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A comienzos del siglo XIX, el río Misisipi era la frontera natural de los Estados Unidos. Tras la venta de Luisiana por Napoleón en 1803, comenzó la expansión hacia el Oeste. Con un territorio tan vasto, las facilidades para comprar terrenos impulsaron a muchos colonizadores a la aventura, en detrimento de los indígenas que vieron como sus terrenos de caza se reducían progresivamente. En 1820 comenzaron los asentamientos en Texas, objeto de conflicto con México. La ganadería, en particular de vacuno, alcanzó tal apogeo que acabaría suponiendo una importante fuente de exportación, extendiendo la figura de los vaqueros o cowboys.
En 1848, el descubrimiento de algunas pepitas de oro en California desató una verdadera “fiebre del oro” que movió a 80.000 buscadores de fortuna hasta la Costa Oeste. Cuando aún están frescos los recuerdos de la Guerra de Secesión (1861-1865), los paleontólogos Marsh y Cope entablan su propia «Guerra de los huesos» (1877–1892), que dejará como legado más de ciento cuarenta nuevas especies de dinosaurios y la mitificación del Oeste también en su faceta paleontológica. En palabras de nuestro insigne paleontólogo José Luis Sanz [1], «La condición de aventura romántica de la prospección y la excavación de los restos de vertebrados fósiles cautivó la conciencia colectiva norteamericana en un modo parecido al de las andanzas de Buffalo Bill Cody [2]».


El siguiente año, Wardon Allan Curtis publicó el relato “The Monster of Lake Metrie” en Pearson’s Magazine, mostrándonos un Wyoming donde ha sobrevivido un elasmosaurio a cuyo cráneo transplanta el cerebro de su compinche moribundo... y al final tiene que intervenir el 7º de caballería. Las ilustraciones son del galés especialista en cowboys Stanley L. Wood.

Georges Dupuy [3] es autor de “The Monster of ‘Partridge Creek’” (1908, en The Strand Magazine), ambientada en el Yukon. Este relato narra el supuesto avistamiento de un ceratosaurio un lustro atrás por un par de cazadores que habrían dado testimonio a Dupuy de su odisea; completa la historia con el texto de una carta que habría recibido posteriormente de otro testigo, un buscador de oro. Aunque esta fórmula narrativa ha sido usada multitud de veces, algunos criptozoólogos sostienen que se trata de una anécdota real y parece que se llegaron a organizar “partidas de caza” en busca de la bestia. Debe reseñarse que en 1898 se había dado cuenta del supuesto hallazgo de restos de mamut congelados en el hielo del Yukón (a imagen de los declarados medio siglo atrás en Siberia). La región estaba literariamente de moda, ya que Jack London la había utilizado para ambientar su conocida La llamada de lo salvaje (1903), sobre un perro que recobra sus instintos salvajes en medio de la “fiebre del oro”.

Por supuesto, también los cómics han mezclado western y dinosaurios. Podemos descubrirlo ya en los primeros comic-book, durante la Edad de Oro del género. En 1940, Bill Everett ideó al cowboy Bull’s-Eye Bill (Target Comics #1, Novelty Press), que ese mismo año protagonizó el episodio «The Return of Slick Carson» (Bea Holmes/L. Kennerly). Carson es un peligroso bandido que se escapa de la cárcel y Bill se lanza en su búsqueda. El forajido se refugia en una cueva en la que habita un «lagarto gigante». El monstruo mata a Carson y Bill lo liquida antes de que siga defendiendo su territorio, del que el cowboy admite “No sé donde estamos, pero nunca he visto nada como esto”.

Pero la capacidad evocadora del western cautivó la imaginación de los creadores más allá de las fronteras norteamericanas y acabará transformándose en un género universal. Ya a comienzos del siglo XIX, el galo François-René de Chateaubriand (que conoció personalmente a George Washington) publicó Atala (1801) y su continuación René (1802), protagonizadas por un francés que se une a una tribu india norteamericana. En España, el pionero fue Esteban Hernández y Fernández con Los hijos del desierto (1876), en la que los protagonistas son de nuevo los indios. Desgraciadamente, en ninguno de estos relatos hay dinosaurios.

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[1] Sanz, J.L. (1999) Mitología de los dinosaurios. Madrid: Taurus.[2] Quien, de hecho, participó en la “Guerra de los huesos” sirviendo de guía a Marsh en Kansas y Wyoming.[3] La Wikipedia lo identifica con un respetado cirujano francés quincuagenario, pero otras fuentes creen más plausible que se trate de un periodista y escritor algo más joven.