Oh, veo que se ha detenido en su paseo por estas páginas, señor lector, sea bienvenido. Le agradezco que haya puesto su atención sobre este humilde texto. ¿Que le ha llamado la atención el título, dice? Bueno, me halaga, pero la idea no fue mía. De todas maneras usted se preguntará, estimado lector, qué clase de texto se va a encontrar detrás de semejante nombre.
¿No quiere que hablemos de géneros o estructuras? No se preocupe, yo tampoco. Comencemos por responder a su duda de qué miércoles significan estas palabras.
Le diré: cranolando... Cranolando vendría a ser una especie de verbo olvidado de por ahí. ¿Que cómo se las arregla uno para conjugarlo? Bueno, muy simple: yo cranolo, tú cranolas (o si usamos el criollo argento: vos cranolás), él cranola, ella también, nosotros cranolamos, vosotros cranoláis... ¡Espere! ¡Cálmese! Desenriede su lengua primero, después le explico. ¡Ah! Ahora me pregunta qué significa el término en sí. Cuando le cuente podría a llegar a asustarse imaginando los cráneos alineados para ser usados en una especie de instrumento de percusión. Pero sí, así es. Cranolar sería tocar la cranola.
Ahora, si bien es comprensible que usted me pregunte por el rarísimo verbo cranolar, es imperdonable escucharlo interrogarme sobre la furfinota. ¿Cómo no va a saber lo que es la furfinota? Éstos lectores de hoy en día... Por si no se ha enterado, la furfinota es un clásico de la música italiana. La bailaban nuestros ancestros hasta caer sentados por el cansancio. ¡No, que no es la tarantela!
¿Cómo me dice? ¿Que ninguna de las dos palabras está en el diccionario? ¿En qué momento las ha buscado si ha estado delante mío todo el tiempo?
Bueno, si no me quiere creer, allá usted. El asunto es que este texto trataba sobre una preciosa y alegre canción tocada en un original instrumento hecho de huesos, pero como me ha tratado de mentirosa, no se lo pienso contar. Váyase con su diccionario, y que se divierta.