–Voy a correr la voz, me he cansado de guardar silencio. Alguien tiene que parar los pies a esas zorras que esconden, tras una cortina de humo, sus mentiras. Igual creen que engañan a alguien con sus vidas aparentemente perfectas. Se sienten poderosas, pero yo conozco todas sus debilidades. Lo voy a hacer. Voy a acabar desde este mismo momento con sus dañinas insinuaciones, con sus ataques calculados, terminaré con su postureo frente a los demás. Tendré que desaparecer, pero no tengo nada que perder. Nunca te acerques a una fiera herida, si no quieres que te ataque mortalmente con sus últimas energías. Me gustaría quedarme, para ver sus caras desencajadas y escuchar su rechinar de dientes. Para desafiarlas en su puta cara con un: “Vamos, atacad ahora”. Pero es mejor que ponga tierra por medio, porque va a caer mucha gente alrededor y no es conveniente asumir más riesgos. En realidad, no diré nada. Guardaré silencio. Porque no es la amenaza, sino la posibilidad de su cumplimiento lo que surte efectos.
Tras apagar la megafonía, encendió un cigarrillo. Satisfecho. No era necesario decir más. Todo el mundo le había escuchado, incluidas aquellas viejas zorras que durante años le habían hecho la vida imposible.
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