Revista Cultura y Ocio

Convertirse en escritor, según Dorothea Brande (I)

Publicado el 26 enero 2012 por Mariannediaz

En 1934, la escritora y editora estadounidense Dorothea Brande publicó un libro llamado “Becoming a Writer” (*), donde postulaba que las principales dificultades que un aspirante a escritor podía encontrar no estaban en su arsenal de herramientas técnicas, sino en su personalidad. Esta idea, desarrollada a través de ochenta y dos páginas de pura sabiduría, nos enfrenta con una noción tan sencilla como brillante: que la personalidad de un creador está conformada por dos mitades, una mitad pragmática y otra artística, y que es del desequilibrio entre estas dos partes, de donde surgen todos los inconvenientes realmente profundos que pueda tener un escritor al enfrentarse a su oficio.


Cualquier escritor puede encarar, con mayor o menor solvencia, un problema de exceso de adjetivos, de gerundios mal utilizados o de personajes con carencias de desarrollo. El problema verdadero es el del escritor que no puede sentarse a escribir, el que escribe una línea y la borra sin cesar, o el que se deja llevar por su temperamento y desarrolla una personalidad adictiva que no es favorable para su profesión.

Las cuatro dificultades

Dorothea Brande señala en su libro que las cuatro mayores dificultades que enfrenta un escritor, y que, como ya he apuntado, residen justamente en su personalidad, son aquéllas que terminan por convencerle de que, en últimas cuentas, no ha sido traído al mundo para dedicarse a la palabra escrita. Algunos renunciarán en el camino; otros insistiremos a pesar de la convicción de que no servimos para esto, de que estamos desperdiciando nuestro tiempo y el de los demás. Muchos afirman que aquellos que se rinden, no le hacen falta a la Literatura, así con mayúsculas. Pero Brande sostiene que estas dificultades pueden ser vencidas, que estos problemas pueden ser enfrentados y resueltos.

La dificultad de escribir nada en absoluto

También conocido como el tristemente célebre miedo a la página (o a la pantalla) en blanco. El demoníaco cursor titilante que nos recuerda que nos hemos sentado allí con un propósito, y las palabras que no acuden en nuestro auxilio. Brande señala como culpable de este tipo de bloqueo, a la esperanza de que, repentinamente, la inspiración brille con una luz inconfundible y nos ilumine en un círculo de genialidad. Bueno, esto no va a ocurrir mientras nos quedemos viendo fijamente ese terrorífico color blanco hasta que nos sangren los ojos.

El “autor de un solo libro”

Brande incluye en esta categoría a todos aquellos jóvenes que han tenido un éxito temprano con su primer libro, y, ante las solicitudes de la crítica que los aclaman como una “promesa literaria”, parecen haberse quedado de súbito sin nada que decir. Este problema es abordado, también, por Elizabeth Gilbert en su charla TED,  donde explica cómo, tras un éxito inesperado, la presión de que el siguiente libro no sólo no sea un fracaso sino que supere al anterior puede ser causa de parálisis absoluta de la mano y la mente.

El escritor ocasional

El autor que se enfrenta con esta dificultad, según afirma Brande, escribirá como un artista… de vez en cuando. Cita el ejemplo de una alumna suya que, luego de escribir un cuento corto, magníficamente bien contado, podía convencerla de que nunca más volvería a escribir, de que el pozo de su inspiración se había secado, hasta que la historia se repetía de nuevo, año tras año. La alumna escribía un cuento, excelente; uno al año.

El escritor accidentado

En esta categoría se clasifica todo aquel que, teniendo una idea brillante, es incapaz de llevarla satisfactoriamente a su ejecución en papel. Aunque Brande afirma que, en este caso, puede haber algo que aprender en cuanto a habilidades técnicas y herramientas del oficio, insiste en que el problema radica en la forma abrupta de contar una historia de aquél que no posee la suficiente confianza en sí mismo para relajarse en su narración.

El temperamento del escritor

Evidentemente, no cuento con el espacio necesario para desarrollar todo el contenido del libro en este post. Resumiendo las ideas principales, Brande sostiene que todas estas dificultades provienen de un temperamento insuficientemente desarrollado, en el sentido de que el escritor no ha aprendido a equilibrar esas dos “mitades” de su personalidad. Si poseemos una mitad “artística”, que es pasional y tiene ideas creativas, y una mitad “pragmática”, que hace el mercado y se encarga de mantener la casa limpia, será un error permitir que esa mitad pragmática se involucre en la escritura de un primer borrador, por ejemplo: se convertirá, de manera inevitable, en el Editor Interno que no nos permite avanzar más de una línea porque todo lo que hacemos está mal. Tampoco es buena idea permitir que nuestra personalidad “artística” se haga cargo de los chamos, porque puede ocurrir que llegada la mañana, quince minutos antes de la hora de la escuela, no tengan ningún uniforme limpio ni pan para el desayuno.

Brande propone una serie de consejos que serán de utilidad para cultivar el “temperamento de escritor”:
Cultivar las amistades adecuadas: Aprender que, para escribir, necesitamos tiempo de soledad y silencio. Aprender, de la experiencia, que hay ciertas compañías que, por más que las apreciemos, no son fructíferas para nuestro oficio, sino que, por el contrario, luego de pasar tiempo con ellos sentimos que el mundo es un lugar frío y seco, incapaz de inspirarnos una sola línea. Aprender cuáles personas nos producen el efecto contrario, dejándonos llenos de energía y con deseos de escribir.
Aprender a leer: Realizar el ejercicio consciente de leer como escritores, no sólo para disfrutar una obra de arte, sino para aprender dónde están las costuras del vestido y las columnas del edificio.
Realizar actividades físicas mecánicas: El ejercicio del escritor, por excelencia, es salir a caminar. Sin embargo, dependiendo de a quién le preguntes, muchos sostendrán que otras actividades repetitivas pueden ayudar a liberar las ideas y a mover la creatividad. Agatha Christie sostenía que las mejores ideas se le ocurrían mientras lavaba los platos.

Ejercicios

Primer ejercicio

Estás cerca de una puerta. Cuando llegues al final (del capítulo en el libro), debes poner el libro a un lado, levantarte y atravesar la puerta. Desde el momento en que te pongas de pie bajo el umbral, conviértete a ti mismo en el objeto de atención. ¿Cómo luces, estando de pie allí? ¿Cómo caminas? Si no supieras nada acerca de ti mismo, ¿qué podría decirse acerca de ti, de tu personalidad, de tus antecedentes, de tu propósito, sólo allí, en ese minuto? Si hay gente en el salón que debes saludar, ¿cómo la saludas? ¿Cómo varían tus actitudes hacia ellos?
De acuerdo a Brande, esta práctica sirve para ejercitar tu ojo ficcional, al igual que otras posibilidades que se plantean, como describir paso a paso la forma en que peinas tu pelo.

Segundo ejercicio

Páginas matutinas: Durante un mes, levántate media hora antes de lo usual, y antes de decir una palabra a nadie, o de leer cualquier cosa, antes de cualquier otra actividad, siéntate con lápiz y papel y escribe todo lo que te venga a la mente. Este ejercicio ha sido ampliamente difundido y llamado “Páginas matutinas” (Morning pages), bajo la presunción de servir para liberar la creatividad. Brande lo receta con ciertas prescripciones: no debes leer nada de lo que hayas escrito en días anteriores, sólo escribir lo que te venga a la mente tal como llega, sin ninguna pretensión, onda “flujo de conciencia”. Esto, sostiene, sirve como entrenamiento para enseñar a tu mente a escribir, simplemente, sin criticar ni censurar lo que vaya saliendo.

Tercer ejercicio

Después de un cierto tiempo de hacer el ejercicio anterior, encontrarás que hay un número de palabras que puedes escribir fácilmente. Ahora el ejercicio es empujar ese límite hacia arriba. Primero, por unas líneas; luego, por uno o dos párrafos; posteriormente, intenta duplicar esa cantidad. Todavía no puedes leer nada de lo que has escrito en días anteriores.

Cuarto ejercicio

Al realizar este ejercicio, no debes abandonar las páginas matutinas. Puedes regresar a los límites que te parecen naturales, para no forzarte.
Al empezar el día, después de vestirte y prepararte para enfrentar la jornada, debes tomarte cinco minutos para mirar tus planes, tu cronograma de actividades y tus obligaciones para el día y decidir en qué momento puedes tomar quince minutos para escribir a lo largo del día. En ese momento, decidirás, por ejemplo, que vas a escribir quince minutos, de 4:00 a 4:15 p.m. Llegadas las cuatro, debes respetar ese compromiso. No es a las 4:05, ni a las 4:10. A las 4:00, deberás escribir durante quince minutos, así tengas que encerrarte en el baño de la oficina o dejar a alguien con la palabra en la boca.
Si no tienes nada que escribir, escribe “Este ejercicio es increíblemente difícil y me tiene harto” hasta que se cumplan los quince minutos. Esto no se trata de la calidad de la obra, sino de honrar una deuda y cumplir tu palabra.
Esto debe hacerse todos los días, cambiando cada día la hora que has decidido. Puede ser en la mañana, o en la hora del almuerzo, o antes de ir a dormir. Lo importante es que estos quince minutos no aceptan excusas ni aplazamientos. El problema, según lo plantea Brande, es que el cerebro comenzará a ver la escritura como un trabajo, y se resistirá impetuosamente.

Si fallas repetidamente en este ejercicio, renuncia a escribir. Tu resistencia es mayor que tu deseo de escribir, y podrías encontrar otro escape para tus energías.

Estos ejercicios (la escritura matutina y la escritura bajo horario) deben mantenerse hasta lograr la fluidez en la escritura.

Hay muchísimo más qué decir con respecto a este libro, y todavía más en relación con los problemas de desbalance que pueden surgir en el temperamento que es necesario controlar y cultivar. Espero tener la oportunidad, en posteriores reseñas, de comentar otras partes de este libro, profundizando en aspectos como la elección de las compañías adecuadas, o cómo leer como un escritor. Tómense este post como una recomendación de mi parte para que procedan a la lectura de este libro, que ha superado la prueba del tiempo, pues creo que el mayor problema que he podido encontrar, al menos en cuanto a mi propia relación con el oficio, es justamente la aparición indeseada de mi Editor Interno en momentos y lugares a donde no ha sido llamado, provocando catástrofes tales como parálisis general de mi mente y de mi mano izquierda, o de las dos, si estoy escribiendo a computadora. Si alguno de ustedes se ha enfrentado con dificultades semejantes, este libro puede serles útil. Y si no, me gustaría saber ¿cuáles son sus principales dificultades a la hora de escribir, que no se encuentran en su equipamiento técnico?

(*) El enlace redirige al texto original del libro en inglés, puesto que la autora falleció en 1948 y, de acuerdo al artículo 25 de la Ley sobre Derecho de Autor venezolana, entró en el dominio público el primero de enero del año 2009.


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