Revista En Femenino

Conversaciones de una tarde de domingo (por Ana)

Publicado el 09 abril 2013 por Imperfectas

Conversaciones de una tarde de domingo (por Ana)Tarde de domingo lánguida, fría, triste como todas las tardes de domingo. Para paliar en la medida de lo posible la melancolía que nos acecha, Paula, 12 años, hija de mi pareja, y una servidora, decidimos salir a enfrentarnos a pecho descubierto (metafóricamente, claro, que nosotras somos muy púdicas) a este fin de semana y casi inicio de la siguiente. En nuestro barrio rico hay poca diversión y opciones de ocio, así que hemos descubierto una forma de pasar la tarde que, aunque un poco maripuri, a nosotras nos encanta: ir al Vips, cotillear todas las revistas habidas y por haber, dar una vuelta por la sección de libros y culminar nuestro ansia de cotilleo y cultura con unas tortitas y batido gigante de chocolate (ella) y yo con lo que se tercie (café+bollo, coca cola+patatas, cerveza+nachos, chocolate+churros… como veis, todo ideal para que el inicio de semana sea aún peor por el remordimiento que conllevan las calorías acumuladas en abdomen y culo)
Así que ya situadas en nuestra mesa y con nuestros ágapes delante, Paula me cuenta que ha hecho una limpieza profunda en su habitación y que muchas de las cosas que tenía de cuando era pequeña se las ha dado a sus primos y otras tantas a mi sobrina, todos más o menos de unos tres añitos. El diálogo a continuación me dejó loca porque yo no estoy acostumbrada a tratar con preadolescentes ni niños ni adolescente ni nadie por debajo de una edad en la que su dígito no empiece como poco por 2, así que no tengo ni idea de cómo reaccionan o como pueden pensar o comportarse.
PAULA: Tengo todavía un montón de cosas que regalar, libros, peluches…
SERVIDORA: Cuando yo me hice mayor, también regalé todos mis peluches, todos menos unos cuantos a los que tenía un cariño especial. Y con los libros me pasó lo mismo, todavía conservo alguno de cuando era bebé.
PAULA: ¡Anda, claro! Yo tengo libros que no pienso regalar a nadie, por ejemplo, el que me leían mis padres cada noche antes de dormir, que tenía como 100. Me acuerdo perfectamente de todos ellos y de muchos de los personajes. Eso es una joya y no pienso soltarlo nunca.
SERVIDORA: De todas formas, es una pena, tú tienes que estar regalando cosas porque no te cabe ya lo que tienes en la habitación y algunos niños no tienen absolutamente nada, es más, antes que un juguete, preferirían que les dieras algo de comer.
PAULA: Ya ves, yo lo paso muy mal, porque en el cole veo que hay muchos niños que no pueden pagarse las excursiones. Por eso los profesores han decidido que ningún niño se quede sin salir por el tema de la pasta. Cuando tenemos una excursión, siempre nos dicen que el que no pueda que se lo diga en privado, que ya lo arreglaremos. Con los pequeños se lo dicen a los padres, pero a nosotros, que ya somos mayores y entendemos todo el tema de la crisis y demás, nos lo dicen a nosotros directamente (os juro que esta fue la explicación, somos mayores y entendemos de crisis)
SERVIDORA: (muy en el papel educativo) Pues me parece muy bien, porque siempre hay que ayudar a los demás, echar una mano en lo que se pueda.
PAULA: Hay una chica mayor, de unos 16 años, a la que mi madre da clase, que estás Navidades estaba fatal porque su hermana pequeña, que debe tener como 8 años y todavía cree en los Reyes, no iba a recibir ningún regalo en esa noche. Se lo contó a sus amigos y, ¿a qué no sabes que hicieron? Cada uno de ellos trajo una cosa de su casa: un peluche, una muñeca, una pulsera, etc, para que la niña no se quedase sin nada. Y a la mayor también la sorprendieron con un regalo comprado entre todos.
En este punto, a mí están a punto de saltárseme las lágrimas, no me puedo creer que hayamos llegado a este punto en este país, que realmente familias que hasta ayer no tenían ningún problema económico y llevaban a sus hijos al colegio de la forma más natural, ahora se encuentren en una situación tan desesperada. Y casi lloro pensando en que muchas veces criticamos a los jóvenes por mil cosas pero ellos son como éramos nosotros, si se les educa bien, si se les inculcan unos sentimientos y unas conductas éticas y morales, al final responden. Que estas personas todavía en proyecto reaccionaran de esta manera me parece maravilloso.
SERVIDORA: Eso está genial, por lo menos supongo que se sintieron queridas y protegidas por sus amigos, ¿no? Pero oye, tu cole es concertado, ¿cómo pueden pagar sus padres sus estudios?
PAULA: Porque las monjas que llevan el colegio (el cole de la niña es de monjas pero muy moderno, de hecho la mayoría de profesores son laicos y las monjas no llevan hábito) han decidido que si hay que echar una mano se echa, pero que nadie se “desapunte” por el dinero. Esta chica le dijo a mi madre que iba a tener que dejar de ir a estudiar, que en su casa no podían permitírselo y mi madre lo movió todo para que se quedara. Desde entonces, todos la ayudan. Por ejemplo, fotocopias que tiene que hacer, se las hacen en el cole porque ella dice que con ese dinero, se pueden comprar una barra de pan en su casa.
SERVIDORA: ¡Qué buen ejemplo el de las monjitas, ¿no?!
PAULA: Sí, son un poco capullas (en algún le tenía que salir la educación atea de casa) pero majas (las contradicciones de la adolescencia, capullas, pero majas). Hace poco se murió una de las monjas y cuando entraron a su cuarto vieron que tenía una mantelería preciosa a la que le faltaban dos remates para terminar. La terminaron y la pusieron en la tómbola (en el cole hacen una rifa todos los fines de curso con objetos donados por padres y familiares en beneficio de niños pobres) y la pusieron como premio especial. Había que jugar un número un poco más caro y aparte dar 20 euros.
Miro a Paula, esperando adivinar si le parece muy cara o muy barata y ella parece que me lee el pensamiento y comenta:
PAULA: ¡Muy barata me parece a mí! Porque era preciosa, hecha a mano y encima por una monja que acababa de morir, que al resto de sus hermanas les debió dar mucha pena soltarla. Pero supongo que pensarían que todo era para ayudar a niños con problemas, así que merecía la pena.
Me comí mi merienda con una sensación agridulce. Pena por la necesidad, pero orgullo y alegría por comprobar que sigue habiendo más gente buena que mala, que la juventud no está perdida como piensan muchos, que lo que pasa, al igual que con los adultos, es que lo malo sobresale mucho y de lo bueno se habla poco. Contenta de que en el cole de Paula las monjas sean como son y ayuden en lo que puedan a las familias necesitas. Y mucho orgullosa de mi pequeña gran mujer que tiene la cabeza completamente en su sitio y que al final decidió que iba a donar la mayoría de sus preciadas pertenencias para aquellos que no tienen nada.

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