Hace varios meses, en este post, hablé sobre la idea de instaurar un parking de móviles en casa. Una idea que, medio año después, sigue sin fructificar. Ni su padre ni yo lo hemos hecho, aunque tengamos cuidado en no que no nos vea mucho tiempo con él entre manos. Lo curioso es que, de un tiempo a esta parte, la relación del pequeño con nuestros smartphones ha cambiado muchísimo, lo que me ha llevado a replantearnos de nuevo esta idea: de la indiferencia ha pasado a ser algo, en ocasiones, así como un pequeño objeto de deseo.
Con dos años, quiere el móvil para tres cosas: una, para ver dibujos de trenes o Pocoyó; y dos, para verse y sacarnos fotos, o selfies (en los que por supuesto y sin darse cuenta tapa el objetivo con la funda del móvil). La tercera es la más curiosa de todas: para dármelo. Allí donde lo encuentra, lo toma y “mamá, mamá”, corre a entregármelo. Como si creyera que tiene que estar siempre cerca de mí o que nadie más lo puede tener. Si su padre lo coge para ponerle dibujos, por ejemplo, protesta diciendo que es mío, y al contrario cuando yo cojo el suyo. Esta visión de mi hijo de lo que es un móvil es muy significativa.
Todavía no se atreve a cogerlo cuando quiere (suele estar a su alcance y rondando la casa, algo que tengo que cambiar) pero es cuestión de tiempo: el otro día ya apareció mi móvil tirando en medio de su habitación sin saber por qué. Es curioso, pero los señores de Apple han creado una tecnología muy apta para bebés, es tan intuitiva que la comprenden perfectamente, y mi hijo, con sus deditos rechonchos, sabe que dándole al botón inferior aparece nuestra foto de fondo de pantalla o que manteniéndolo pulsado, puede mantener conversaciones con Siri.
No pasará mucho tiempo hasta que tengamos que echar mano de un antivirus o una herramienta de control parental, primero en los smarthphones (no tenemos tablet) y después en el ordenador.
Quiero que mi hijo tenga acceso a la misma tecnología que nosotros, negárselo sería absurdo y contraproducente, pero con toda seguridad. Que no nos pase como a mi tía, que sorprendió a su hija de 9 años con un amiguito en el ordenador rodeados de fotos de todo tipo por poner en el buscador “tetas gordas” mientras buscaban láminas para imprimir y pintar.
Pero el control parental no sólo es necesario en esos momentos, es indispensable para que los niños no puedan descargarse sin querer apps o hacer pagos, para que no puedan borrar información importante, para establecer unos horarios de uso, para bloquear el acceso a algunos programas…
Una herramienta muy útil si van a poder coger cuando quieran nuestros teléfonos, pero sólo en manos de unos padres que ejerzan el mismo control con su ejemplo: utilizar el ordenador y, sobre todo los móviles, con cabeza.
Estoy muy de acuerdo en enseñar a los niños el buen uso de la tecnología desde bebés, pero para ello no vale sólo con un antivirus de este tipo. Como en casi todo, es imprescindible dialogar y educar con el ejemplo.