Cuando en nuestra civilizada Europa se quiere volver a encontrar un rastro de belleza natural del hombre, debe írsela a buscar a las naciones donde los prejuicios económicos todavía no extirparon el odio al trabajo. España, que lamentablemente se está degenerando, puede todavía vanagloriarse de poseer menos fábricas que nosotros prisiones y cuarteles; el artista se regocija admirando al atrevido andaluz, moreno como las castañas, derecho y flexible como una vara de acero; y el corazón del hombre se conmueve al oír al mendigo, soberbiamente envuelto en su capa agujereada, tratar de amigo a los duques de Osuna. Para el español, en el que el animal primitivo no está aún atrofiado, el trabajo es la peor de las esclavitudes.Lafargue, Paul. 1880. El derecho a la pereza, Diario Público, 2010, pág. 14.
Revista Opinión
Para compensar ese afán capitalista por parecernos a los alemanes y a los escandinavos en su peor faceta -detrás del odio a Merkel se esconden no pocos imitadores- y recuperar en parte el recuerdo de una Europa indígena o cuando menos no tan «civilizada» como la actual, traigo hoy un breve texto del marxista Paul Lafargue que puede resultaros de interés, escrito apenas siete años después de que tuviera lugar en Alcoy la Revolució del petroli, triste recordatorio de lo que le puede pasar a un alcalde cuando su voluntad de poder le impide aceptar el ultimátum de los oprimidos.