Ignoro la percepción que el público español tenía de Joan Crawford allá por los 40, pero, sin duda alguna, los encargados de traducir los títulos de sus películas debían de considerarla una mujer muy peligrosa. Tras el éxito de Mildred Pierce (Michael Curtiz, 1945), traducida aquí con el trágico (y maravilloso) Alma en suplicio, Joan Crawford estrenó, consecutivamente, Humoresque (Jean Negulesco, 1946) y Possessed (Curtis Bernhardt, 1947), traducidas aquí De amor también se muere y El amor que mata, respectivamente.
Lo mejor de Humoresque es un diálogo que tiene Crawford, borracha, despojada de sus pieles y sentada en el piano de un bar con su partenaire John Garfield, un joven violinista que ha conseguido triunfar gracias a la ayuda económica de quien terminará convirtiéndose en su amante, Helen Wright (Crawford):
- Déjame para siempre, Paul. ¡Soy una causa perdida!- ¡Date la vuelta! - responde él mientras le coloca el abrigo de piel sobre los hombros.- Eres para mí una soga de horca. ¡Por favor, déjame!- ¡Despídete!- Buenas noches, Monty (el bartman). Buenas noches, Eddy (el gigolo)
Y John Garfield la aleja del alcohol, del piano, del club y del gigolo.
A grandes rasgos la película va sobre los enfermizos celos que siente Joan Crawford hacia la profesión de su amante. Ella, que se ha divorciado de su marido ("Pongamos un letrero ante nuestra vida: no molestar ") para poder vivir en libertad su amor, pronto descubre que tendrá que compartirlo con la música, los conciertos y el violín. Nada es como ella había imaginado. Así que, para no dormir sola, decide compartir cama con el alcohol. A pesar de que al personaje de Crawford le falta desarrollo, la película tiene algún momento verdaderamente memorable, como cuando el director nos hace entender que la actriz está teniendo una especie de orgasmo mientras ve a su amante tocar el violín (los primeros planos de Crawford cerrando los ojos, abriendo la boca y gozando, intercalados con el de los dedos tocando el violín son fantásticos). A Joan Crawford todo se le va de las manos. Sabe que su amante no va a renunciar a tocar el violín así que cae en una espiral de alcohol y patetismo que la lleva a proclamarse la mejor drama queen del año 46. La secuencia final (SPOILER), además de catártica, es interesante porque pocas veces podemos ver en el cine clásico un suicidio de forma tan explícita. Helen escucha a través de la radio el estreno del nuevo concierto de Paul. No lo hace sola, lo hace con la botella. Suena Tristan e Isolda, y Crawford brinda sola en el salón de su casa de la playa:
- Por el amor, por aquellos tiempos en los que éramos niñas y nadie nos pedía en matrimonio.
Y con una foto de su amante entre las manos, se va hacia la playa y se entrega al mar cual Alfonsina en una escena realmente conmovedora.
Intuyo que el alcoholismo fue la forma de sortear el código de producción para poder rodar (y justificar) el suicidio. En cualquier caso ver a la Crawford borracha nunca está de más.
Lo de Possessed (no confundir con la peli de Clarence Brown de 1931) ya es otra cosa. Sí, el título original podría indicarnos que estamos ante una peli de terror en donde la protagonista es poseída por un ente maligno o algo así, pero, en este caso, es todo más terrenal, aunque igual de terrorífico. La película es un gran flashback que comienza cuando Louise Howell (Crawford) consigue comenzar a recordar en el hospital en donde ha sido ingresada aquejada de cosas tan bonitas como "estupor no traumático" o "estupor catatónico. Crawford yace en una cama como un muerto en un féretro, con su cara inexpresiva de rasgos angulosos. "Una mujer frustrada", acierta a decir uno de los doctores que la examina. Pero lo que comienza pareciéndose a una de esas películas de problemas psiquiátricos, tan en boga en la época, desemboca en un cúmulo de despropósitos, quizás porque en cierta medida tratan de recordarnos a Mildred Pierce. Lo que pasa es que aquí hay de todo: suicidio, enfermera sospechosa que se convierte en madrastra, hijastra problemática, viejo amante que reaparece y flirtea con la hijastra y esos problemas mentales que rematan en el estupor catatónico. Y todo, para colmo, muy mal hilado. En definitiva, prescindible.