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Crítica a la democracia actual
Revisando la historia del concepto democrático
Hablamos de democracia y aparece en nuestra cabeza el
mundo idílico de la Grecia clásica: hombres con toga,
charlando civilizadamente bajo el sol mediterráneo, envueltos
en blancas togas. Pensar esto es faltar claramente a la verdad.
La gran mayoría de las personas que vivían en la cuna de la
democracia lo hacían en la esclavitud, y del poder decisorio
quedaban excluidas también las mujeres. En el maravilloso
origen de la idea democrática sólo mandaban los hombres
propietarios y su poder se extendía a todas sus propiedades,
incluida la familia, incluidos los esclavos (¿os suena?). Eso sí,
los propietarios se trataban entre ellos como hombres libres
e iguales, cada uno mandaba y obedecía sucesivamente; y la
polis no se construía ideológicamente contra la naturaleza sino
que era la culminación de la organización social para que los
hombres libres (recalquemos esto de hombres libres, es decir,
propietarios) pudieran vivir bien.
Pero esta idea de sociedad supuestamente armónica desaparece
bajo el rumor de los tiempos, y no tiene nada que ver con
nuestra democracia. La que nosotrxs sufrimos es fruto de una
evolución histórica concreta que se inicia con la creación del
Estado moderno, que nace en un momento, un espacio y
unos paradigmas ideológicos determinados. En el siglo XVI
aparecen Hobbes, Locke y demás amigos que elaboran la teoría
del contrato social, escandalosamente viva aún hoy. La sociedad
civil, que vendría a ser la polis griega, sigue dándose entre los
hombres libres (propietarios), pero aparece un nuevo ente, el
Estado, donde los hombres libres ya no son iguales entre ellos.
El Estado es una creación artificial para tratar de resolver el
conflicto original, porque lo natural es la lucha de todos contra
todos, por eso de que “el hombre es un lobo para el hombre”
(por favor, nótese la ironía). Se impone una organización
crítica a la democracia actual vertical: una autoridad soberana sobre los ciudadanos-súbditos.
El nuevo paradigma de lo que es la sociedad se levanta contra
una naturaleza caracterizada como violenta y opresiva que
precede a aquello civilizado: la política. Por esto, el triunfo de
la sociedad es la creación del Estado moderno, que no es más
que la domesticación de la naturaleza, con todo lo que eso
comporta.
Después se sucederían las revoluciones burguesas: la inglesa,
la independencia de los Estados Unidos, la francesa... La
construcción del Estado tal como lo conocemos es fruto de
una historia y no debe pretender entenderse sin contemplar ese
desarrollo ideológico y material concreto. El Estado moderno
aparece ligado al Estado-nación, a la división de poderes como
garantía, a una retahíla de derechos y obligaciones inalienables.
Que los años pasaran, que se sucedieran las guerras y las
revoluciones, que ante la amenaza soviética se consolidase el
Estado de bienestar no cambia ni la sustancia ni el significado
del Estado moderno. Más allá de una relativa ampliación
de los límites de lo que es tarea del Estado en el Estado del
Bienestar, o de una supuesta participación de lxs ciudadanxs
en el funcionamiento formal del Estado democrático, estas
variantes del Estado moderno no tienen más objetivo que
seguir tratando de mantener ese orden artificial construido
contra y sobre la naturaleza y lxs ciudadanxs-súbditxs, haciendo
equilibrios conforme con las circunstancias y los requerimientos
históricos.
La institucionalización del Estado moderno y, aún más, su
forma democrática, implica el nacimiento de la ciudadanía.
Los individuos dejan de serlo y pasan a formar parte de una
realidad superior, el Estado, que les proporciona seguridad
mediante la conservación de unos supuestos derechos
naturales e inalienables pero que neutraliza también sus
tendencias perniciosas para la colectividad. De este supuesto
derivan tres cuestiones clave, a saber: la primera, qué es y que
no és considerado pernicioso para la colectividad, y quien lo
decide; la segunda, qué medidas se utilizan para neutralizar
contra la democracia estas tendencias perniciosas; y la tercera, estos derechos que
emanan de una autoridad superior a unx mismx sólo se tienen
cuando la autoridad los reconoce y tiene a bien concederlos.
Es el Estado quien define las tendencias perniciosas para la
colectividad, quien otorga los derechos y quien los garantiza,
quien decide qué es un derecho y qué no lo es, y quien los
impondrá o revocará por la fuerza si es necesario, pues para eso
goza de su monopolio.
Oposición a la democracia.
Sobrevivimos en un sistema de dominación. Cuando decimos
esto queremos decir que nuestras vidas están sometidas y
condicionadas por multitud de relaciones de poder que derivan
de estructuras enormes y profundas que se pueden concretar
en la clase, el género y la raza. Estos ejes de desigualdad tienen
bases tangibles.
Obviamente hay bases materiales, y si pensamos en los hombres
libres de la polis griega, es decir, en los propietarios, y en lxs
esclavxs, lxs que trabajan y tienen una vida constreñida por tener
un lugar donde dormir y algo que comer, tal vez podríamos
encontrar puntos en común. En unos momentos en los que
no se habla más que de crisis económica, hay que valorar cual
es la relación entre economía y política. Consideramos que la
democrácia es la fachada política del sistema económico que es
el capitalismo. Que son dos piezas que pertenecen a la misma
maquinaria, y que se relacionana entre ellas en una especie
de simbiosis para garantizar la continuidad del statu quo. El
Estado cubre las necesidades económicas de grandes empresas
y bancos, si es necesario, y da subvenciones y ayudas, sólo
si es muy necesario para mantener la estabilidad del sistema
económico y proteger la paz social.
También hay bases legales, esto es, ideológicas: si nos ponemos
a analizar cualquier declaración de derechos (y si lo hacemos
no es para concederles la más mínima validez, sino porque
son manifestaciones explícitas de las ideas e intenciones del
Crítica a la democracia actual
Poder) vemos que no sólo regulan aquello que supuestamente
pertenece al ámbito público, como los derechos políticos o
el derecho a la propiedad privada, sino que pretenden cubrir
todas las esferas, también aquello pretendidamente privado. Es
desde el Estado donde se construyen, se prescriben y se (de)
limitan todas las relaciones: las políticas, las económicas y las
personales.
Estas bases ideológicas que son las que hacen que se perpetuen
las desigualdades, que todxs sus súbditxs nos relacionemos
partiendo de ellas: prescriben, delimitan y justifican pautas
de comportamiento. Es el pensamiento democrático, que
dicta lo que debe hacerse y lo que no y, aún más, cómo debe
hacerse. Si hemos dicho que el Estado se entromete en todo, en
cualquier momento y situación, el pensamiento democrático
es su garante. Pensamos lo que el Estado y sus herramientas
de control (la escuela, los medios de comunicación, la presión
de vecinxs y familiares) permiten que pensemos. Se supone
que en un Estado democrático somos libres de pensar lo que
queramos, pero nuestra imaginación se ve atrapada en la
imposición de una realidad muy concreta y acobardada por
el miedo a la marginación o al oprobio. Aún más, aunque
logremos pensar algo que no deberíamos pensar, el Estado
tiene aún más herramientas amenazantes por si se diera el caso
de que se nos ocurriera llevarlo a cabo: la represión en todas
sus formas (cuerpos policiales, cárceles, psiquiátricos, centros
de menores y demás instituciones que defiendan la sociedad de
semejantes tendencias perniciosas).
Sea como fuere, la cuestión es que en las formas contemporáneas
del Estado moderno este ya no está sólo contra y sobre los
individuos, sino también dentro de esos individuos. Su poder,
pues, es más sútil, menos visible y, por ello, más peligroso. El
Estado no es una estructura ajena a nosotrxs, no es un ente
abstracto ni una realidad tangible sólo a nivel de condiciones
materiales o de instituciones políticas, sino que es una realidad
que pretende abarcarlo todo y cuyo orden está presente en
(casi) todo, una realidad totalitaria en el sentido más crudo
contra la democracia y literal del término. Ser conscientes de ello, desafiar al
Estado en todas sus formas y en cada momento, desmontarlo,
destruirlo... atrevernos a imaginar nuevas maneras de vivir y de
luchar contra esa realidad que nos constriñe.
Descargar: "Contra la Democracia"