Editora : Mondadori
Año de publicación : 2013
Zoila, la primera amiga que visitamos luego de nuestra llegada a Lima rápidamente me interrogó: ¿Ya sabes quién es Jeremías Gamboa? Ante mi probable cara de signo de interrogación ella sentenció: es el nuevo boom literario en el Perú, tienes que llevarte un libro suyo, tienes que leerlo.
Con el último viaje a Lima pude traer conmigo otra parte de mis libros que por allá había dejado –no pude traer todos, los juguetes de mi hija eran prioridad-, sin embargo, la primera obra de un escritor peruano que leo en este año es de un autor que hasta hace poco desconocía de su existencia: Jeremías Gamboa (Lima, 1975). Qué duda cabe que él es el nuevo boom literario en Lima. Te lo encuentras por donde vayas y hasta gente que no acostumbra leer en Lima (quizá en todo el Perú) sabe de su existencia, y de aquel libro suyo ofrecido en torres formadas por centenas de ejemplares que rápida e increíblemente se agotan.
Mario Vargas Llosa parece su vocero, cual tamalera que grita esforzadamente a los cuatro vientos la llegada y la sabrosura de su producto, el Nobel le hace publicidad por donde vaya a éste nuevo escritor, algo extraño de acontecer siendo éste su segundo libro y su primera novela. Esa es un arma de doble filo al menos en el Perú puesto que don Mario tiene una legión de gente que no comulga con su sola presencia y/o comentario en algún medio de comunicación, ya en el extranjero muy probablemente esa publicidad gratuita ofrecida por él debe rendir sus frutos. Este apoyo y él éxito a su alrededor también debe haber despertado envidia en muchos hacia Gamboa quien tendrá que saber enfrentarla y tal vez acostumbrarse a ella.
En Lima vimos más gente pasando el dedo sobre la pantalla táctil y con la mirada fija en sus celulares que con un libro abierto y con el mismo dedo intentando pasar alguna página, y aún así esta primera novela de Gamboa se vendía como caipirinha heladita en cualquier playa de Florianópolis, o sea, bastante.
De inicio, embarcarse en una obra de poco más de 500 páginas de un autor nuevo no debería ser tan fácil, pero esta novela que al parecer es autobiográfica tiene el fuelle que ya quisieran tener muchas otras de escritores conocidos y hasta consagrados. Es como enfrentar la Steel Dragon, la montaña rusa más larga del mundo en Mie-Ken, Japón: el 85% de la lectura es frenética, vertiginosa y envolvente, pero hay dos partes que pierden toda esa velocidad adquirida: la primera es cuando el personaje principal Gabriel Lisboa (alter ego del autor) regresa a la universidad tras su primera práctica en la revista Proceso, y pienso que tal vez el autor hasta lo hizo con el propósito de imprimirle esa falta de vida, de pasión que su personaje encontró en el periodismo real y crudo claramente diferenciado de las sosas clases de periodismo que recibía en su alma mater. Si ese fue el motivo lo consiguió: qué duro fue desacelerar y enfrentar ese trecho. La segunda es cuando hacia la segunda mitad del libro el amor ronda la vida de Lisboa, cuando todo parece ser felicidad: sólo faltó la visualización de un arco iris a través de la ventana y el trinar de unos pajaritos para mandar al traste todo lo conseguido hasta esas páginas. Y no estoy en contra del amor en cualquier trama, pero aquel capítulo 7 de la parte 3 se me hizo interminable por todo lo que hasta entonces había encontrado en las páginas anteriores, y más todavía al ver que el siguiente capítulo, el 8, lo escribe en tercera persona: aunque muchos capítulos de la segunda parte son escritos desde la perspectiva de un tercero ese capítulo 8 hizo que perdiera aún más fuerza la historia. Pero felizmente está el Conciliábulo para rescatar de la imprevista somnolencia a este lector: Spanton y su rebaño (tres amigos quienes junto a Lisboa conforman el Conciliábulo), los hijos del Roacutan, rinden grandes trechos en esta novela, sendos e ingeniosos monólogos y rápidas respuestas de este autoproclamado dios que rayan con el dislate, muy divertido; este grupito debería tener su propio relato.
Foto : Diario Correo
Como lector prácticamente me hago pata (amigo) de Lisboa, su chochera (ídem) y me alegra su triunfo al ver cómo desde tan joven se va haciendo de un lugar en el periodismo peruano, también me jode el maltrato recibido por los padres de su enamorada pertenecientes a la alta sociedad limeña (ni siempre, ni todos, pero es increíble cómo no sólo en la ficción los de la alta sociedad van a escuelas y universidades exclusivas y muchas veces no demuestran educación, allá, y aquí también); eso consigue la novela, envolver, integrar al lector. No es sólo una historia contada a la que asistimos de lejos, estamos cheleando (beber cerveza) con Gabriel en el bar Mochileros; escuchando con él a Caetano Veloso susurrar con esa voz por momentos de ensueño que parece salida de la entrada al paraíso; estamos con él durante su tortuosa experiencia con el acné –¿El autor habrá leído “La senda del perdedor” de Bukowski?-; en el trajín de los tantos cierres de edición a los que él enfrenta compartiendo con nosotros las jergas propias que ellos manejan, el autor conoce bien esos códigos y eso imprime una tremenda agilidad en la trama, y aunque hay varios momentos en que la simpleza del lenguaje cansa, los defectos que se le pueda encontrar no eclipsa lo redonda que le salió esta primera novela. No está nada mal para ser el punto cero de una carrera literaria. El desdichado II, Lobão.
Eu sou a camuflagem que engana o chão A malandragem que resvala de mão em mão Eu sou a bala que voa pra sempre, sem rumo, perdida.
Ya estaba por subir un vídeo de Caetano Veloso que así como Lou Reed aparecen con cierta frecuencia en la novela, pero en este preciso instante el parlante conectado al viejo I Pod toca esta canción del grande Lobão, me gusta el momento en que apareció (siempre está en aleatorio) así que es la que dejo.