Revista Opinión

Crimen de guerra en Hamburgo

Publicado el 21 julio 2013 por Miguel García Vega @in_albis68

hamburgo 1943

Ahora se cumplen 70 años. Aquel julio de 1943 hacía calor en Hamburgo, el julio más seco y caluroso de los últimos diez años. Quizás ellos no lo sabían, pero Alemania ya estaba perdiendo la guerra. En febrero de ese año la derrota en Stalingrado ha supuesto el punto de inflexión.  En enero, en la Conferencia de Casablanca, los aliados declaran que solo aceptarán la rendición incondicional de Alemania y la respuesta del régimen nazi es el famoso discurso de Goebbels en el Palacio de los Deportes de Berlín en el que declara la Guerra Total (Der Totale Krieg) ante una audiencia enfervorizada.

En Hamburgo saben de qué va eso de la guerra mejor que en otros lugares de Alemania. Ciudad industrial, ha sido, desde 1940, objetivo de los aviones británicos. Los aliados son cada día más fuertes y quieren acelerar el final de la guerra. Para ello, deciden que además de atacar las fábricas y los nudos de comunicaciones, el objetivo principal es doblegar la voluntad de lucha del pueblo alemán, desarmar la totale krieg con la que Goebbels intenta elevar la moral.

Se trata de infundir el terror en el enemigo. La noche del 24 de julio, Hamburgo tuvo el triste honor de ser la primera gran ciudad arrasada por el fuego, nunca antes se había visto nada igual. Y pocas veces después.

Visto con perspectiva puede ser considerado (como luego Dresde, Hiroshima y Nagasaki) un acto terrorista a gran escala, un crimen de guerra. Se le llamó Operación Gomorra, el nombre ya lo dice todo.

ataque a hamburgo

La noche de Hambrugo se iluminó el 24 julio. Los primeros aviones británicos bajan en picado e iluminan con bengalas los objetivos, lo que los alemanes llamaban “árboles de navidad”. Después, el infierno. Casi 800 bombarderos de la RAF (Royal Air Force, fuerza aérea británica) lanzan unas 2.000 toneladas de bombas. Haciendo buena la frase de Voltaire –”La civilización no suprime la barbarie, la perfecciona–, el sistema se había afinado para provocar el mayor daño posible. Las  primeras bombas rompen tejados, puertas y ventanas, agujerean la ciudad; luego viene el azufre de las bombas incendiarias, que origina una tormenta de fuego que se mete por todos los rincones, sin darte posibilidad de escape. Además, tras una primera oleada hay una pausa, en la que muchos ciudadanos  salen de sus refugios, intentando apagar los fuegos y auxiliar a los heridos. En ese momento el cielo vuelve a arder sobre sus cabezas.

Durante los días siguientes, aviones estadounidenses bombardean objetivos militares de la ciudad y alrededores, y cuando parece que lo peor ha pasado, la noche del 27 de julio tiene lugar el segundo bombardeo incendiario. Esa noche es aún más calurosa y seca. El aumento de temperatura origina tormentas ígneas, lenguas de fuego de 800º C de temperatura que corrían a 250 km por hora. Antorchas humanas eran atrapadas por pequeños tornados, efecto del oxígeno absorbido por tal cantidad de fuego, una llama que alcanzaba los 2.000 metros de altura en algunos puntos. Las ráfagas de aire caliente prendían los cabellos y arrancaban las ropas. En su momento álgido los vagones del tranvía se fundían, al igual que el asfalto, convertido en una masa viscosa y burbujeante en el que la gente quedaba atrapada. Quienes se tiraban al agua para escapar se cocían en ella. Aquel ataque hacía honor al nombre de la operación, aunque dudo que los autores del episodio bíblico pudieran imaginarse (ni yo, que lo intento explicar ahora) lo que fue aquello.

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Desde el aire, lo pilotos notaban el calor que desprendía la ciudad y otros contaron como a seis mil metros de altura podían oler a carne quemada.

Tras eso hubo aún dos noches de muerte más, la del 29 de julio y la del 2 de agosto. La RAF siguió bombardeando indiscriminadamente la ciudad, un castigo bíblico más allá de una operación militar. Una venganza.

Las cifras finales son, como siempre en estos casos, imprecisas. La mayoría de historiadores hablan de 40.000 muertos y más de 120.000 heridos. Algunos testimonios nos describen una ciudad fantasma y un silencio espectral tras los bombardeos que impresiona aún más que estruendo de las bombas. Se estima que más del 70% de la ciudad fue completamente arrasada.

Sir Arthur “carnicero” Harris

El mando del Escuadrón de Bombardeo (Bomber Command) recaía, desde 1942, en el mariscal del aire Arthur Harris. El nombre de “carnicero”se lo daban sus propios soldados no por el desprecio hacia la vida de los enemigos sino a la de sus propios hombres. Con un espeluznante porcentaje de bajas superior al 60 %, el Bomber Command que dirigía Harris con mano de hierro era uno de los destinos más peligrosos de la guerra, que ya es decir.

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Así que imaginen lo que le importaba a Sir Arthur las vidas de los ciudadanos de Hamburgo o Dresde.

En esa línea se sustituyeron las bombas explosivas por las incendiarias, mucho más dañinas. Una vez acabada la contienda quedó claro que dichos bombardeos habían sido, como mínimo, un episodio poco edificante sobre el que lo mejor era echar tierra encima. La petición de medallas para el Bomber Command por parte de Harris fue desestimada, aunque él fue ascendido a mariscal de la RAF.

En sus memorias el mariscal intentó excusarse, diciendo que las órdenes de los bombardeos venían de más arriba, lo que era cierto. Aunque, como escribe Antony Beevor, durante la guerra Harris despreció las dudas norteamericanas y de algunos miembros de la RAF, que preferían el ataque aéreo únicamente a objetivos militares. Sir Arthur “se burlaba abiertamente de los “petrolitos”, como llamaba a los partidarios de bombardear los depósitos de combustible, y de los “mercachifles de panaceas” que exigían atacar otros objetivos estratégicos afectando lo mínimo a la población civil. Para Harris todos los alemanes, sin distinción, eran el enemigo.

Así que aunque Churchill tuviera la última palabra, Harris había asumido y defendió con ardor guerrero teorías precedentes que otorgaban a los bombardeos aéreos sobre población civil la misión de acabar con la resistencia psicológica del enemigo. No eran daños colaterales, lo de Hamburgo, Dresde y otras ciudades alemanas estaba pensado para matar lo máximo posible y de la manera más atroz. Los norteamericanos no se libran del debate: la misma teoría sirvió para Hiroshima y Nagashaki, pero esa es otra historia.

Los bombardeos de Harris ¿rozan? el crimen de guerra. El mariscal había sido testigo del Blitz alemán sobre Londres al principio de la guerra y se puede entender que deseara devolver el golpe. La venganza es protagonista en todas las guerras. Se enfrentaban, además, a un régimen claramente malvado que, por las razones que fueran, mantenía aún el apoyo de su población. ¿Cualquier medida es válida para acabar con los autores de crímenes de la magnitud de Auschwitz? ¿Hubiera ganado la guerra Stalin de no haberse comportado con tanta crueldad? ¿Vale la pena una victoria así? Podemos contestar rápidamente mientras nos tomamos un martini frente al mar, pero si nos ponemos en situación y las reflexionamos un poco, veremos que no son preguntas de fácil respuesta.

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El ‘mantra’ que repetían tanto Harris como sus hombres es que los bombardeos eran un mal necesario que acortaría la guerra. Una justificación más que una realidad, según los historiadores, ya que no causaron ese ‘quebranto de la moral alemana’ que se buscaba y la locura se prolongó hasta que el tirano, sin escapatoria posible, se suicidó en su búnker.

El eterno dilema entre el fin y los medios, por tanto, no se si procede en este caso, y queda aún más desnudo un crimen de guerra que no es considerado como tal porque Harris era de los nuestros y ganamos esa guerra. Por eso tiene una estatua en Londres.


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