Uno de los lugares míticos en el panorama de la animación independiente es sin duda la NFB (National Filkm Board) de Canadá , institución que desde poco antes de la década de los 40 ha financiado y promocionado un buen puñado de trabajos que de no ser por su labor probablemente no hubiesen llegado a realizarse ni, por supuesto, a tener un lugar propio en el género, ya que no se trata de productos comerciales dirigidos a un público mayoritario para generar rápidos beneficios económicos, tal como sucede con otros más conocidos, en su mayoría de capital estadounidense o japonés. Valga pues el reconocimiento a la labor de esta institución, que ha permitido que nos lleguen, aunque con cuentagotas a lo largo de los últimos cincuenta años, trabajos impagables entre los que figuran firmas como Norman McLaren, Ishu Patel, René Jodoin, Grant Munro, Ryan Larkin, William Greaves o Frédéric Back (el que nos trae al caso), entre otros, autores que de otro modo jamás hubiesen contado, seguramente, con medios suficientes para iniciar su andadura y figurar hoy entre los animadores de vanguardia más prestigiosos, bien por ser demasiado experimentales o simplemente por no estar dirigidos a su rápida transformación en beneficios tangibles en una taquilla.
Al margen, sin embargo, de estas necesarias consideraciones, vayamos pues a Frédéric Back, seguramente uno de los animadores más originales del panorama canadiense, dotado de un particularísimo estilo ya que su trabajo es siempre eminentemente pictórico y sus cortometrajes están realizados a base de diferentes cuadros elaborados a lápiz en tonos pastel. Cada uno de estos dibujos, cualquiera que seleccionásemos tomado de manera aislada, podría considerarse por sí solo una auténtica obra de arte. Pero el mérito de Frédéric Back va más allá de la calidad de su trazo, porque también es capaz de ensamblar sus dibujos en una cadena con sentido de modo absolutamente coherente y natural, y dotarla de un dinamismo y soltura extraordinarios componiendo así un relato que carece de diálogos, pero aparece cargado de significados.
“Crac!” (1981), toma como protagonista una mecedora de madera que sirve de instrumento para adentrarnos, en no más de 15 minutos, en un recorrido por la historia de Quebec en el último siglo. La mecedora será utilizada por miembros de diversas generaciones de una misma familia a lo largo de sus vidas, al tiempo que se introducen diversas historias de carácter intimista al son de la música y leyendas populares. El corto se inicia con la construcción artesanal del objeto protagonista, que deja pronto de ser un simple objeto inanimado para crecer junto a los personajes y tener su propia historia que contar, de la que podemos ir intuyendo al paso de los años la erosión de la vida en los pueblos con la llegada de la industrialización, hasta finalizar con la crisis social provocada por el individualismo salvaje que coincide temporalmente con el devenir de las nuevas energías, representadas aquí por las protestas masivas frente a una planta nuclear. Una historia con connotaciones sociales, políticas, tradicionales y artísticas, narrada exclusivamente a través de estos pequeños cuadros con cierto aire impresionista al estilo de Monet o Degas , no exenta de nostalgia y exaltación de las tradiciones de Quebec que intentan ser barridas por la fuerza implacable del progreso y la urbanización. Crac! es el sonido de la caída de un árbol talado para construir la mecedora, pero también es el sonido de la ruptura en las vidas de las gentes macadas por cambios sociales vertiginosos. Toda una joya de la animación, homenaje a Quebec, hogar adoptivo de Frédérick Back, y a la cultura imperecedera de sus gentes, iniciadora de una andadura que unos añós después desembocaría en su obra más conocida, “El hombre que plantaba árboles“, que le valdría a su creador el Oscar a su carrerea artística en 1988. Que lo disfruten pues.