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Publicado el 18 febrero 2014 por Jesús Marcial Grande Gutiérrez
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Internet, el gran contenedor. Un inmenso espacio virtual capaz de albergar casi el infinito. Se aproxima, si no ha llegado ya, el momento en que su memoria supere a todos los libros del mundo. De todos modos avanza rápidamente el escaneo universal con rutina implacable. Pronto todos los libros tendrán su imagen electrónica.
Al tiempo se desarrollan paralelamente las aplicaciones de indexación y búsqueda. Las arañas (spiders) recorren la red recopilando colecciones de enlaces a nuevos contenidos. Al tiempo que monitorean la red, indexan, crean imágenes y mapas de sitios,  realizan copias, clasifican... La capacidad de las memorias electrónicas se multiplica, sus unidades precisan de nuevos prefijos para computarse: bit, byte, kilo, megas, giga, teras, peta... Las nuevas herramientas de búsqueda, los cada vez más sofisticados algoritmos, convierten la búsqueda de información en algo sumamente excitante. Se prende el gusano de la cadena de texto en el anzuelo rectangular del buscador y se aprieta un botón a ver qué pescas. Resulta sorprendente la cantidad y variedad de información que se puede  pescar en la red. El acceso a la memoria perdida conservada en lejanos chips de memoria te produce una emoción renovada. Los datos olvidados reaparecen, las imágenes guardadas se rebelan para todos. Vuelves a acceder a noticias extraviadas, recuerdos borrados, imágenes ocultas, fotografías nuevas para tí que nunca vista pero te atañen... Es cierto que muchos encabezados de los resultados de nuestra búsqueda no nos dicen nada. La mayor parte son informaciones sin interés extrañamente asociadas a tu interés por intrincadas relaciones semánticas, pero entre el apabullante montón de paja, aparece el grano prometedor de una cabecera sugerente, un recurso prometedor; y entonces das las gracias a Google  al que humanizas como un viejo maestro por conservar esa información que creías perdida y que completa y enriquece tu recuerdo. Cuando esto ocurre congelas el presente mientras regresas a un pasado que aviva los colores de aquellas imágenes, ya grises y borrosas, que apenas recuerdas.
En algún sitio, en el corazón de silicio de la nube,  se va depositando la imagen virtual de nuestras vidas;  quizás ya sin posibilidad de olvido, esa terapéutica cualidad de la mente humana. Nuestros secretos quedarán expuestos ante la eternidad y nos esclavizarán para siempre. En la delgada pantalla de nuestros dispositivos se refleja, plana, nuestra historia. Una mentira con certificado de prueba válida, que sin embargo miente porque la historia no es plana: sin la perspectiva, sin el relieve, del tiempo sucumbiremos todos a la dictadura del pasado, deformaremos el presente y negaremos el futuro. Nos negamos el divino derecho del olvido.
Mucho he recibido de este conocimiento comunal a escala universal que es la red. Y mucho he dado. Robé la fruta de este jardín del conocimiento y ofrecí a todos la cosecha de mi árbol del bien y del mal: saber con saber se paga. He cumplido y ahora, antes de que sea demasiado tarde, retiro mi  pasado de la memoria universal y la devuelvo al olvido.

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