Sin embargo, hay otros valores que seguramente hemos subestimado y que incluso hemos asimilado como negativos, por el fruto de malos aprendizajes ya que, como veremos a continuación (o como yo voy a tratar de defender), no son para nada antivalores y, dependiendo de la cantidad, el contexto, el momento y el uso que se les de, ciertamente, pueden llegar a ser valores que enriquezcan enormemente nuestra vida.De hecho, el exceso de solidaridad puede potenciar la dependencia en detrimento del desarrollo de la autonomía, el exceso de esperanza puede derivar en ingenuidad y frustración, y el exceso de valentía puede llevar directamente al suicidio inintencionado. Todo puede ser bueno en su justa medida, todo puede ser malo si es en exceso o en defecto.Esta es mi lista de Cosas que te dijeron que eran malas y probablemente no lo sean:
- La lentitud. ¿No te ha pasado alguna vez que alguien te ha criticado por hacer algo de manera parsimoniosa, o tú mismo te has criticado? Vivimos en la cultura de la inmediatez. Y esto es así porque en un Sistema como el nuestro, en el que el objetivo viene a ser la productividad (en lugar de la felicidad, qué cosa más triste), el factor eficiencia, que significa "hacerlo bien con la menor cantidad de recursos posibles" (entre esos recursos, el tiempo), cobra una importancia exagerada. Trabajar, interactuar, vivir, de manera más lenta, además de quitarnos estrés, nos ayuda a estar más conectados con lo que estamos haciendo, con el aquí y ahora, de manera más consciente y también, más gratificante.
- La pereza. Claro, si "hay que" ser productivo, ¿¿¿cómo te vas a permitir ser vago??? El problema de esta creencia aparece cuando no nos concedemos momentos de pereza porque tememos volvernos perezosos (un claro ejemplo de la presión psicológica que puede llegar a ejercer el Sistema), o cuando por darte momentos de ocio y descanso te sientes culpable porque no estás aprovechando el tiempo, ya que no estás siendo productivo. Cuando mueras pondrán en tu lápida "Aquí yace X, fue una persona muy productiva". ¡Qué tontería! Necesitamos muchos momentos de relax, mucha diversión, dormir más, hacer mucho más NADA... ¿Y sabéis cuál es la paradoja? Que eso es productivo, porque si el cuerpo y la mente descansan y encima estoy de buen humor, voy a rendir mejor.
- El silencio. Hay una memorable escena de Pulp Fiction protagonizada por John Travolta y Uma Thurman, en la que ella, tras un largo silencio, le dice a él: "¿No los odias?", y él pregunta: "¿El qué?", y entonces ella responde: "Estos incómodos silencios. ¿Por qué creemos que es necesario decir gilipolleces para estar cómodos?". Tal como responde el personaje de Travolta después, yo también creo que es una buena pregunta. ¿No habéis tenido a veces la sensación de "tengo que decir algo"? ¿Por qué? Y esto se pone mucho más de manifiesto cuando alguien nos cuenta un problema o nos revela que se siente mal: "¡Alarma, alarma, di algo, soluciona la vida de este pobre diablo, móntale en una nube y haz que se sienta feliz!". A veces el silencio dice más que las palabras, a veces escuchar sana más que decir. Como diría Tarantino: "Disfruta tu puto silencio, joder".
- La simpleza. Y es que, ¿no tenéis la sensación de que, entre todos un poco, hemos complicado de una manera totalmente innecesaria nuestro estilo de vida? ¿Para qué, para tener más? Pero no sólo en un plano material, también en lo social y en lo personal. Hay que tener más amigos, más experiencias, más virtud... Más no siempre es sinónimo de mejor. Luego vemos a alguien con una vida muy "básica" pero feliz, ¡y casi que nos molesta! Nos entran ganas de decirle: "Oye, ¿pero qué estás haciendo con tu vida?, ¡la estás desperdiciando, haz más cosas!" Si se lo dijéramos seguro que nos miraría con cara rara, ¡y con toda la razón del mundo! Menos es más: menos complejidad es menos estrés y por tanto más paz, menos pertenencias es menos cargas y por tanto más ligereza, menos apego es menos necesidades y por tanto mayor independencia y libertad. Sé que moriré sin tener muchas cosas, sin haber vivido muchas experiencias y sin haber desarrollado muchas virtudes, y no quiero que eso me importe, no quiero que eso determine mi felicidad.
- La irreverencia. ¿Qué es lo contrario a ser irreverente? Seguir las normas, acatar. No es malo, es necesario, pero el mal aprendizaje que hemos podido extraer es: hay que ser siempre correcto. ¿Y qué es lo correcto? ¿Hacer lo que otros dicen que haga? ¿No se pueden equivocar los otros, son las normas siempre correctas? Y aunque siempre lo fueran (que no es así, de ningún modo), si me obligo a ser siempre correcto, ¿no me estaría obligando a ser perfecto, no me castigaría en demasía cuando fallo, no estaría dejando de aceptar mis limitaciones? Ni siempre podemos seguir las normas, ni siempre debemos. La insumisión y la rebeldía han derivado no pocas veces en un cambio que ha transformado a la sociedad para bien y la ha hecho más justa. Si seguimos la corriente nunca sabremos qué nos estamos perdiendo al otro lado.
- La diferencia. ¿Quién no se ha sentido mal por ser diferente, por no encajar, por no seguir "la misma onda"? ¿Y acaso ser diferente es malo? Entonces, ¿por qué sentirse mal? ¿Es justo que nos sintamos inferiores por nuestras diferencias? Nuestras diferencias no nos hacen peores, nos hacen NOSOTROS, nos hacen únicos. Y quizá queramos encajar en todos sitios pero no todos los sitios ni todos los grupos están hechos para nosotros, y no pasa nada. Si no tuviéramos diferencias, seríamos borregos de una misma manada que se dejan gobernar por el pastor y no pueden decir más que "¡Beee, beee!". No tendríamos voz propia, careceríamos de pensamiento crítico, no nos distinguiríamos. Ama tus diferencias, porque no te hacen peor ni mejor, te hacen ser tú.
- La inmadurez. Pensemos por un momento en el valor opuesto: la madurez. Se considera, por norma general, una virtud. Y lo es si la madurez te acerca a tu mejor Yo, tu Yo más auténtico. La madurez tiene que ver con la autorrealización, con el crecimiento personal, con dejar de ahogarse en un vaso de agua y saber observar las cosas desde una posición más serena y reflexiva. La madurez no es volverse más serio, con más responsabilidades y más aburrido. La madurez es responsabilizarte de tu vida y de tu actitud ante la vida. Y es, en este sentido, de personas sumamente responsables: no dejar de jugar, de reír, de soñar, de hacer el payaso, de ensuciarte las rodillas. Es una gran responsabilidad, sin duda, no perder el contacto con el niño que llevamos dentro