Revista Cultura y Ocio

Cosas que pasan en la oficina

Publicado el 01 febrero 2012 por Pollo @0enliteratura
No sé si ha sido la lectura de Amado Amo de Rosa Montero o la cada vez más complicada e irrespirable atmósfera de mi centro de labores lo que me ha hecho verlo de otra forma. Cuando ciertas cosas pierden importancia, uno tiene la ventaja de apreciarlas desde un punto de vista distinto que, al menos, tiene la ventaja de ser diferente. Y es que a veces no conocemos a la gente con la que trabajamos.
  Cosas que pasan en la oficina1. Como cualquier día entro a marcar tarjeta y me encuentro con que uno de los vigilantes, distraído, lee un libro, que hasta ahora no he leído (El padrino de Mario Puzo). El otro guachi jura que tiene la primera edición de La ciudad y los perros (con sobrecubierta y todo) y me la quiere vender a un módico precio. Le digo que primero lo traiga y de ahí hablamos.2. Mientras tomo el ascensor, debo hacer una precisión. En mi anterior trabajo, con toda la conchudez del mundo, llevaba señores ladrillos como 2666, Historia del Rey Transparente, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo o la trilogía Millenium. Podía leer durante horas, tranquilo y a nadie le importaba mucho, de vez en cuando la clásica pregunta, pero nada más. En esta chamba en cambio, tenía que actuar con un poco más de cautela, para que piensen que también trabajo de vez en cuando. Sin embargo, parece que igual se dieron cuenta.3. Entro, me siento, prendo la compu y todo empieza otra vez. Por mi parte trato de recordar como empezó lo de los libros. Recuerdo que, en una salida de viernes, un pata, ya con algunas copas de más, me contaba su drama: su novia era profe de Literatura y el "no quería quedar mal" pues le arrochaba no haber leído nada de nuestro Premio Nobel (y en realidad de ningún otro autor). "Ayúdame pe" me dijo y le sugerí que empiece con Los cachorros o Los jefes. Incluso le prometí comprarle alguno. Nunca lo hice (y el creo que ni se acuerda que alguna vez me lo pidió).4. Sin embargo, la cosa no quedaría ahí. Una de las chicas que se sienta cerca mío me comentó que paraba aburrida y sin nada que hacer (vive sola) y que si le podía ayudar. Recoméndandole un libro, por siaca. No se me ocurría nada en ese momento, pero le presté Tokio Blues, que al menos tiene bastante sexo. Pero ya pasaron dos meses y nada, creo que va en la tercera hoja (luego em enteré que su libro favorito era Mujercitas). 4. Tendría más éxito con otras chicas (en las recomendaciones). Una me pidió que le recomiende un libro gracioso o entretenido y le pasé Nuestro hombre en La Habana de Graham Greene (por lo menos llegó a la mitad). Otra me pidió que le pase La Tía Julia y el escribidor y le gustó mucho, aunque me dijo que ya se imaginaba el final (a lo que no pude responder porque no la he leído). Una amiga del otro piso me pidió que le recomiende algo y le pasé El extranjero y La perla, que por lo que me dijo, creo que le gustaron. Ella me devolvería el favor agenciándome La naranja mecánica.5. Pero de todas las chicas, la más especial es sin duda P. Siempre almorzamos juntos y hoy no es la excepción. Todo empezó justamente en una conversa de almuerzo en que estábamos ella, una amiga X y yo. La amiga X no paraba de elogiar a su novio (director de una revista, con un par de libros de crónicas y cuentos encima y que se autodenomina escritor). Así, nos relataba que se había hecho muy amiga de Daniel Alarcón, que iba a cada rato a la casa de Ampuero (ignoro si esto implica que los leía) y cuando la conversa giró hacia lo "librístico", P. empezó a sentirse un poco perdida. Fue ahí cuando me dijo "¿Me puede recomendar un libro?" Como ya se habrán dado cuenta, las recomendaciones no son mi fuerte, así que solo le pasé tres de mis libros favoritos: Prosas apátridas, Todos los fuegos el fuego y uno de Herman Hesse. Al final, solo leyó el primero.No obstante me devolvió el favor y obtuve un préstamo de sus manos. Era Trece mentiras cortas de Gustavo Rodríguez, libro que, según me comentó, le gustó muchísimo y que leyó en un día. Agradecí su generosidad, lo leí y coincidimos (es cierto que se lee en un día).Cuando unos meses más tarde me comentó que en el colegio le habían obligado a leer La Ilíada, Los miserables o Don Quijote entre otros clásicos librísticos me sorprendió no solo que haya leído tantos libros que tengo pendientes, sino que, a pesar que usaron un método tan bárbaro con ella, puede todavía encontrarle gusto a la lectura.6. De tantas recomendacions y horas que me ven leyendo en vez de trabajar, no era de extrañarse que, el día del cumple de jefe, la gente que se encarga de comprarle la torta y esas vainas, me pidió que les sugiera algún libro para regalarle. Les dije un par de títulos (incluso Desgracia de Coetzee, a riesgo que lo tome como una indirecta a su gestión). Quizás debí sugerir algo de Roberto Bolaño, recuerdo que una vez me encontró leyendo La literatura nazi en América, y se acercó a preguntarme, no por mi manifiesto incumplimiento de mis obligaciones laborales, sino por la obra. Había leído al chileno antes, por lo que me contó. 
Finalmente le compraron Siddharta y cada vez que me veía, cuando se enteró que fui el de la idea, se me acercaba y me comentaba como le iba con el libro. Muy buena onda mi jefe.
7. Pero todo tiene su final. Y es que por esas cosas que pasan, mi jefe renunció y su reemplazo no fue muy chévere que digamos: un patín con un par de premios y libros de cuentos bajo el brazo pero, a diferencia del jefe buena onda, el nuevo mandamás era algo soberbio y poco amistoso (¿así son todos los escritores?).A pesar de eso, ingenuo de mí, cuando vi que su "opera prima" era rematada a una luca en una ruma de libros en el Centro, decidí adquirirlo, un poco para conocerlo mejor (primera vez que tengo que leer un libro para conocer a mi futuro jefe). Fue una lectura un poco extraña ¿Con cuánta objetividad puede leer uno el libro de alguien que sospechas te va a despedir? Sin embargo, aunque mal recomendador, no creo ser tan mal comentarista o juzgador de la obra ajena: el libro era muy bueno, relatos relacionados entre sí, una atmósfera bien creada y una gran manejo del lenguaje.Ahora estaba frente a un dilema completamente distinto. Naturalmente, la idea de ir y expresarle mi gusto por su texto estaba descartada, pues sería sospechosamente parecida a la tradicional sobonería (y pedirle un autógrafo ya hubiera sido asqueroso). Quizás debí venderlo a algún compañero más experimentado con la franela, pues todos sabíamos que el flamente superior jerárquico no tenía muchas ganas de seguir trabajando con nosotros lo que, con el correr de los días y de los libros prestados, hizo que la situación se ponga algo tensa. Fue por eso que, a pesar de los libros prestados (y no devueltos en algunos casos), decidí presentar mi renuncia y decir adiós a mis compañeros.Creo que en el fondo los voy a extrañar...No, no hay forma.

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