Revista En Femenino

Cosas que pasan

Por Expatxcojones

Cosas que pasan

Oficina bancaria, Tánger, 2015. expatriadaxcojones.blogspot.com


Mi relación con los bancos siempre ha sido mínima. Los utilizo porque no hay más remedio. Si pudiera escondería el dinero —que no tengo— debajo del colchón. Te cobran comisiones por todo y apenas te dan los buenos días. Mi hermana me dice que me pase a la banca ética que no especula y que invierte en proyectos de economía real. Quiero hacerlo pero nunca encuentro el momento. Soy una vaga y ni tan siquiera es uno de mis peores defectos. Los tengo peores.
Cuando llego a Tánger decido que no abriré ninguna cuenta ¿para qué? Ya me roban suficiente en España. Pero llega un día en que quiero apuntarme al gimnasio y no tengo elección. La única manera de hacerlo es domiciliar el pago. Así que cojo mi documentación y me planto en las oficinas que hay justo al lado de casa.
   —Buenos días, vengo a abrir una cuenta.   —Muy bien. Espere un momentito. Mi compañero se lo hará enseguida.
El compañero, que dice la chica, es un chaval joven. Le pongo unos treinta años. Viste un traje de los baratos y lleva el pelo engominado. A diferencia de lo que me suelo encontrar en España, el chico es simpático y de trato agradable. Me saluda, me invita a que me siente y empieza a teclear.
   —Ya está. Ahora le entrego el contrato para que lo firme y hemos terminado— me dice.
Yo, que cuando quiero y me conviene, soy muy obediente lo firmo pero cual es mi sorpresa al ver que el chico no me entrega ninguna copia. Se lo pregunto y entonces el sorprendido es él.
   —¿Qué copia?   —La del contrato.   —No damos copia.   —¿Cómo que no? Yo quiero una. Quiero saber exactamente qué estoy firmando. Cuáles son mis derechos y cuáles mis deberes. Quiero una copia del contrato.
Primero, me mira atónito como si le estuviera pidiendo la luna y después, me responde que en Marruecos los bancos no dan copia. No es el procedimiento habitual, me dice. Insisto. Entonces él se levanta, va a la fotocopiadora y al cabo de un rato vuelve con los papeles. Le doy las gracias y me marcho. No pasaré  mucho tiempo sin volverlo a ver. Unos días más tarde, me dispongo a sacar dinero en el cajero pero no hay manera. No me lo da. Debe ser un error, supongo.Así que entro en la oficina dispuesta a solucionarlo.
—Si yo tengo dinero ¿por qué no puedo sacarlo? —le pregunto al chico.—¿Qué cantidad quería usted sacar?—Cien euros. —Es que hay un límite de cincuenta euros al día.—Pues ya me lo puedes aumentar porque yo con eso no haga nada. —No se preocupe —me responde, muy amable— ahora mismo lo cambiamos
Y empieza a teclear. Teclea que teclea. Yo espero. Sigue tecleando. Sigo esperando. Teclea un poco más y me dice que está todo resuelto. Le doy las gracias y me marcho. Cuando al cabo de unos días quiero sacar dinero, otra vez, el dichoso cajero se niega a dármelo. Hasta en tres ocasiones me presento en la oficina por el mismo motivo. Ya he dicho antes que el chaval es agradable pero empiezo a dudar que sea competente.
Estoy un tiempo sin verlo pero una tarde el cajero, sin avisar, se traga mi tarjeta. Mierda. A la mañana siguiente, me planto en la oficina, que a estas alturas, ya frecuento más que mi propia casa.
   —¿Otra vez problemas con el límite? —me pregunta nada más verme.   —No. Es que el cajero se ha quedado mi tarjeta.   —Voy a mirar.
Mientras él teclea me distraigo mirando la oficina. Hay un cuadro del rey colgado en la pared principal. Una televisión de plasma que repite anuncios del banco sin parar. Dos chicas atendiendo en el mostrador, la señora de la limpieza haciendo los cristales y el guardia de seguridad en las musarañas. Entonces, como quien le dice a un crio que no le puede dar más golosinas porque le van a estropear los dientes, el chaval me suelta.
   —Es que no tiene saldo.   —¿Cómo?   —Que en la cuenta no hay dinero.    —Pero… si la última vez que saqué, miré el recibo y todavía quedaba.   —Es que el cajero no lo actualiza. —¿Cómo que no lo actualiza?—Los movimientos no quedan reflejados hasta días más tarde. Es usted que debe llevar un control de sus gastos.
Pues estoy apañada, pienso, pero no se lo digo. De mis labios salen otras palabras.
   —Ok. No lo sabía. Ya lo tendré en cuenta.—Ahora mismo le pido otra tarjeta pero tendrá que pagarla de nuevo.   —¿Por qué?   —Porque así es como funciona.   —Pero yo no sabía que no tenía saldo, lo normal es que el banco me informe de ello, ¿no? Si el cajero me dice que tengo dinero, pues yo le creo.   —No. Lo siento. Ya se lo he dicho. Es usted que debe controlarlo. El cajero no se actualiza hasta días después. Apúntese lo que saca en un papelito. Así no le volverá a suceder.
Me callo. Está claro que no voy a arreglar nada discutiendo. Por suerte, pasa el tiempo y ya no vuelvo más al banco hasta que el Kalvo me pide que lo acompañe. Serán sólo cinco minutos, me dice, y así luego desayunamos juntos. Cuando llegamos a Marruecos abrió una cuenta convertible, queahora ya no utiliza y que quiere cerrar. Entramos en la oficina y vamos directamente donde el chico. Lo que sucede en esta ocasión es a mi modo de ver, de lo más surrealista pero tan real como que tengo dos hijos y que no me gustan los perros. Signifique eso lo que signifique. Estando el chico con su ordenador, tramitando la orden de cierre, el Kalvo se percata que hay otro nombre asociado a su cuenta. Un tal señor Gutiérrez.
   —Disculpa ¿por qué aparece el nombre de otro señor asociado a mi cuenta? —le pregunta.
El encargado intenta explicar lo inexplicable. Primero dando excusas, luego tirando pelotas fuera pero el Kalvo no desiste, lo pone contra las cuerdas y al final él acaba por rendirse.
     —No pasa nada. Tranquilo. Esto sucede muchas veces.   —Me estás diciendo que hay un señor que tiene una tarjeta asociada a mi número de cuenta y que esto es normal.   —Sí.   —Pues a mí no me parece normal. Esto es muy fuerte. Voy a cambiar de banco.   —Señor, en todos los bancos de Marruecos sucede lo mismo. Esto no es como en España.    —¿El qué no es como en España?—De vez en cuando sucede, se cruzan los nombres de los clientes pero no pasa nada.—O sea que un señor al que yo no conozco de nada le dais una tarjeta asociada a mi número de cuenta y me dices que no pasa nada. A mí esto me genera mucha desconfianza.   —No se preocupe, el dinero no lo saca de su cuenta, pro supuesto que no.   —Pues yo no lo veo tan claro. Dame un extracto, por favor, que quiero revisarlo bien.
Y los cinco minutos que debíamos pasar en el banco se convierten en media hora larguísima con el Kalvo —desconfiado por naturaleza— revisando, uno a uno, todos los movimientos. Sólo cuando finaliza y comprueba que, efectivamente, nadie a parte de él ha sacado dinero, se da por satisfecho y podemos ir a desayunar. Estas son algunas de las cosas que pasan en Tánger cuando vas al banco —o al menos las que nos pasan a nosotros— que señores que se apellidan Gutiérrez aparezcan asociados a tu cuenta y que sea de lo más normal.

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