Además de asistir al ciclo Les Avant-Premières que comenzó ayer jueves, los amantes del cine francés harán bien en ajustar los controles remotos o la atención puesta en la programación de la televisión por cable para enganchar la proyección de Crime d’amour o Crimen de amor, thriller psicológico sin registro ni intenciones de estreno comercial en nuestras salas porteñas. La película de Alain Corneau (algunos lo recordarán por haber filmado Todas las mañanas del mundo) enfrenta en un duelo sin precedentes a Kristin Scott Thomas y y Ludivine Sagnier (la inolvidable rubia que François Ozon dirigió en La piscina).
La confrontación profesional y personal entre Christine e Isabelle ridiculiza sin proponérselo el inevitable recuerdo de la ya por entonces edulcorada Secretaria ejecutiva. Aquí el conflicto es extremo, para disgusto de quienes cuestionan o desmienten el mito de la -pretendidamente feroz- rivalidad entre mujeres y para beneplácito de los críticos del capitalismo salvaje.
Sin dudas, Corneau aprovecha su ficción para ofrecer un retrato nefasto de quienes trabajan en las grandes compañías multinacionales, en este caso con sede en Francia. Mobbing, espionaje, arribismo son algunas de las conductas asociadas a la idiosincrasia inescrupulosa del alto empresariado.
Al margen de inspirar interpretaciones psi y sociológicas (incluso de género), Crime d’amour brinda una lección de suspenso audiovisual. Por lo pronto, pocos largometrajes cautivan y sorprenden tanto de manera osada, ocurrente y legítima, sin el viejo truco de sacar conejos de la galera.
Para terminar, los seguidores de Scott Tomas volvemos a comprobar su versatilidad y quienes recordamos a Sagnier (también por su participación en Paris, je t’aime) creemos en los pronósticos auspiciosos. Escribir sobre la competencia entre mujeres nos habilita a afirmar que esta ¿imbatible? dupla actoral deja bien chiquito el antecedente de las Katharine Parker y Tess McGill que Sigourney Weaver y Melanie Griffith encarnaron a fines de los ’80.