Revista Ciencia

Cosas del amor

Publicado el 14 febrero 2013 por Rafael García Del Valle @erraticario

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Puesto que no se me da bien eso de decir cosas bonitas y molonas sobre el amor, menos aún cuando tales cosas bonitas deben ir acompañadas de un gasto económico directamente proporcional a la expresión del amor que se quiere comunicar –es lo que tiene vivir en una sociedad que ha reducido la existencia, sentimientos incluidos, a simples cuestiones empresariales—, me voy a dedicar a citar el libro de Eric Fromm, El arte de amar, a diestro y siniestro, que es lo que tenía más a mano para compensar las energías de tanto artículo ñoñoconsumista con que hoy se ha infectado nuestro querido planeta.

Dice Fromm que cualquier intento de amar está condenado al fracaso si no se busca un desarrollo total de la personalidad, y que “la satisfacción en el amor individual no puede lograrse sin la capacidad de amar al prójimo, sin humildad, coraje, fe y disciplina. En una cultura en la cual esas cualidades son raras, también ha de ser rara la capacidad de amar”.

Dicho lo cual, desarrollemos la idea…

Para la mayoría de la gente, todo el problema reside fundamentalmente en ser amado, y no en amar, o no amar salvo que se sea amado. Así que, ya desde el principio, la capacidad de amar está sometida a intercambio comercial. Es así que amar no es un inconveniente, es sencillo. Lo difícil es encontrar un objeto apropiado para amar –o para ser amado por él—.

Además de este pequeño detalle, hoy en día el concepto de amor romántico se ha hecho prácticamente universal. No podía ser de otra forma en una civilización condenada a ser consumida por el deseo. En esta interpretación del amor, lo importante es el objeto que se desea, dándose por hecho que la función de amar equivale a la función de desear.

En este sentido, la neurociencia ha sabido que estamos ante un impulso primario residente en el cerebro reptiliano. Así que, al contrario de lo que se vende como ideal para personas sensibles y evolucionadas, el amor romántico no es más que la manifestación del aspecto animal del homo sapiens, una característica compartida por el resto de la zoosfera, lo que permite comprender por qué la pasión va unida a la obsesión y a la violencia en forma de celos y otras cosas más desagradables.

También sabe la neurociencia que, en un cerebro enamorado, se activan las áreas relacionadas con la recompensa, donde se realiza el cálculo de coste-beneficio. Recuerda Fromm que “atractivo”

…significa habitualmente un buen conjunto de cualidades que son populares y por las cuales hay demanda en el mercado de la personalidad. Las características específicas que hacen atractiva a una persona dependen de la moda de la época, tanto física como mentalmente.

Pero, además, en cuanto que negocio, sólo es posible aquello que entra dentro de nuestras posibilidades de intercambio. De ese modo, dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado, dentro de los límites impuestos por sus propios valores de intercambio. El milloneti a la rubia despampanante, y la rubia despampanante al milloneti, básicamente ese sería el top 1. A partir de ahí, para abajo en la lista de ventas hasta llegar al cani y la choni…

Dejando de lado el contexto comercial, al abordar este asunto del amor entendido meramente como deseo, entra Fromm en las cuestiones evolutivas de la especie humana. Al igual que un niño aún no ha desarrollado su individualidad hasta el punto de sentir la necesidad de separarse de su madre,

…la raza humana, en su infancia, se siente una con la naturaleza. El suelo, los animales, las plantas, constituyen aún el mundo del hombre, quien se identifica con los animales, como lo expresa el uso que hace de máscaras animales, la adoración de un animal totémico o de dioses animales. Pero cuanto más se libera la raza humana de tales vínculos primarios, más intensa se torna la necesidad de encontrar nuevas formas de escapar del estado de separación.

El hombre ha emergido del animal, pero está condenado a evolucionar, no a involucionar, “sólo puede ir hacia adelante desarrollando su razón, encontrando una nueva armonía humana en reemplazo de la prehumana que está irremediablemente perdida”. La conciencia de sí mismo como individuo es la conciencia de la soledad y la separación, la causa de la angustia vital.

El mundo moderno intenta una y otra vez vencer esa sensación de separatividad retrocediendo a la etapa en que los instintos dirigían la vida del animal humano, pero tal solución es terriblemente contra natura, y el fracaso de la solución no hace sino aumentar la angustia existencial en los miembros de las sociedades más avanzadas.

De ahí que todo intento de refugiarse en los instintos, el deseo, no sea sino un intento de escapar hacia territorios ya imposibles, pues la conciencia humana necesita algo más para cumplir con su proceso. De ahí la permanente insatisfacción que se esconde tras las relaciones amorosas basadas en el aspecto animalesco. Caramelos para endulzar durante unos minutos el amargo sabor de una existencia paralizada.

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La evasión ha sido un recurso muy humano:

Una forma de alcanzar tal objetivo consiste en diversas clases de estados orgiásticos. Estos pueden tener la forma de un trance autoinducido, a veces con la ayuda de drogas. Muchos rituales de tribus primitivas ofrecen un vívido cuadro de ese tipo de solución. En un estado transitorio de exaltación, el mundo exterior desaparece, y con él el sentimiento de separatividad con respecto al mismo. Puesto que tales rituales se practican en común, se agrega una experiencia de fusión con el grupo que hace aún más efectiva esa solución. En estrecha relación con la solución orgiástica, y frecuentemente unida a ella, está la experiencia sexual. El orgasmo sexual puede producir un estado similar al provocado por un trance o a los efectos de ciertas drogas.

[…] En una cultura no orgiástica el alcohol y las drogas son los medios a su disposición.

Pero, “cuando la experiencia orgiástica concluye, se sienten más separados aún, y ello los impulsa a recurrir a tal experiencia con frecuencia e intensidad crecientes”.

La solución sexual es una forma natural y normal de superar la separatividad, pero

…en muchos individuos que no pueden aliviar de otras maneras el estado de separación, la búsqueda del orgasmo sexual asume un carácter que lo asemeja bastante al alcoholismo o la afición a las drogas. Se convierte en un desesperado intento de escapar a la angustia que engendra la separatividad y provoca una sensación cada vez mayor de separación, puesto que el acto sexual sin amor nunca elimina el abismo que existe entre dos seres humanos, excepto en forma momentánea.

En el intento por escapar a esta angustia existencial, vemos que proliferan, aunque el común no las entienda como tales, las actitudes sádicas y masoquistas. Exteriormente, el sadismo es la forma activa, dominante, de una unión simbiótica, aquella donde dos organismos vivos dependen uno del otro para sobrevivir, mientras que el masoquismo es la forma pasiva, la sumisión a cambio del mantenimiento de la relación.

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Pero interiormente responden a un mismo impulso: ambas manifiestan la necesidad de una fusión por la que superar su intolerancia a la soledad que se siente en la experiencia humana del proceso de individuación.

La persona masoquista escapa del intolerable sentimiento de aislamiento y separatividad convirtiéndose en una parte de otra persona que la dirige, la guía, la protege, que es su vida y el aire que respira, por así decirlo.

La persona sádica quiere escapar de su soledad y de su sensación de estar aprisionada haciendo de otro individuo una parte de sí misma. Se siente acrecentada y realzada incorporando a otra persona, que la adora.

En contraste con la unión simbiótica, el amor maduro significa unión a condición de preservar la propia integridad, la propia individualidad. […] En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos.

Esta conservación de la integridad personal exige una actitud activa, no pasiva, y aquí se debe aclarar qué significa cada cosa. Dice Fromm que hay que tener en cuenta la motivación que impulsa a realizar actividades para no caer en trampas:

Lo que no se tiene en cuenta es la motivación de la actividad. Consideremos, por ejemplo, el caso del hombre al que una profunda de inseguridad y soledad impulsa a trabajar incesantemente; o del otro movido por la ambición, o el ansia de riqueza. En todos estos casos, la persona es esclava de una pasión, y, en realidad, su actividad es una “pasividad”, puesto que está impulsado; es el que sufre la acción, no el que la realiza. Por otra parte, se considera “pasivo” a un hombre que está sentado, inmóvil y contemplativo, sin otra finalidad o propósito que experimentarse a sí mismo y su unicidad con el mundo, porque no “hace” nada. En realidad, esa actitud de concentrada meditación es la actividad más elevada, una actividad del alma, y sólo es posible bajo la condición de libertad e independencia interiores.

En un mundo donde todo está exteriorizado, no se entiende nada que no tenga repercusiones externas directas e inmediatas. Siguiendo a Spinoza, Fromm continúa:

En el ejercicio de un afecto activo, el hombre es libre, es el amo de su afecto; en el afecto pasivo, el hombre se ve impulsado, es objeto de motivaciones de las que no se percata. […] La envidia, los celos, la ambición, todo tipo de avidez, son pasiones; el amor es una acción, la práctica de un poder humano, que sólo puede realizarse en la libertad y jamás como resultado de una compulsión.

Esto desvincula el amor del concepto romántico, pues, al contrario que éste, exige permanencia en el tiempo, pues no se trata de una pasión que tal como viene se va, y un carácter activo. Llegamos, así, a la clave de todo el asunto: el amor es una actividad cuyo propósito último es dar, no recibir.

En las mentes mercantilizadas de hoy,

…el malentendido más común consiste en suponer que dar significa “renunciar” a algo, privarse de algo, sacrificarse. […] El carácter mercantil está dispuesto a dar, pero sólo a cambio de recibir; para él, dar sin recibir significa una estafa. […] La gente cuya orientación fundamental no es productiva, vive el dar como un empobrecimiento, por lo que se niega generalmente a hacerlo.

Igualmente, algunos hacen del dar una virtud, en el sentido de un sacrificio, dando valor al sacrificio en sí, es decir, no es el acto de dar lo que les impulsa, sino la recompensa espiritual que se va a “recibir”  por realizar algo que consideran, al igual que la mente mercantil, doloroso.

En cambio, para la conciencia activa,

…dar posee un significado totalmente distinto: constituye la más alta expresión de potencia. En el acto mismo de dar, experimento mi fuerza, mi riqueza, mi poder. Tal experiencia de vitalidad y potencia exaltada me llena de dicha.

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Alcanzar esta concepción del amor depende del desarrollo de la individualidad, en tanto que exige una participación activa, autónoma, independiente de impulsos ajenos a la conciencia:

Presupone el logro de una orientación predominantemente productiva, en la que la persona ha superado la dependencia, la omnipotencia narcisista, el deseo de explotar a los demás, o de acumular, y ha adquirido fe en sus propios poderes humanos y coraje para confiar en su capacidad para alcanzar el logro de sus fines. En la misma medida en que carece de tales cualidades, tiene miedo de darse, y, por tanto, de amar.

En cuanto que actividad, requiere de trabajo y constancia, una actitud que sólo se gana con esfuerzo y con el conocimiento profundo de uno mismo en particular y del ser humano en general. En definitiva, es un arte. Y como todo arte, ajeno a las exigencias comerciales que priman hoy en día, está absolutamente desvalorizado en un mundo inmaduro que se niega por todos los medios a crecer.

Ah, la adolescencia es una etapa muy dura…

Pero de eso, ya que esta semana ha salido muy “psicoanalítica”, irá el próximo artículo…

De momento, quede para la reflexión la siguiente cita. De Fromm, obviamente…

No obstante el profundo anhelo de amor, casi todo lo demás tiene más importancia que el amor: éxito, prestigio, dinero, poder; dedicamos casi toda nuestra energía a descubrir la forma de alcanzar esos objetivos y muy poca a aprender el arte del amor.

¿Sucede acaso que sólo se consideran dignas de ser aprendidas las cosas que pueden proporcionarnos dinero o prestigio, y que el amor, que “sólo” beneficia al alma, pero que no proporciona ventajas en el sentido moderno, sea un lujo por el cual no tenemos derecho a gastar muchas energías?

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