micromachismos, el machismo y la desigualdad habrá acabado.
La mano que mece la cuna, es la mano que domina al mundo, cambiemos comenzando desde el hogar, continuando por el círculo personal de allegados y finalicemos por nuestras relaciones profesionales.
Ya lo logramos una vez, hace millones de años, cuando las sociedades florecieron gracias a los matriarcados que propiciaron una auténtica revolución y grandes avances, creo que ahora toca caminar de la mano hombres y mujeres, aunque claro igual soy una tonta ilusa, no lo se.
¿Es tan difícil? Yo creo que no, ¿por qué no intentarlo entonces?
Queda abierto el turno de respuestas….
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