Revista Economía

Córdoba, la joya de los Califas.

Publicado el 16 agosto 2014 por Emarblanc
puente romano de cordoba

 

 

La joya de los califas

Con un recorrido de 180 kilómetros, la Ruta del Califato tiene la particularidad de enlazar las capitales de los dos grandes dominios que protagonizaron los momentos culminantes de la historia de la España islámica: Córdoba, por un lado, y el reino nazarí granadino, por el otro.
El esplendor de la Córdoba musulmana no habría sido posible si, en el año 755, Abderramán I (731-788) no hubiera fijado su residencia en la ciudad, después de autoproclamarse emir independiente de Damasco y convertir la villa andaluza en la capital del nuevo Estado independiente andalusí. El joven emir había salvado milagrosamente su vida tras la matanza de la familia omeya llevada a cabo en Damasco por el partido de los abasíes, y había recorrido todo el Norte de África buscando un lugar donde ponerse a salvo y hacer valer la legitimidad de su título.
El Califato de Córdoba no inició su andadura en la historia como tal hasta el año 929, cuando Abderramán III, descendiente del anterior, tras vencer a los reyes cristianos en Valdejunquera, unificó el territorio de al-Andalus, se proclamó califa (sucesor del Profeta) y tomó el título de amir al-muminin ("príncipe de los creyentes"). La palabra califato viene del árabe jalifa ("sucesor"), un título tomado por los príncipes musulmanes, sucesores de Mahoma; la autoridad de quien lo ostentaba era absoluta, tanto en asuntos religiosos como civiles, y no tenía más límites que las prescripciones del Corán. Abderramán III convirtió Córdoba en la más influyente ciudad del mundo occidental, al tiempo que la dotó de la primera escuela de Medicina de Europa. Después de él, califas como al-Hakam II y caudillos como Almanzor mantuvieron el poder de Córdoba, guerreando y pactando con los cristianos. En el siglo XI, al morir Hixem III -y después de 102 años de historia, durante los cuales se sucedieron quince califas-, desapareció el Califato de Córdoba, que quedó dividido en reinos llamados taifas.
La mezquita, un bosque de pilares
Córdoba, sobre el curso medio del Guadalquivir, es una ciudad que se acurruca en torno a su mezquita y el barrio de la Judería, declarados Patrimonio de la Humanidad en 1984 y 1994, respectivamente. La mezquita, el corazón espiritual de la Córdoba islámica, inspirada en la de Damasco, fue iniciada en tiempos de Abderramán I, sobre los restos de un templo romano y de una iglesia visigótica dedicada a san Vicente. Ocupa una superficie de 22.200 metros cuadrados. Llaman especialmente la atención las 856 columnas que se conservan de las 1.013 originales. En el extremo oriental de este bosque de pilares, de mármol, pórfido y granito, se alza el mihrab (nicho u hornacina que señala la dirección en que está La Meca, hacia donde deben mirar quienes oran), en donde se utilizaron magistralmente el yeso, de influencia abasí, y el mosaico, de clara tradición bizantina. Un zócalo de mármol octogonal, decorado con arquillos lobulares ciegos, recorre todo el interior de este sagrado recinto, donde los rayos del sol encienden la púrpura de los elementos.
Ya en el exterior, se accede a la Judería, el barrio más castizo de Córdoba, donde vieron la luz personajes tan ilustres como los médicos Maimónides -de cuya muerte en el 2004 se cumplen ochocientos años-, Hasdai ben Isaac, Rabí Moisés, Abu Zacharia; el poeta Judá-Leví, y muchos otros. La única sinagoga que se conserva en Andalucía, obra de Isaac Mejeb, se encuentra en el número 18 de la calle Judíos. Junto a la Puerta de Almodóvar, uno de los accesos a la Judería, un busto de bronce rinde homenaje a Lucio Anneo Séneca, uno de los mayores filósofos latinos, que nació en esta ciudad en el siglo I a. de C. También Córdoba fue cuna de Averroes, ilustre filósofo, astrónomo, médico y jurisconsulto andalusí del siglo XIII. La belleza y el equilibrio espacial de este singular barrio conservan todavía las evocaciones orientales que pretendieron sus autores originales.
A pocos metros del puente romano, que enlaza ambas orillas del Guadalquivir, se encuentra la mayor noria de cangilones de la cultura hispanomusulmana, que nos recuerda la importancia que, para los andalusíes, tenía el aprovechamiento integral del agua. Los patios, paraísos en miniatura, diseñados a escala humana como adelanto del Más Allá en la Tierra, son otro de los innumerables atractivos de la Córdoba califal. También sería un error olvidarse de Medina Azara, la fastuosa ciudad-palacio de los califas cordobeses, conocida por los musulmanes como Yemel al-Arus ("monte de la novia"), donde los embajadores de emperadores y monarcas de todo el mundo entregaban sus credenciales y quedaban extasiados ante la riqueza y esplendor de esta ciudad en tiempos de Abderramán III.
El legado andalusí no se apaga al dejar Córdoba. La llamada Ruta del Califato recorre valles peinados de olivos y viñedos, perlados con un rosario de pueblos de inmaculadas fachadas encaladas cada año, que contrastan con las rojizas techumbres de tejas árabes, a la sombra de sus aéreas alcazabas, que claman, en muchos casos, urgente restauración. En el seno de estas poblaciones, se encuentran gentes que han logrado mantener las tradiciones andalusíes más profundas, que van desde la gastronomía, hasta la ingeniería hidráulica o las fiestas.

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