Revista Psicología

Corónica del mundo exterior (Parte 5)

Por Yanquiel Barrios @her_barrios
Corónica del mundo exterior (Parte 5)

En su libro "El jinete pálido", Laura Spinney hace un recorrido por la historia de las pandemias. Bajo esa luz comprobamos -como en muchas ocasiones- que las cosas no cambian tanto como imaginábamos. Stephan Zweig escribió alguna vez que la civilización es apenas una fina capa de polvo que puede barrerse de un soplido, y Freud dijo algo semejante. Ambos coincidieron en que no debemos asombrarnos demasiado ante ello. El problema es que depositamos una excesiva confianza en el progreso, confianza que solo puede sostenerse en el olvido de la verdad. Ya he comentado que las pandemias se olvidan. En 1889 surgió en Bukhara, localidad asiática del Imperio Ruso, una gripe que mató un millón de personas. Laura Spinney cuenta que poco después de que acabara, el pintor Edward Munch escribió en su diario: "Una tarde paseaba por un sendero, con la ciudad a un lado y el fiordo, abajo. Me sentí cansado y enfermo. Me detuve y contemplé el fiordo: el sol se ponía y las nubes se tornaron rojo sangre. Sentí un grito atravesando la naturaleza; me pareció oír el grito". Algunos historiadores del arte sugieren que esa pandemia, que además de los muertos dejó a cientos de miles de personas con graves trastornos traumáticos y depresivos, afectó seriamente al pintor y fue una fuente de inspiración para su célebre cuadro. Así se nos pone la cara a algunos, cuando vemos el debate político convertido en espectáculo de circo romano. El caso de George Floyd ha servido, entre otras cosas, para refrescar la memoria del sufrimiento causado a la gente de raza negra. Qué notable que sea Bélgica el país elegido como sede del Parlamento Europeo (donde presuntamente cocinan nuestro bien...) menos de un siglo después de haber dejado una huella imborrable en el Congo, donde Leopoldo II llevó a cabo una de las más espantosas atrocidades de las que existan constancia, solo superada por sus vecinos alemanes pocos años más tarde. Todo un precursor ese rey.

Douglas Brinkley acaba de hacerle una entrevista telefónica a Bob Dylan a propósito de la salida de su nuevo álbum "Rough and Rowdy Ways" ("Caminos duros y bulliciosos"). Dylan habla allí sobre la música, la poesía, el mundo. Sobre la fragilidad de todo lo que vive. "Duermo con la vida y la muerte en la misma cama", canta en uno de sus temas. Homenaje a la finitud de la existencia, recordatorio de que la muerte sigue siendo invencible. Y pensar que unos pocos segundos atrás habíamos comprado el pasaporte a la inmortalidad anunciado por Silicon Valley. Una doble estafa. Tal promesa fue falsa desde el inicio y además a los viejos no los quiere nadie, como ha quedado demostrado en la Comunidad de Madrid, donde se dictó orden de dejar morir a los ancianos porque no alcanzaban las camas. ¿Para qué querríamos llegar a vivir ciento cincuenta años si a partir de los cincuenta la mayoría de la gente es laboralmente desechable? No sé que habríamos de hacer con los cien que nos sobren. Son muchos años para llenar con series de televisión y partidos de fútbol.

Hay muchas maneras de clasificar a los seres humanos. Actualmente hay una muy sencilla: por un lado, los que darían lo que sea para que el confinamiento hubiese durado mil años, con tal de no regresar a la vida anterior, y por otro, los que están convencidos de que ya pasó todo y tocairse a la playa. La juventud no tiene pasado, dice Dylan en la entrevista. Solo conocen lo que ven y lo que oyen, y por eso están dispuestos a creerse cualquier cosa, agrega. Quizás no se trate solo de una característica de la juventud, y sea más apropiado extenderla a las personas de todas las edades. El ser hablante no tiene pasado. Me suena aún mejor. Por eso cada vez que se dice "Nunca más", sabemos perfectamente lo que va a ocurrir.

Corónica del mundo exterior (Parte 1)

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