Revista Cultura y Ocio
Por Rodríguez-Bustos JC (Continuación de este artículo)
II. Vuelve la burra al trigo
Podrá uno negar o no la existencia de Dios, pero lo que no se puede negar es la diferencia entre la pluma de ganso del novelista Juan Manuel de Prada y la pluma de guachinango del intelectual Pedro Insua, otro Pedro el español más. ¡Sí!, no se extrañen ni se asusten. No es nuestra intención escandalizar. Como dijera Su Muy Católica Majestad, el Rey Felipe II a los herejes: “Sosegaos”.
La experiencia, la cual para muchos filósofos y hombres de ciencia es la luz de la razón, demuestra que en España hoy por hoy hay más de un Pedro el español. Se les ha visto envolver su prepotencia con pantagruélicas banderas españolas, bien sea de tela o de papel. Se les ha visto publicar libros de dudosa autoría donde posan de intelectuales, defensores y adalides de España, la de ellos: un remedo infecto de ideas trasnochadas e impotentes. Pero la verdad es que, con sus ampulosas egolatrías de papel o de tela, lo único que defienden es a sí mismos. Son lobos sedientos por medrar y por hacer parte de la historia a costa de tergiversar la historia de España y de intentar destruir a España. Memoria histórica sin memoria y sin historia, acomodada a los intereses de sendos discursos sectarios de, por ejemplo, un Pedro el español socialista (lo que entienda él y sus correveidiles por socialismo, aunque en verdad eso es lo de menos para ellos: les basta con nombrar no con significar) y de otro Pedro el español ateo con sendos resultados: neguemos la existencia de Dios, el resto viene por añadidura, esto es, la caterva de ateos, quienes, en la negación de la veraz naturaleza del Hombre, se afirman. Ignoran y pretenden que los demás ignoremos, para acomodo de su discurso altanero, que el hombre es una criatura mística que al nacer mística, muere también como mística, tal cual como escribiera Chesterton en las razones tanto divinas como humanas que le llevaron a su conversión.
Sí, G.K. Chesterton, señor Insua, otro más, entre otros tantos, que apenas dio para novelista y, para mayor desgracia vuestra, otro más que apenas dio para católico. Usted sabrá perdonarlo, aunque, como ateo confeso que es, creo que respecto de dar o pedir perdón usted poco o nada sabe. Este don es más bien potestativo de nos, los católicos, quienes tenemos por mala costumbre recurrir a la misericordia de Dios y ante nuestro prójimo, para pedir perdón por nuestros pecados, tanto de pensamiento, palabra, obra y omisión. “Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”. Los católicos, estimado señor Insua, nos confesamos pecadores tal cual como Agustín, el santo de Hipona, se confesara. ¿Otro novelista más? Usted, señor Insua (perdón le pregunto) ¿ha escuchado a un socialista o a alguno de sus pares ateos pedir perdón a Dios o al prójimo alguna vez? ¿Sería imperdonable si así lo hiciesen? Seguramente no tendrían perdón de Dios, porque no existe, ni mucho menos de la pachamama que sí existe, si tamaña impertinencia hiciesen, y menos aún si este mea culpa fuese en público y desde (cito textualmente, la perorata no es mía) “la tribuna de una institución que representa el poder civil -completamente independiente (soberano) del poder eclesiástico-”. ¡Tamaña profanación! ¿¡Quién el sacrílego? ¡Qué le corten la lengua o que se la pongan de corbatín! Entre los Pedros ateos y/o socialistas, hay leyes no escritas que no se pueden incumpril. Quien así lo hiciese, sea anatema.
En la España prototipo socialismo y ateísmo siglo XXI, hay más de un Pedro el español que en vez de ser para España luz en estos tiempos, embarulla y confunde los tiempos como escribiera Don Luis Vives, para beneficio no de España sino de los intereses de las sectas primates que idolatran. Nada nuevo bajo el sol. Siempre vuelve la burra al trigo. Empero, es deber nuestro como católicos, recordarle a los simios con pantalón que, aunque las tinieblas siempre rechacen la luz, la luz siempre vence a las tinieblas. Ya pronto amanecerá, señor Pedro el español.
Gentes de la misma catadura moral de cualesquiera Pedro el español, ateos, socialistas, comunistas, anarquistas, separatistas, se vieron a comienzos del siglo XX como indigentes mentales recorriendo los caminos de España y de la Hispanidad. Estaban de cruzada. Nada nuevo bajo el sol. Siempre vuelve la burra al trigo. Pero antes de continuar, es deber nuestro recordar en estos momentos que la Hispanidad en su conjunto de universalidad, ha sufrido igualmente en mayor o menor grado que la España peninsular, las pandemias propagadas por unas plagas ideológicas cuya única razón de ser ha sido siempre usurpar a la Iglesia Católica el honor de ser la Madre y Maestra de España y de la Hispanidad. Su Alteza Real, la Reina Isabel la Católica, no nos dejará nunca mentir. Iguales sucesos acaecieron en la Santa Madre Rusia a comienzos del siglo XX, con la diferencia que los mismos criminales ideológicos que atentaron, se apoderaron de Rusia, usurparon el poder real y le quitaron su santo nombre, no pudieron hacer en España otro tanto. España los venció, otra razón más para añadir a la lista de motivos por los cuales es menester odiar a España; otra razón más para lanzar el odio de La Leyenda Negra en su contra; otra razón más para querer borrar de la faz de la tierra su santo nombre. Nada nuevo bajo el sol, señor Pedro el español. Siempre vuelve la burra al trigo.
Cuando Chesterton viajó a Irlanda y se involucró con sus gentes y conoció su historia y la Fe religiosa que los mantenía unidos más allá de cualquier partido político, y la cual no es otra más que la Fe en el Cristo vivo; cuando comprendió muy bien por qué los ingleses, sus compatriotas anglicanos, sentían odio por este pueblo que es católico desde antes de los tiempos de San Patricio (s.V) y al cual le debemos el uso de la letra minúscula en la Cristiandad; cuando ello hubo hecho y comprendido, Chesterton escribió unas líneas que bien se pueden asociar con España y permitirnos comprender en alguna medida por qué del odio que se siente hacia ella y cuál el verdadero motivo por el cual sus enemigos de siempre (la Inglaterra anglicana entre los primeros) han creado y difundido La Leyenda Negra entre todas la naciones y en su propio peninsular reino, como arma de destrucción masiva de España, de la Hispanidad y de la Iglesia Católica. Inglaterra, hemos de recordar, ha sido desde hace siglos enemiga de España y contraria, por cismática, a la doctrina de la unidad de la Iglesia Católica a la cual España siempre ha sido fiel. Con mucho dolor y muerte para los hijos de España, sembró en el Imperio español la división, esa enseña que siempre ha sido la señal con la cual Inglaterra ha impuesto sus intereses comerciales sobre otras naciones: cuando vemos blandir esta señal en alguno de los territorios hispanos, sabemos por experiencia propia quién está detrás de tal división. En los reinos ultramarinos del Imperio español, Inglaterra compró almas, sembró la cizaña de la división, se robó la cosecha de las doradas mieses hispánicas que durante tres siglos había cultivado diligentemente la civilización española, tanto con la espada espiritual como con la espada temporal, e impuso sobre unas repúblicas atomizadas que moldeó con la democracia y el nacionalismo a su gusto, la pezuña económica de un imperialismo que aún hoy día, dos siglos después de estas guerras civiles que enfrentaron a españoles de ambas orillas, no nos permite levantar cabeza, bien sea por ignorancia (que hay mucha) bien sea por cobardía (que hay mucha) o bien sea por traición monetaria (que hay mucha) o por malicia política y bisecular (que hay mucha). Nada nuevo bajo el sol, señor Insua. Siempre vuelve la burra al trigo.
Escribe Chesterton: “Fui descubriendo cada vez con mayor nitidez, enterándome por la historia y por mis propias experiencias, cómo, durante largo tiempo se persiguió por motivos inexplicables a un pueblo cristiano (el irlandés), y todavía se le sigue odiando. Reconocí luego que no podía ser de otra manera, porque esos cristianos eran profundos e incómodos como aquellos que Nerón hizo echar a los leones.” Que se odie por parte de sus enemigos aún hoy día al Reino de España y al pueblo español, no puede ni debe ser de otra manera; ese nuestro orgullo, más no de soberbia, sino orgullo por ser hijos fieles a la Ley Divina y, por ende, a España. Porque España, pese a que en los últimos dos siglos algunos de sus “pensadores” le han pretendido inocular pensamientos contrarios y ajenos a su ser, bien sea por traidores que son o por serviles para con los enemigos de España y, por ende, de la Cristiandad, entendida ésta, no como el cúmulo de iglesias heréticas que se hacen llamar “cristianas” para usurpar y robar privilegios que no les corresponde, sino como Iglesias fundadas sobre roca por los propios apóstoles de Cristo, como partes integrales del cuerpo místico de Dios y diseminadas por todo el orbe en unión y comunión con la Iglesia de Cristo, tal cual como fuese el ruego que el mismo Hijo, Dios hecho Hombre, hiciese a su Padre: Et ego claritatem, quem dedisti mihi, dedi eis: ut sint unum, sicut et nos unum sumus. Bien sea por acomplejados unos o por faltos de carácter otros o por amor al dinero aquellos o por cobardes estos y no defender a España y a sí mismos -que de todo hay en la viña del Señor-, o otros, más sencillamente, por ignaros primates con pantalón, pese a todos estos y muchos más maliciosos, España es y será siempre Católica. Aunque les pese a estos intelectuales, más que les duela y mientan, Señor Pedro el español, no podrán nunca ocultar esta verdad que no se oculta bajo el sol. Lo saben entre otros -y lo saben muy bien y no lo olvidan- lo saben herejes e infieles, llámense ingleses o musulmanes, liberales o franceses, socialistas o separatistas, anarquistas, ateos o comunistas... España es lo contrario a todo lo que representan sus enemigos: es profunda e incómoda también, porque no tranza con la mentira, muy a diferencia de la superficialidad y tibieza de esos ateos e intelectuales de pacotilla que, desde siempre, se ufanan de ser librepensadores, para esconder bajo el tapete de sus hipocresías el verdadero móvil de sus mezquinas peroratas: ser esclavos del padre de la mentira. Nada nuevo bajo el sol, señor Pedro el español. Usted bien sabe que siempre vuelve la burra al trigo.
Que el gobierno del Reino de España hoy haya caído en manos de quienes le traicionan, que una buena parte de la ciudadanía actual esté siendo adoctrinada con ideologías malsanas, por superficiales y ridículas, no mina en nada la naturaleza y el cimiento real de España: una tierra mariana temerosa y defensora de Dios y de la Iglesia Universal. Cuando haya llegado el tiempo de la cosecha, se separará la paja del trigo y sabremos, señor Pedro el español, qué parte de esta cosecha le corresponderá a la burramenta y cuál a la España fiel que nunca ha vendido su alma ni por pienso ni por oro. Si leyese los Evangelios, señor Pedro el español, encontraría en ellos un diálogo de última cena que reza así: Pregunta el traidor: “¿Rabí, soy yo?” Responde el Señor: “Tú lo has dicho”. Nada nuevo bajo el sol, señor Insua. Siempre vuelve la burra al trigo y el burro por el oro.
Se podrá estar o no de acuerdo con Franco, pero lo que la historia nunca podrá desenterrar en el olvido (perdón por el oxímoron) es ser reconocido como quien comandó las fuerzas que derrotaron el comunismo y la anarquía que estaban destruyendo a España en el primer tercio del siglo XX. Y esta afirmación que hacemos no es una apología al franquismo, menos aún idolatría o culto a la personalidad. Es tan solo verdad histórica. Aunque hemos de reconocer que para los intelectuales el comunismo nunca es comunismo y los comunistas nunca son comunistas. Sólo ellos, no usted señor Pedro el español, pueden decir qué es o no comunismo y quién es o no comunista. Aun cuando nunca dan una definición, siempre defienden el comunismo a ultranza de cualquiera que ose señalar los crímenes de cualesquiera de sus regímenes y de sus cabecillas de turno, como lo que son: comunistas. Sabemos por experiencia científica que los intelectuales comunistas, socialistas y/o ateos, serán siempre infalibles. Nada nuevo bajo el sol. Siempre vuelve la burra al trigo.
Cuando Bertrand Russell viajó a Rusia interesado por la implementación del comunismo que se estaba llevando a cabo en las tierras de la Theotokos, confirmó por experiencia propia que la Rusia Imperial había caído en manos de sujetos de baja estofa capaces de cometer los peores crímenes a nombre del ideario comunista. La historia muy pronto le daría la razón, aunque los intelectuales de siempre quieran ocultar esta verdad bajo el sol. Y Faulkner, viendo el inmenso campo de concentración y de exterminio de cualquier atisbo de libertad en que el régimen comunista había convertido a Rusia, afirmó que la única Rusia con la que había logrado “algún parentesco espiritual”, había sido la Rusia que “produjo” (novelitas, señor Pedro el español) a Dostoievski, Tolstoi, Chéjov y Gogol, y no sin pesar declaró que esa Rusia “ya no estaba allí”. Aunque también concluyó diciendo, con palabras plenas de esperanza, porque Faulkner siempre fue un hombre de esperanza, palabras que seguramente algún Pedro el español, que son todos, despreciará debido a su intelecto supremacista, y más por ser quien las pronuncia alguien que, como Juan Manuel de Prada, apenas alcanzó para ser novelista. Escribió Faulkner: “No quiero decir que esté muerta (Rusia); hará falta más que un estado policial para destruir y mantener destruida la práctica espiritual de los herederos de aquellos hombres”. La historia también le daría la razón a este novelista, admirador de los novelistas rusos, no así de los intelectuales soviéticos, no pocos, sino todos, que apoyaron ideológicamente la construcción de ese estado policial y criminal por comunista y ateo que fue la URSS. Nada nuevo bajo el sol. La burra siempre vuelve al trigo.
Este tipo de intelectuales de vieja pezuña, antaño apoyaron en Rusia el mismo ideario confuso y estéril que antaño apoyaron en España, y que es el mismo que ahora, en nuestro presente continuo, los intelectuales españoles, muy militantes posmodernos ellos aunque negacionistas de la posmodernidad, también apoyan: destruir la espiritualidad del pueblo español, eliminar de España todo atisbo de Fe en la Iglesia de Cristo, implantar la tan anhelada paz que sólo nos podrá proporcionar la muy esperada unión de repúblicas socialistas ateas, y eliminar de una buena vez y para siempre de la faz de la tierra, el santo nombre de España. A unos abiertamente, a otros de modo soterrado se les ha escuchado exigir -así es: exigir- en sus rabiosas peroratas, que sea proscrito e intolerado en la, por ellos llamada, vida civil y civilizada de ese Estado ideal que idolatran por ateo, cualquier dogma religioso, mientras meten en la misma cochada totalitaria y prohibicionista junto a herejes, infieles, sectas, grupúsculos, pachamamistas, brujos, sobaqueras y vulvares nueva y vieja era, al verdadero objetivo de sus muy exigentes y odiosas iras: la Iglesia Católica.
Niegan, como defensores de la libertad que son, de un brochazo sectario, la libertad que gozamos en nuestra calidad de fieles, gracias justamente a los dogmas de la Religión Católica y del Derecho Canónico: la libertad para hacer o no el bien y ser por ello premiados o castigados, tanto en la vida como en la muerte. Este nuestro Credo. “¿Quién dirá a este mundo que la única libertad por la que vale la pena morir es la libertad de creer?”, nos interpela el Cardenal Sarah. Creemos, señor Pedro el español, creemos en la vida sobrenatural, por eso el martirio se acepta como don de Dios. Para los estados totalitarios como la actual China comunista (es tan sólo un ejemplo, se podrían nombrar más regímenes comunistas) los católicos son profundos e incómodos, por eso los nerones posmodernos siempre tendrán a la mano métodos sofisticados e ideológicos para justificar expulsarnos de cualquier república comunista china (es un ejemplo) o, en su defecto, para “echarnos a los leones”. Bien puedan. Aunque antes de llegar en sus osadías y soberbias a hacerlo, es menester recordarles, señores Pedro el español, que los católicos por ser del “linaje de Abraham, nunca hemos sido esclavos de nadie” ni aún cuando hemos sido esclavos: nuestra Fe nos hace libres. Y si nos remitimos al plano del Derecho Civil y de los Derechos Humanos, seguramente para estos precursores posmodernos de los Estados Ideales donde el Hombre será por fin feliz y libre, sin Reino y sin Dios, el padre Francisco de Vitoria debe ser una anomalía atemporal, católica y además española (¡qué asco!), que es menester desenterrar en el olvido. Nada nuevo bajo el sol. Siempre vuelve la burra al trigo.
Venid, señores Pedro el español, venid, no tengáis miedo. Asomad vuestras testas, por aquí, junto con el rey Nabucodonosor. Venid y contemplad, en el horno de fuego ardiente, quién es quien danza junto a Sadrac, Mesac y Abdènigo. Venid, no seáis tímidos. Acercaos, con confianza. No seremos nosotros quienes os echaremos a los leones o al fuego eterno. Venid, señores Pedro el español, venid...