El lunes pasado le preguntaban a Antonio Banderas en Los Desayunos de Tve si le hubiese gustado votar en referéndum la reforma de la Constitución. Contestó que sí… matizando su respuesta con una condición: siempre que no se esté en circunstancias especiales o extraordinarias como parece que son las que sufrimos. Sostenía, si no le entendí mal, que quizás el equipo de gobierno conocía datos que realmente situaban nuestra economía al borde del abismo o del temido “rescate” y que para pararlo (si es que eso es pararlo) había que cumplir las exigencias del núcleo duro europeo. Expresaba algo así como que quizás fuese mejor que esos datos, ese abismo inmediato, no fuesen conocidos por la sociedad y utilizó la metáfora de que si un alcalde supiese que se avecina un terrible terremoto no sería más beneficioso evacuar tranquilamente a la población, aún con su desconocimiento, asombro o indignación antes que sembrar la alarma por el advenimiento de esa catástrofe. Una cuestión presente un todos nosotros: la necesidad de conocer. Y junto a ella la indivisible necesidad de revelar. Quién no ha tenido alguna vez la disyuntiva de contar o no algo que sabe puede resultar desastroso y cambiar el sino de la persona receptora del mensaje.
En esto anduve metida el pasado mes a raíz de la lectura de Corazón tan blanco de Javier Marías, un libro que se metió en mí desde el primer momento y por el que el autor hace deambular de forma magistral la funadamental Mabeth, que da de alguna forma título al libro. Sacando sólo uno de los temas y trayéndolo a lo que está pasando en este convulso y acabado verano también a mí me surge esa creencia de que realmente sí estamos en ese abismo, pero que tanto para el gobierno como para Europa es mejor mantenerlo “en secreto” de alguna manera y así evitar un caos mayor, pues parece que el desplome final de España sería la explosión final de Europa. Puede que el gobierno quiera proteger nuestro corazón tan blanco de la desolación que provocaría el conocimiento de la realidad y el futuro que nos espera. A lo mejor ve a todos los indignados, con sus corazones blancos, creer y tener esperanzas y prefiere no romper esas ansias y expectativas de cambio, del cambio que piden ellos, no del que otros proponen y aseguran, y crea que es mejor un “reformazo” y no destruir la poca fe que queda en que se podrá salir del túnel y restituir todo lo que hemos ido perdiendo en estos tres años horribles.
En el libro, el día de su boda, el protagonista asiste perplejo a una charla con su padre, en la que cobra importancia el consejo que el último le da a su vástago: si tienes secretos no se los cuentes a ella. A través de la lectura de la novela descubro lo conveniente e incluso vital que resulta mantener en secreto posibles hechos o datos. No desvelarlos nunca, no mancharles el corazón a otros con tus perversiones o errores pasados, no destrozar esa burbuja de esperanza y salvación que puede proporcionar la ignorancia en múltiples ocasiones. Puede que sea esto lo que se esconde detrás de la a priori innecesaria, irracional y súbita reforma; o puede que sea esta una imposible esperanza sólo fruto de mi corazón tan blanco.
Revista Comunicación
Sus últimos artículos
-
Reseñas de "Norte y Sur", "La solterona" y "Ritos Funerarios" mis tres joyas del otoño.
-
Reseñas de "Las pequeñas virtudes" y " Las mil y una historias de A. J. Fikry"
-
Reseña de La piedra de moler de Margaret Drabble y de La casa del páramo de Elizabeth Gaskell.
-
La primera.