Revista Cultura y Ocio

Crímenes ejemplares

Publicado el 03 septiembre 2019 por Rubencastillo
Crímenes ejemplares
Matar es un impulso que, de una u otra forma, nos acomete a todos durante algún momento de nuestra vida. Por suerte, tan sólo un porcentaje residual de los seres humanos ha optado por concretar ese atavismo. Pero sí que son legión las personas (escritores, pintores, cineastas) que han sublimado esa tentación asesina en forma de obra de arte.En Crímenes ejemplares, uno de los grandes exiliados españoles del siglo XX, el aún no demasiado leído Max Aub, nos entregó un amplio ramillete de viñetas criminales, dominadas por el humor, la penetración psicológica o el sadismo, en las cuales nos encontramos con personajes que ejecutan su acción asesina por azar geográfico (“Lo maté porque era de Vinaroz”); para cumplir la voluntad de una mujer (“¡Antes muerta! –me dijo. ¡Y lo único que yo quería era darle gusto”); por desapego erótico (“La hendí de abajo arriba, como si fuese una res, porque miraba indiferente al techo mientras hacía el amor”); por la seducción irresistible de la impunidad (“Lo maté porque estaba seguro de que nadie me veía”); por un criterio estético (“Era tan feo el pobre que cada vez que me lo encontraba parecía un insulto. Todo tiene su límite”); por egoísmo fraterno (“Mató a su hermanita la noche de Reyes para que todos los juguetes fuesen para ella”); por fatiga danzatoria (“Me sacó siete veces seguidas a bailar. Y no valían argucias: mis padres no me quitaban ojo. El imbécil no tenía la menor idea de lo que era el compás. Y le sudaban las manos. Y yo tenía un alfiler, largo, largo”); por pura intransigencia ideológica (“Lo maté porque no pensaba como yo”); por espíritu de imitación (“Yo no tengo voluntad. Ninguna. Me dejo influir por lo primero que veo. A mí me convencen en seguida. Basta que lo haga otro. Él mató a su mujer, yo a la mía. La culpa, del periódico que lo contó con tantos detalles”); o por motivos anatómicos insoslayables (“¡Tenía el cuello tan largo!”).Y si anotamos los principales motivos para el suicidio, Aub nos habla de quienes lo ejecutan por amor (“No se culpe a nadie de mi muerte. Me suicido porque de no hacerlo, seguramente, con el tiempo, te olvidaría. Y no quiero”); por desesperación ecuménica (“¿Quién no se ha suicidado?”); por curiosidad (“Voy a ver qué pasa”); o incluso por fatiga fisiológica (“Llámanlo el sueño eterno. Como padezco horriblemente de insomnio, pruebo”).Una obra simpática, amena y que puede servir perfectamente para entrar en la narrativa de Max Aub.

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