
Olvida todo lo que has estudiado, leído o escuchado sobre nuestra galaxia en los medios de comunicación porque ya sabes que la especialidad de nuestro blog es la fauna extinta y eso es precisamente lo que vamos a buscar fuera del campo gravitacional terrestre… ¿Cómo? ¿Quién ha dicho que no hay dinosaurios fuera de la Tierra? Y no, no nos referimos a la mascota de Bob Behnken [1].
En el pasado, hubo quienes defendieron la idea de que planetas similares, en condiciones análogas, podrían llegar a ofrecer fauna parecida. Si bien hoy la comunidad científica lo cree poco probable, ¿qué opinan del tema los creadores de ficción? Por supuesto, la idea es lo suficientemente atractiva como para que no haya dudas al respecto: no sólo es factible sino que, como vamos a tener ocasión de comprobar, es más que frecuente. A la luz de los testimonios que os traemos podríamos asegurar que prácticamente todo el universo está plagadito de dinosaurios.

Así que, abróchate el cinturón de seguridad, pues despegamos ya en nuestro tour espacial. Primera parada: La Luna, claro, que para eso está ahí al lado, a tan sólo 363.104 kilómetros en su perigeo [2], que viene a ser como ir de Madrid a Peñíscola y volver todos los días durante un año (puede parecer una paliza, pero ¿qué me dices de una paella después de un chapuzón en el mar a diario?). Comienza la cuenta atrás: 10, 9, 8, 7...
El influjo que la cercanía de la Luna ejerce sobre el planeta -modulando las mareas, por ejemplo- y su señorío de la noche, la han investido de un halo místico otorgándole la capacidad de convertir hombres en lobos o despertar de su letargo a vampiros… Además, su proximidad a un planeta tan lleno de vida como el nuestro ha dado pie a especulaciones sobre su posibilidad de albergarla también. Los selenitas podrían tener cualquier aspecto, y hay quienes se han preguntado si no podrían ser seres como los que habitaban la Tierra en etapas anteriores... efectivamente, como los dinosaurios.

En Astounding Stories, Charles Willard Diffin publicó The Moon Master (1930), cuyo protagonista viaja a la cara oculta Luna en un cohete que funciona gracias a la energía atómica y descubre toda suerte de fauna propia del Mesozoico.

Ha sido precisamente la cercanía de nuestro satélite lo que la ha convertido en el primer objeto de deseo espacial del hombre, finalmente satisfecho en 1969 con la misión Apolo XI, a la que siguieron varias más hasta 1972. El embrujo de nuestro primer amor espacial se fue diluyendo a la vista de los resultados (nada de vida o metales preciosos…) y las restricciones presupuestarias dirigieron los esfuerzos hacia otras metas más rentables o prometedoras. El conocimiento directo ha podido terminar con parte de su secular misterio, pero sigue siendo una importante fuente de inspiración para los creadores.
En el relato de Frederick D. Gottfried Hermes to the Ages (1980, en Analog), un cosmonauta ruso encuentra los restos de un “homosaurus” en la Luna.



Iron Sky (2012) es un filme de Timo Vuorensola en el que por fin descubrimos lo que hay en la cara oculta de la Luna: una base fundada por los nazis que huyeron tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial. En la secuela Iron Sky: The Coming Race (2018), tras el holocausto nuclear los nazis regresan a la Tierra, concretamente al centro de la Tierra, donde veremos a Hitler cabalgar sobre un tiranosaurio.

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[1] Tripulante de la Space X que se llevó un dinosaurio de juguete de sus hijos en la nave para detectar cambios gravitatorios, como puede verse aquí.
[2] Momento en que su órbita pasa más cerca de nuestro planeta. En el apogeo (el punto más lejano), la distancia aumenta hasta los 405.696 Kilómetros.