Revista Diario
Un papá haciendo verdadera mágia y un gran esfuerzo personal por conseguir ganarle un pulso al tiempo, a sus horarios, y brindarle a su hija el mejor de los regalos; tiempo. Una mamá comprometida hasta la médula por ofrecer una crianza respetuosa, consciente y con plena dedicación; porque sé que es el trabajo más difícil, más importante y el más satisfactorio y bonito de toda mi vida. Un papá que siente y piensa lo mismo.
Decía aquí que la maternidad me ha transformado considerablemente tanto en la forma de pensar como en la forma de sentir y actuar. La esencia sigue estando ahí es cierto, pero es innegable que soy otra persona distinta. Se han modificado mis prioridades y se han reforzado y consolidado mis principios.
He aprendido intensamente lo que significa amar sin límite alguno. He experimentado lo duro que es enfrentarse a la crianza sin tener una red social cercana, una tribu que en determinados momentos pueda brindarte su ayuda y colaboración, que empatice contigo, que comparta experiencias y entienda tus aspiraciones, tus miedos, tus sentimientos y tus pensamientos.
Hemos tenido que hacerlo sólos y esta soledad de la que hablo junto a la inexistente conciliación laboral nos ha llevado al límite en alguna ocasión . Y de ello tambien hemos aprendido grandes lecciones, hemos conseguido mejorar y aprender de los errores.
Es muy duro criar a un hijo en esta soledad física y moral. Resulta agotador criar a un hijo teniendo que dar continuas explicaciones a los tuyos, de tus maneras de hacer y actuar. De porque te gusta hacer las cosas así o porque no te gusta hacerlas asá; de porque crees que no deberían hacer determinada cosa o decirle a la niña un comentario concreto.
Este ambiente te hace sentir incómoda, son situaciones engorrosas que perturban la armonía. Siempre se ha dicho que la confianza da asco, y es cierto que cuanta más cercanía, cuanto más allegados; más embarazosas son estas situaciones . Es como una mezcla entre choque generacional y choque cultural lo que produce esta disparidad de estilos.
Advierten con extrañeza mis maneras de pensar o actuar y cuestionan ; aunque no siempre sea a través de la palabra; lo que pienso y creo sobre la crianza y la educación asi como lo que pongo en práctica con nuestra hija. Esta conducta me produce sentimientos desagradables y ambivalentes. Me molesta ser a sus ojos, la rara, la extravagante, la tiquismiquis, la estrafalaria, la grotesca, la peculiar , la diligente.
Tan sólo soy una madre que queriendo lo mejor para su hija no aplica determinadas costumbres, métodos y conductas en la crianza y educación, prefiriendo poner en práctica su propia filosofía .Y ojo que esto no quiere decir que sea mejor que nadie por hacerlo así o asá , pero tampoco peor. Sólo intento ser coherente con lo que pienso y siento que debo hacer.
Foto: Google
Lo siento pero yo quiero consolar a mi hija cuando lo necesita. Le quiero dar y mostrar cariño cuando está cansada, aburrida, agobiada, irritada, frustrada y su comportamiento no es el más adecuado a los ojos de los adultos. Creo en el quiéreme cuando menos lo merezca porque es cuando más lo necesito.
Quiero reconocer su derecho a comportarse como lo que es, una niña. Quiero respetarlo y que se le respete.
No quiero imponerle lo que debe sentir, sino más bien quiero acompañarle en el camino para reconocer y manejar sus emociones. Quiero respetarlas y enseñarle a que ella misma también respete las emociones de los demás.
No quiero sugerirle ni obligarle a dar besos ni muestras de cariño , si no es lo que ella desea. Quiero que sea ella la que decida como y cuando mostrar su afecto.
Por supuesto no permito que se le chantajee con brindarle más o menos cariño en función de su conducta y sus muestras de cariño hacia los demás. No se quiere con condiciones, no al amor condicional.
No quiero contaminarle el pensamiento con nocivos e injustos estereotipos y prejuicios. No hay ningún dogma que seguir ni que venerar, no hay que ser así o asá, no hay que jugar a cosas de niñas, no hay que fomentar la crítica, la competitividad y la envidia sino más bien la cooperación y la empatía. No hay que comparar, hay que comprender la maravillosa individualidad del ser humano; único e irrepetible en todo su ser. Al mismo tiempo hay que poner en valor la riqueza de la diversidad.
No quiero juzgar constantemente y colocar etiquetas. No se es mala, ni cabezota, ni loca, ni desobediente, ni buena, ni cariñosa, ni nada. Se es una personita con diferentes estados y atributos en diferentes situaciones. Estos estados no definen nunca a la persona en su totalidad.
No voy a jugar con su autoestima ni voy a comprometer su identidad.
Lo siento pero no estoy dispuesta a perpetuar este tipo de educación porque no creo en ella y no le encuentro beneficio alguno. No seguiré la doctrina del adultismo. Por supuesto respetaré a las personas que sí que la pongan en práctica con sus pequeños y sus pequeñas, porque cada familia debe tener la absoluta libertad para elegir como quiere educar. Por eso yo también quiero sentir esa libertad, sin cuestionamientos, sin suspicacias, sin lecciones, sin postergaciones.
Y con el tiempo hemos logrado hacer una pequeña pero valiosa tribu, un microcosmos donde sentirse respaldado y encontrar aliento, sentir empatía y respeto.