Revista Opinión

Córdoba se muere

Publicado el 16 febrero 2013 por Lulesi

En 1978, el poeta Pablo García Baena citaba al escritor del siglo XI, Ben Suhaid, y a su obra “Elegía a las ruinas de la Córdoba Omeya”,  para preguntarse: “¿A quién pediremos noticias de Córdoba?”

¿A quién podremos, en el momento actual, pedir “noticia” de Córdoba?  

La emblemática caída, quiebra y ruina de su principal entidad financiera, CajaSur, y el modelo de gestión personalista, enchufista, amiguista y mafioso de la Iglesia y el culto a la personalidad de su clérigo presidente, ha sido algo más que un signo.

La Caja, su patrimonio y los recursos de 50 generaciones de cordobeses, fueron rifados al mejor postor y pasaron a ser  controlados por el capitalismo vasco.  El falso imperio formado por las empresas de los amigos del “cura” han cerrado, quebrado o ambas cosas. Noriega, Urende, Prasa y las empresas de Rafael Gómez, son la viva expresión de la ruina.

El mínimo repunte industrial que tenía la ciudad desde principios del siglo pasado por la industria del cobre y sus transformados, había quedado reducido a la mínima expresión por infinitas reconversiones en Ibercobre y ABB. Había caído el conato de industria textil y las cooperativas agrarias desarboladas. El tradicional refugio de la sumergida industria artesana joyera, disminuido por la crisis de lo suntuario y el inabordable precio del oro.

La ciudad registra el tercer mayor índice de desempleo por capitales de provincia, un 43 %, y 8.000 desempleados más en el último año. El 72 % de su población menor de 25 años está en paro absoluto. Cierran los comercios, los pequeños negocios, bares, hoteles o restaurantes.

Tras el fracaso en la candidatura de capitalidad cultural europea, la actividad cultural  ha decaído a niveles de alarma. Apenas hay exposiciones, conferencias o conciertos. Hay una oferta exangüe, una actividad pueblerina y una calidad de mínimos. Todos los cines del casco urbano han cerrado.  Hay dos teatros y los mayores llenos los tienen en los concursos de chirigotas del carnaval. El teatro al aire libre cobra los conciertos en verano a 50 euros la entrada a un asiento de hormigón. Cosmopoética y el Festival de la Guitarra se han quedado en las raspas.

La Universidad, paticorta, y dominada por el oportunismo de ocupar cargos de sus juntas de gobierno, los colegios profesionales practicando un corporativismo primitivo y ruin, sin entidades financieras locales y padeciendo el colonialismo de las grandes corporaciones nacionales, sin industria, con un comercio hundido y en trance del cierre

La ciudad vuelve a estar sucia y descuidada. No se respetan ni se ponen en valor sus monumentos. El Ayuntamiento se ha convertido en una mala oficina de malos servicios. Se cierran o privatizan empresas y servicios municipales, se despide a sus trabajadores, se cierran guarderías y escuelas infantiles. La empresa municipal de autobuses perdió un millón de viajeros el pasado año. Han desaparecido los servicios sociales municipales y Cáritas y la Cruz Roja están desbordados. La cutrez y mediocridad política se enseñorea de todo.

Los debates en el consistorio se producen en términos de “va a pagar la multa mi hermana la pelá” o “esos terrenos son de mi menda lerenda que come turrón de almendra”. La absoluta estulticia pública se sienta en los escaños, trufados de arrabalismo y populismo tabernario.

Para el alcalde de la ciudad, un pijo y frio funcionario de partido, regir la ciudad es la tercera de sus prioridades, después de su escaño parlamentario y las labores de dirección y medro en su partido. Los políticos y gobernantes son clónicos, hablan, gesticulan y votan igual que sus modelos de Madrid o Sevilla y son iguales y superponibles entre sí.

El obispo es de condición ultramontana, histriónico, fundamentalista y obsesivo. La Iglesia Católica ha burlado la ley y la historia y se ha apropiado de la Mezquita con artimañas y alevosía.  No ha pagado un céntimo en reparaciones o mantenimiento durante siglos y ahora explota el monumento como un cortijo propio, ingresa ocho millones al año por el cobro de su visita y vuelve a no pagar un solo céntimo de impuestos.

La depresión moral e intelectiva se adueña de todos, atrapados entre el paro, la penuria económica y la ramplonería abyecta de sus representantes.

Da grima leer los periódicos locales, dominados por la beatería  y la gazmoñez. Los festejos populares se han convertido en sermones o procesiones y el integrismo reaccionario domina conciencias y tribunas.

La ciudad se muere a ojos vista y a sus ruinas históricas se unen las ruinas mentales y del momento. Hay cientos de solares abandonados o casas derruidas. Pasear por ella es como hacerlo por una ciudad bombardeada.

“¿A quién pediremos noticias de Córdoba?”

El admirado psiquiatra y pensador Carlos Castilla dijo a unos amigos suyos de fuera del país: “Dense prisa en ver Córdoba”.

Ya sobra la prisa. Ahora es un cadáver. 


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