CRISIS, COMPLEJIDAD Y PARADIGMA. Publicado en Levante 3 de febrero de 2012
La postmodernidad nos ha llevado a un callejón sin salida. La crisis que nos afecta, no sólo la económica, está fundada en una concepción periclitada del ser humano y de la sociedad: la del egoísmo llevado al paroxismo de la racionalización de la mala voluntad. Cuando el modelo en el que nos basamos resulta insuficiente y, por tanto, ineficaz, estalla el desconcierto de no saber a qué atenernos. Se impone una rotura de paradigmas. Hume afirmó que no avanzamos nunca un paso más allá de nosotros: nada más falso, si queremos salir del marasmo. Los conservadores, desconocen lo que hay que guardar; y los progresistas no saben a dónde ir, porque andan perdidos (y no me refiero sólo a la situación española, sino a todo el Occidente). En mi opinión, la crisis –el estadio en el que lo conocido ya no sirve, porque ha muerto; y lo nuevo, todavía no ha sido alumbrado- corresponde al desconcierto actual. Y la raíz es profunda: hace tiempo que la persona ya no es el centro del pensar, del obrar, de la relación. Ciertamente, se necesita una revolución. No como las conocidas, por la razón de la fuerza, sino por la fuerza de la razón. Y a esto, simplemente se le llama cambio de paradigmas. Mientras nos cobijemos en viejas techumbres, corremos el riesgo de que se nos derrumben.
A mi entender, este cambio de paradigmas se configura en lo siguiente:
a) Aceptación de la complejidad. El mundo ha girado tanto que ya nos da vértigo, pero no hay más remedio que reconocer lo obvio.
b) Aprender a gestionar la diferencia en base a la cooperación y no en la lucha y victoria del más fuerte.
c) Libertad en la veracidad. Se ha acabado el todo vale del relativismo. Sin veracidad, no hay capacidad de confianza y esto hace que la cooperación falle en su fundamento. El ser humano que se quiere limitar a lo “exactamente cognoscible” cae en la crisis de la realidad, pues se ve privado de la verdad que ha simplificado en aras de la “comprensibilidad” y de la “seguridad”. Hay cosas que se nos escapan. Y hoy, más que nunca, se hace necesaria una colaboración interactiva y eficaz entre las distintas ramas del saber: científico, técnico, humanista, filosófico, teológico, etc. Quedarse agazapado en la propia madriguera ya no es prudente: hay que tender puentes de diálogo fecundo.
d) Lo dicho no puede ser mera consecuencia de mecanismos automáticos ni modelos “protocolizados”, sino algo que hay que hallar de modo intuitivo, basado en la libertad y, en última instancia, en el amor. Benedicto XVI, hablando de estas cuestiones, sugiere que “Sin el saber, el hacer es ciego, y el saber es estéril sin el amor. El que está animado de una verdadera caridad es ingenioso para descubrir las causas de la miseria, para encontrar los medios de combatirla, para vencerla con intrepidez. Las exigencias del amor no contradicen las de la razón. El saber humano es insuficiente y las conclusiones de las ciencias no podrán indicar por sí solas la vía hacia el desarrollo integral del hombre. Siempre hay que lanzarse más allá: lo exige la caridad en la verdad. Pero ir más allá nunca significa prescindir de las conclusiones de la razón, ni contradecir sus resultados. No existe la inteligencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor”.
Pedro López
Grupo de Estudios de Actualidad