Revista Arte

Contra los casi tristes (carta de amor a Chet Baker)

Por Anxo @anxocarracedo

¿Recuerdas Oklahoma, Chet?

Tu madre quería que fueras como Dave Brubeck, un hombre de familia, un músico que sabe leer una partitura, y a ti aquello te sacaba de tus casillas. En realidad, creo que se habría conformado con que hubieras sabido conservar los dientes. ¿Tú sabes cómo siente una madre, Chet? ¿Tienes idea?

Ahora pides silencio, cruzas las piernas y te pones a cantar Y la gente se olvida de las copas y se cree cada palabra. No importa que tu voz sea poco más que un susurro, ni los apuros para mantener la afinación. Hoy estás de un humor aceptable y suenas a terciopelo usado. Ahora no importa la metadona, ni los calabozos, ni los meses que pasaste siendo nadie, en aquella gasolinera en la que trabajabas de siete a once. Ahora vuelves a ser un dios. Podrías chasquear los dedos y arrastrar contigo a quien quisieras. ¿No es eso lo que has hecho siempre? Eso y jugar al juego de salirte con la tuya. Todo el mundo quería perderse contigo, Chet, y al final todos han acabado por tener una historia que contar sobre ti.

Dime cómo se puede seguir siendo un ser celestial después de haber subastado la carne de las mejillas, haber empeñado el último traje y salir cada noche a buscar un camello al que todavía no se la hayas jugado. Sí, ya lo sé, tú lo que querías era comprar una casa y quedarte en ella para siempre. No más aviones, no más espectáculos patéticos, no más habitaciones de hotel. Solo paseos bajo el sol en aquel Alfa Romeo del mejor día de tu vida. ¿Te acuerdas? La brisa del Pacífico jugando con tu pelo entre avenidas flanqueadas por palmeras. Un hogar lejos de los dólares envenenados de los prestamistas y de europeos bobos dispuestos a reirte las gracias. Creo que era una buena idea, Chet, pero tuviste que ir a por tabaco. Siempre te ibas a por tabaco.

Para serte sincera, apenas lamento ya que te hayas marchado sin explicarme qué sentido tiene conservar esa cara de ángel para que te la rompan en cualquier callejón, o dónde está el mérito de vivir toda la vida con el cerebro metido en el culo. Conozco un puñado de desgraciadas que habrían dado un brazo por que lo hubieras mantenido en funcionamiento siquiera un par de minutos después de la última nota. Pero a estas alturas ¿qué más da? Al final aprendí a encontrar dulce este desastre. Tú me enseñaste que tener alas sirve de poco cuando caes desde la ventana de un hotel lejos de casa, que el amor no es para los que aman y que la música... La música, Chet, tampoco es consuelo para las víctimas de tu destrucción masiva.

¿Recuerdas la canción? No todo lo bueno acaba bien. Yo siempre estaba a punto de ser la chica que se quedaba contigo y tú siempre estabas a punto de cumplir las promesas que me hiciste. ¿Cuántas veces estuvimos cerca de realizar aquellas cosas que soñamos? ¿Cuántas veces fuimos casi tú y casi yo? Casi los dos. Casi tristes.

Maldito Chet.

Amado Chet.

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Chesney Henry Baker Jr., más conocido como Chet Baker, murió en Ámsterdam el 13 de mayo de 1988.

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Sobre la ilustración de esta entrada

Como la mayor parte de lo que hay en este blog, esta entrada sobre (o, quizá mejor, orientada hacia) Chet Baker no es el fruto de un plan ni de una programación, sino más bien de una reacción en gran medida visceral a un acontecimiento que se presenta de forma más o menos imprevista. En este caso el acontecimiento fue encontrarme de nuevo con el documental de Bruce Weber . Eso y sentir un estremecimiento al escuchar y ver a un Chet Baker acabado cantando Almost blue. Y sentir la necesidad de volver a verlo y escucharlo una y otra vez. A partir de ahí, el texto salió casi por sí solo, como si estuviera embebido en el documental de Weber o en el vídeo que muestra a Chet cantando con esa voz que he llamado de "terciopelo usado". Así que el texto emergió de donde quiera que estuviera embutido o embebido, y dio paso al problema de cómo ilustrarlo. Se me ocurrió entonces que tal vez Nacho Baamonde accedería a echarme una mano. Le llamé y su inmediato "sí" estuvo envuelto en tal cantidad de entusiasmo que pensé que mi ocurrencia había sido una idea genial. El resultado lo confirma. Nacho me dijo que tuvo la primera noticia de Baker por un texto de Juan José Millás que leyó en una revista y que era un comentario a una foto en la que el músico ofrecía su bello rostro al sol de California desde un automóvil descapotable. Me dijo también que tenía en casa varios discos. Creo que, igual que a mí, a Nacho le fascina más el personaje que la música de Chet. El caso es que acometió el proyecto con admirable profesionalidad. Le sugerí alguna documentación y coincidimos en que el asunto debía centrarse en la voz y en la tortuosa trayectoria vital del músico de Oklahoma, inscrita en las profundas arrugas de su rostro. Decidimos también que nuestro Chet Baker tenía que ser, indiscutiblemente, un Chet Baker en blanco y negro. Nacho ejecutó la tarea por medio de la técnica del stencil, en la que ha estado trabajando últimamente con sus alumnos. Y ahí está Chet, nuestro maldito y amado Chet, con su siempre bien peinado tupé y esas oscuras patas de gallo que son como surcos abiertos en el camino de su autodestrucción, inscrito en una sorprendente iconografía que pone de relieve la condición bipolar del personaje, en la que tal vez resida la clave de su atractivo. Bravo, Nacho. Gracias, Nacho.


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