«Película griega subtitulada», esa es la etiqueta contra la que debe luchar el espectador cuando se enfrenta a Alps (2011); un lastre que la mayoría de espectadores no estamos en condiciones de superar. No ayuda tampoco la reciente nominación al Oscar de su director --Yorgos Lanthimos-- por Canino (2009), que acrecentó su aura de tendencia a la paradoja y al juego entre géneros. Demasiado para el (desconocido entre nosotros) nuevo cine griego.
El argumento, de entrada, es muy original y prometedor: unos cuantos seres humanos de lo más heterogéneo se ofrecen a las familias que acaban de sufrir una dolorosa pérdida para sustituir durante un tiempo a la persona fallecida. Su intención es totalmente filantrópica (la película no es ambigua al respecto), pero se realiza a cambio de dinero (esto también queda muy claro y lo cierto es que la película no lo explota). Para contactar con sus posibles clientes aprovechan que dos de sus miembros tienen acceso a información privilegiada: el líder del grupo es conductor de ambulancia, y otra es enfermera en el mismo hospital.
Las situaciones que propone Lanthimos abarcan lo surreal, lo trágico, lo cómico, lo extraño y lo espantosamente aburrido; sin embargo, la película sólo aprovecha (parcialmente) la parte humorística. Es curioso comprobar cómo escenas francamente divertidas que revelan descaradamente lo absurdo del proyecto, así como las miserias que implica (recrear momentos del pasado, renunciar a la identidad y a la vida propias), no obtienen respuesta positiva por parte del público, que parece temer abandonarse a una comicidad absurda superficial e inadecuada. Yo lo atribuyo precisamente a esa etiqueta de «película griega subtitulada», a una premisa no declarada que asume que un cine así tiene que ser espeso o militante, pero nunca una (mediocre) versión del estilo Hal Hartley. Por el lado del drama la cosa no mejora ni remonta en ningún momento: lentitud expositiva, ausencia total de ritmo interior en las escenas, narración inexistente... Tan sólo destaca la machacona preferencia del director por desenfocar el contraplano en las conversaciones de los protagonistas. Probablemente poseerá una significación dramática clave, pero a mí se me escapa por completo.
No se trata de un problema exclusivo de Alps, sino de las películas que renuncian a dos principios narrativos que no son obligatorios ni universales pero sí fundamentales. Si uno opta por prescindir de cualquiera de ellos está levantando una apuesta importante; y si prescinde de ambos más vale que tenga una buena alternativa en cuanto a estilo o el argumento sea bueno de verdad, porque sin ellos el suicidio creativo es casi seguro: me refiero a la ecuación Narración abierta + personajes no empáticos. Eliminar estos dos elementos provoca --casi de forma instintiva en el espectador-- desapego y aburrimiento.
La narración abierta es una variante del estilo clásico de Hollywood que se ha impuesto --especialmente en el cine independiente-- desde finales de los años ochenta. Consiste básicamente en despreciar, omitir o escamotear las claves narrativas que habitualmente sirven al espectador para deducir y anticipar las motivaciones de los personajes y/o las causas de los sucesos que contempla. Como consecuencia, la comprensión del relato requiere un mayor esfuerzo y mayores dosis de anticipación argumental (otro factor clave para asegurar la respuesta del público). Si, por otro lado, los protagonistas no están rápida y eficazmente trazados en sus objetivos y rasgos, si no resultan creíbles ni caen bien, el fracaso está garantizado.
Lanthimos parece decantarse por un estilo que deja toda la responsabilidad al espectador en cuanto al significado último de cada escena, lo cual no debe entenderse como un demérito; el problema es que, incluso cuando algunas resultan grotestas o banales, es incapaz de echar mano del énfasis narrativo convencional para establecer o fortalecer la empatía con el espectador. ¿Por qué? Yo no lo sé...