
El protagonista de Cosmópolis, Eric Packer (Robert Pattinson) desea cruzar toda la ciudad en limusina para cortarse el pelo en su peluquería de confianza. A pesar de que su guardaespaldas le advierte que no es el mejor día para cruzar Nueva York en coche, pues el Presidente está de visita oficial y además hay protestas en las calles, Packer, joven multimillonario acostumbrado a hacer lo que le viene en gana, se empeña en llevar a cabo su capricho. Antes de alcanzar su objetivo, ya de noche, el acaudalado joven se encontrará con varios personajes que visitan su “oficina”; es decir, su limusina, y se verá envuelto en unas protestas que parecen importarle bien poco. En su particular descenso hacia el infierno, Packer, cansado de tener todo en la vida, buscará nuevas motivaciones adoptando una actitud cercana a la locura. La intención de Cronemberg es muy loable, un gesto de artista, una propuesta de autor. Y, efectivamente, la película está plagada de grandes frases y profundas reflexiones sobre el sistema neoliberal y sus peligros. El problema es que la narración se construye a base de larguísimos diálogos entre el protagonista y el resto de personajes, que además siempre tienen lugar en el mismo escenario; el interior del coche. Esto conduce al tedio, tamizado por la calidad de los planos y el nivel de las interpretaciones, hasta que, ya hacia el final, la narración se anima con un tardío clímax que resucita el filme. En cualquier caso, y a pesar de todo lo comentado hasta ahora, no me atrevo a afirmar que la película sea aburrida, pues se sigue con interés y atención. Lo que sí es cierto es que Cosmópolisno es la historia más atrayente para un espectador poco acostumbrado al cine de autor. Cosmopolis es, en resumen, una película para festivales y públicos dispuestos a mirar con los ojos limpios; sorprende saber que su director no es de origeniraní, o kazajo o coreano.
Cosmópolis, de David Cronemberg. 109 minutos. Año 2012.