Corazón de León, de Marcos Carnevale 20/08/2013
Posted by María Bertoni in Cine.trackback
Tras los antecedentes de Anita y Viudas, Corazón de León se convierte en el tercer intento cinematográfico de Marcos Carnevale por sacudir los prejuicios que gran parte de los argentinos exudamos, disimulamos o combatimos según el caso. Más allá de las buenas intenciones, de un elenco encomiable y de los efectivos trucos visuales, esta última ficción falla en su misión aleccionadora pues no consigue desprenderse de cierto doble discurso: la reacción del espectador promedio en las salas de proyección es la prueba viviente de este desacierto central.
El guión que el también televisivo Carnevale escribió con la colaboración de Betiana Blum busca desafiar al público de manera superficial, a diferencia de las mencionadas películas anteriores. Recordemos, en este punto, que Anita nos enfrentó a las dificultades de quien tiene síndrome de Down (para exacerbar el cuadro de vulnerabilididad, el realizador ambientó su historia en tiempos del atentado a la AMIA), y que Viudas pidió identificarnos con una mujer que se entera de la doble vida de su esposo justo después de que éste muere (el director volvió a redoblar la apuesta, esta vez a partir de la convivencia forzada entre la protagonista y la otra que además está embarazada del hombre compartido y ahora fallecido).
En Corazón de León, el único drama a la vista no es tal en realidad. De hecho, la baja estatura del personaje a cargo de Guillermo Francella no representa un cuadro de enanismo. A lo sumo remite al caso clínico de Lionel Messi, aunque sin la instancia reparadora del tratamiento que reactivó el crecimiento.
“Petiso extremo” es una expresión posible para definir físicamente a León. Lejos de provocarle algún tipo de discapacidad, su 1.36 metro de altura lo llevó a forjar una personalidad espléndida, en gran parte para resistir los atropellos de una sociedad que lo mira desde arriba en más de un sentido.
La decisión de preservar al protagonista de todo riesgo de anormalidad y de caracterizarlo como un hombre maravilloso es la piedra fundamental de una fábula que se queda a mitad de camino entre la interpelación provocadora, por lo tanto estimulante, y un ensayo de concientización complaciente, con varios resquicios para que el público pueda seguir riéndose del diferente mientras simula compenetrarse con esta lección de apertura afectiva y mental.
Así es como algunos espectadores encuentran igual de hilarantes las intervenciones excéntricas de Corina (dicho sea de paso, la actuación de Jorgelina Aruzzi sobresale aún por encima de las de Francella y Julieta Díaz) que la pronunciación artificiosa de un hipoacúsico y la angustia de León cuando queda colgando de un estante de la cocina. En este sentido cabe preguntar porqué el guión y/o la cámara insisten en que el protagonista peguen un saltito infantil cada vez que se sienta sobre una cama, una silla, un taburete.
Quizás el monólogo de Corina sobre el enano fascista que todos llevamos dentro sea la parte más iluminada -también la más osada- de Corazón de León. El resto es un simple ejercicio de corrección política que aspira, sin demasiado éxito, a combatir cierta tendencia nacional a la discriminación.
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Aprendices fuera de línea con Owen Wilson y Vince Vaughn.