En las ciudades cada vez es más difícil contemplar el firmamento, a causa de la contaminación lumínica, fundamentalmente. El bienestar de las personas y su seguridad son necesarios cuándo oscurece, por ello necesitamos luz artificial por la noche; pero tendríamos que replantearnos los criterios actuales de uso.
Cientos de luces, neones y pantallas gigantes lucen con tal intensidad que hacen olvidar que el sol se ha escondido. Es un símbolo de la ciudad, pero también es un claro ejemplo de derroche en iluminación... y de dinero. Un problema de las ciudades que está en boca de todos: la contaminación lumínica.
La iluminación que cubre el cielo nocturno y supera su brillo natural es un problema. Ante esto, los astrofísicos analizan cuáles son los criterios básicos para que una ciudad tenga una iluminación aceptable:
• Evitar la emisión de luz sobre el horizonte.
• Apagar a medianoche el alumbrado ornamental, monumentos, espacios deportivos, anuncios luminosos...
• Aplicar unos niveles luminotécnicos mínimos, que todos aceptemos y creamos que son los mínimos niveles, especialmente a partir de medianoche.
• Procurar que la mayoría de la luz se dirija hacia el objeto a iluminar, no dispersa.
• Usar exclusivamente lámparas de vapor de sodio en viales y, en el resto, lámparas con baja radiación azul-ultravioleta.
Concienciar a la sociedad de la problemática que supone la contaminación lumínica es otra de las asignaturas pendientes de nuestro mundo. Se trata de permitir que las estrellas vuelvan a brillar en el firmamento.